Una Luz para Almas Peculiares (prejuicios #2)

CAPÍTULO 8

Las expresiones de sorpresa y los murmullos indiscretos pronto se dejaron oír al notar la peculiaridad que se estaba presentando en aquel extraño festín: el joven Lord James Allen guiaba a la señorita Collins directo hacia la pista de baile, donde ya se estaban formando otras parejas.

Era curioso, sin duda. Un joven que pertenecía a la familia más espeluznante de Londres que, pese a ser el heredero, no era un hombre al que se pudiese considerar un buen partido, no al menos si querían que sus hijas siguiesen con vida y no se convirtieran en otro experimento de James Allen; y, por otro lado, estaba la jovencita Casandra Collins, hija del prestigioso Conde de Pembroke, pero con la desgracia de vivir con ceguera que le impedía ser una esposa ejemplar para cualquier hombre sensato.

Sensato. Sí.

Luego observaban al hombre que la llevaba del brazo y recordaban que James Allen no tenía nada de sensato.

—Ay —se quejó Casandra al chocar sin querer con otra persona. El caballero, de avanzada edad, apenas la miró y se marchó sin siquiera disculparse. La joven se mordió nerviosamente los labios y extendió un brazo para evitar volver a tropezar con alguien, porque parecía ser que el Sr. Allen no estaba interesado en si alguien la pasaba a llevar como si no.

En realidad, James no se había dado cuenta de ello.

Sostenía con firmeza el brazo de la joven, que estaba entrelazado con el suyo, para poder guiarla entre la multitud hacia la pista de baile, pero su mente se encontraba en otro lugar. Mientras la dejaba en posición para comenzar la danza, se preguntó si había estado bien en invitar a la señorita Collins, porque se había percatado muy tarde que no sabía cómo le harían para poder bailar sin que ella, quien no podía ver, tropezara con otra pareja.

Si bien a él no le importaba hacer el ridículo, la idea era conseguir una sonrisa real y no humillarla más de lo que la sociedad ha hecho.

Hizo una mueca, “¿cómo pude ser un idiota?” se regañó pasando una mano por su cabello sin dejar de observarla.

—¿Se encuentra bien, señorita Collins? —preguntó al notar que la joven se acariciaba el brazo con cierta incomodidad.

—Oh, eh… sólo no me di cuenta y tropecé con alguien —explicó con un sonrojo asomándose en sus mejillas que James interpretó como vergüenza—, pero estoy bien. No se preocupe.

Ahora era él quien estaba avergonzado… ¿Avergonzado?

A James se le olvidó cómo respirar al darse cuenta que sí, en efecto, estaba avergonzado por haberse distraído sin querer en sus pensamientos que no se dio cuenta que algunas personas pudieron lastimar a la señorita Collins.

—Mis disculpas —dijo con cierta torpeza de alguien que no acostumbraba a ser cortés con otro—. Me distraje.

Casandra sólo sonrió sin darle importancia, pero la incomodidad seguía allí y eso le hizo sentir peor. “Sí, en definitiva, soy un idiota” se volvió a regañar.

—Quédese ahí —no ocultó su sorpresa cuando vio que, a su lado, su hermana dejó a un joven posicionado para el próximo baile. Hazel le dirigió una mala mirada a James en lo que se paraba junto a Casandra—. Los acompañaremos en el baile. Lord Crawford me ha invitado.

—¡Eso no es cierto! Usted me obligó. Yo ni quería bailar —James volteó hacia el pobre diablo que refunfuñaba molesto. No se trataba de nadie más que Lord Ian Crawford, Vizconde de quién-sabe-dónde. Un joven que vivía amargado y no le agradaba nada ni nadie, aunque podía notar como miraba a Casandra con cierta curiosidad que le hizo apretar la mandíbula.

Al parecer, Lord Crawford era otro más de esos que habían rechazado a la señorita Collins sólo por su discapacidad y ahora sólo se preguntaba cómo aquella joven podría bailar sin cometer un error.

Esto no podía ser mejor.

—Eh, señorita Collins…

—Cassie, estaré a tu lado —interrumpió su hermana cuando intentó detener el baile con su acompañante.

—¡Hazel! —sonrió la rubia, agradecida de que su amiga estuviese a su lado— Qué agradable sorpresa.

James suspiró. Sólo esperaba que todo saliera bien porque se había dado cuenta que sí había sido un error invitar a bailar a la señorita Collins, al menos sabiendo que eso podría ser un desastre y había demasiados ojos expectantes por el posible fallo.

Pronto, cuando las parejas ya estaban formadas, la orquesta dio inicio a su próxima melodía. La música era una adaptación fúnebre de las danzas populares, con ritmos lentos que parecían representar una tragedia no dicha. James no sabía cómo tratar a la joven, pero de inmediato se acercó y se hizo cargo de su torpeza, sorprendiéndose al oír cómo Hazel le daba indicaciones para que la señorita Collins no chocara al dar la vuelta.

Era impactante ver a su hermana ser protectora con alguien, pero, de igual modo, era incómodo que lo escrutara con los ojos como si sospechara de posibles malas intenciones que pudiese tener en contra de la pobre muchacha.

Decidió ignorarla y concentrarse sólo en su rayito de sol…

“¿Rayito de sol?” se preguntó y, en medio de su asombro, sin querer chocó con la joven.

—Disculpe, fue mi culpa —dijo al sostenerle la cintura para evitar que cayera. Casandra se sonrojó a más no poder, sobre todo al sentir el aroma a bosque y pergamino en su compañero, algo que parecía estar impregnado en el Sr. Allen.




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