Aquella mañana, poco después del desayuno, un carruaje se detuvo frente a la residencia de los Collins y, de allí, descendió una mujer de ya avanzada edad que vestía con suma elegancia, luciendo una apariencia que imponía respeto debido a la seriedad de su rostro que de inmediato fue reemplazada con una sonrisa maternal al visualizar a las dos personas que la estaban esperando.
—¿Ya llegó? —preguntó la señorita Collins a su padre, quien estaba a su lado con los ojos puestos en su madre que comenzaba a subir las escaleras que conducían a la entrada de la casa.
—Sí, querida —respondió y se espantó cuando Casandra se separó de él. Ella, con una mano extendida como siempre y la otra sosteniéndose de la baranda, comenzó a descender escalón con escalón con una rapidez que tanto a Frederick como a la dama que venía subiendo casi les dio un infarto— ¡Casandra, espera!
—¡Oh, pero si es mi nieta amada! —exclamó la dama apresurándose lo que podía para abrazarla antes de que la joven sufriese alguna caída— Un día de estos nos darás un gran susto, querida.
—¡Abuela Emi! —saludó Cassie con una gigantesca sonrisa— No sabe cuánto la extrañé.
—No más que yo a ti. Eso dalo por hecho, querida —mencionó en tono amoroso, entrelazando su brazo con el de la joven—. Vamos, ayuda a esta anciana a subir las escaleras.
El Conde de Pembroke recibió a su madre y la atendió como cada vez que ella venía de visita, salvo que esta vez, Lady Emilie se hospedaría por tiempo indefinido debido a la situación de su nuera.
Sentados en el salón de té, esperaron a que una criada les dejara la bandeja con aperitivos antes de que Fred pusiera al tanto a su madre sobre los últimos acontecimientos que no pudieron ser detallados por correspondencia. Lady Emilie escuchaba todo con suma preocupación, pues la enfermedad de Agatha avanzaba aun cuando estaban tomando las precauciones para evitar un fatal destino, pero Frederick ya no sabía qué hacer, menos cuando no solo era su esposa de quien debía preocuparse, sino que también debía buscar la manera de dejarle una herencia a su hija y un lugar estable con personas a su cuidado en caso de cualquier cosa que podría suceder en un futuro.
Al percatarse de la expresión afligida que tenía su nieta, la dama decidió cambiar de tema:
—Ha pasado tanto tiempo, pero cada vez te veo más hermosa, mi querida Cassie —halagó su abuela a lo que la joven sonrió con cariño en medio de la tensión que había sentido con respecto al tema de su madre.
—Gracias, abuela —se levantó, alisó los pliegues de su falda y realizó una pequeña reverencia hacia su familia—. Me disculpo por no tomar el té con ustedes, pero iré con mamá a informarle sobre la llegada de mi abuelita.
—Está bien, querida. Yo las alcanzaré en un momento —Lady Emilie esperó a que la joven se hubiese marchado cuando, con su abanico, le dio un pequeño golpe a su hijo en una de las manos. Frederick se quejó y dejó caer la galleta que había tomado hace un segundo para sobar la zona adolorida.
—¡¿Por qué fue eso?!
—No puedo creer que hables con tanta frescura sobre ese tema frente a la niña —regañó la anciana— ¿Es que no has visto el rostro de tu hija mientras hablabas de su madre?
El conde cerró los ojos y respiró profundo en un intento por calmar la tensión que llevaba sobre los hombros.
—Lo lamento. No me gusta hablar de eso frente a mi torbellino, pero… —se restregó la sien y le dio una mirada que Emilie entendió que su hijo ya no sabía qué hacer con tanta presión que traía encima— ningún médico ha dado esperanzas sobre Agatha, madre. Sólo nos queda cuidarla muy bien para que la enfermedad no avance muy rápido.
—¿Su corazón no mejora? —preguntó con preocupación. Fred negó.
—No, además hay veces que le ataca la tos y no la deja respirar muy bien —se levantó repentinamente y se acercó a la chimenea, apoyándose en el estante, para observar las llamas tratando de que la furia no invadiera su cuerpo como ya lo ha hecho días anteriores—. Les he estado enviando cartas a David y a mis suegros y ninguno se ha dignado en responder, ¿es muy poco importante la salud de Agatha, madre? —volteó a verla con el enojo reflejado en sus ojos— ¿Es que hemos fallado tanto por haber conservado a Casandra que ahora nos hacen la ley del hielo como castigo?
Emilie se sintió indignada por lo que le estaba contando el conde.
Durante años, había desaprobado la amistad de su esposo con Lord Theo Howard, el padre de Agatha, porque no le gustaba para nada esa familia. Eran ambiciosos, superficiales, arrogantes y tanto él como su esposa parecían no querer a sus hijos; sin embargo, el difunto Lord Collins siguió con lo suyo y tras varias negociaciones con Theo Howard, es que unió a las familias después de obligar a Frederick a desposar a la hija de los Howard pese a que ambos muchachos no deseaban tal matrimonio. Emilie no pudo hacer nada más que ayudar en lo que podía a la pareja, incluso cuando Agatha perdió varios embarazos debido al estrés que su misma familia le había provocado.
Le daba lástima que su nuera creciera sin cariño alguno, recibiendo el abandono de su mellizo, David, y las críticas de sus propios padres. Sin embargo, Emilie tenía suficiente amor que entregar tanto para su hijo como para Agatha, por lo que la cuidó lo más que pudo hasta que Dios les concedió un milagro: su única nieta, la luz de su vida, había nacido bajo el nombre de Casandra.
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Editado: 16.07.2025