Una Luz para Almas Peculiares (prejuicios #2)

CAPÍTULO 10

Casandra estaba nerviosa, tanto que sus dedos comenzaron a temblar de una manera que tuvo que sostener la tela de su falda, esperando que nadie se hubiese percatado de su estado ansioso provocado por aquella visita inesperada.

El Sr. Allen estaba en la casa. En su casa.

¿Por qué un hombre, que le había tenido lástima durante una noche de baile —sin contar con el comentario innecesario sobre su ceguera—, habría llegado a su casa sin haber dado aviso sobre su visita? Era algo que sin duda la mantenía expectante, pero gracias a cielo su padre habló antes de haber preguntado, porque no estaba segura de tener la paciencia suficiente como para resistir a esa situación sin saciar su curiosidad.

—Querida Cassie —sintió a su padre posarse a su lado en un sentido de protección que le hizo morder la mejilla para callar cualquier comentario inapropiado, pues, debido al tono molesto del conde, presentía que él no estaría de humor para soportar sus frases que a veces no venían con filtro—, me imagino que debes conocer al Sr. Allen, ¿no es así? —la joven apenas asintió— Pues el caballero —pronunció el término con sorna— ha venido a verte expresamente a ti.

Si antes no se había sorprendido lo suficiente, pues ahora si lo estaba. Y no sólo ella, sino que su madre, que se aferraba a su brazo, pareció que en cualquier momento se desmayaría por lo que estaba presenciando: era la primera vez que un hombre, un posible pretendiente a ojos de la condesa, mostraba interés en conocer a su hija.

—Lo… Lo dice enserio, ¿mi lord? —preguntó Agatha con voz esperanzada y, sin molestarse a esperar por una respuesta de parte del joven, no tardó en examinar a James de pies a cabeza evaluando si era un buen candidato para su niña o no. Trató de no hacer una mueca por el descuido en su presentación personal, pero eso no impidió que callara— Parece que lo han asaltado, ¿se encuentra bien?

James miró a la condesa y, pese a que la mujer mantenía un tono más amable que el conde, pudo advertir el brillo de evaluación que había en los ojos de la dama: ella lo juzgaba, todos los estaban juzgando por quién era y su presentación. No pudo evitar sentirse poco más que avergonzado debido a las ropas arrugadas que traía encima, pero no había pensado en ello cuando pasó toda la mañana buscando el regalo perfecto para disculparse con Casandra. Ahora temía que, por culpa de su descuido, no le permitieran conversar con la joven, que parecía tan nerviosa que en cualquier momento saldría corriendo.

—No ocurrió una desgracia, mi lady —respondió con incomodidad—. Yo… —¿qué era ese cosquilleo que sentía en su estómago? ¿era miedo? O acaso… ¿nervios? — Conocí a la señorita Collins en la fiesta de mi hermana. No habíamos tenido oportunidad de charlar anterior a esa noche y, luego de pensarlo muy bien, decidí que no podía seguir esperando por… —sus ojos se movieron de la condesa hacia la rubia que estaba a su lado, atenta a sus palabras— continuar con nuestra conversación…

El conde bufó, Lady Emilie miró mal a su hijo y la condesa, con un dedo sobre sus labios en un gesto pensativo, pronto sonrió como si hubiera leído entre líneas lo que dichas palabras significaban en realidad.

—Claro, por supuesto —dijo entonces—. Es usted un poco ansioso.

—Usted lo ha dicho, mi lady —respondió sin darse cuenta, aun observando a la joven rubia que estaba en medio de sus padres.

Agatha vio de reojo la sonrisa que se formó en el rostro de su hija y, pese a haber oído de la reputación de los Allen y el no haberle gustado la primera impresión que le dio el Sr. James, decidió darle un voto de confianza para ver a dónde iba a parar este asunto. Conocía a Hazel Allen y si aquella jovencita cuidaba a su hija, significaba que toda su familia, pese a los rumores, mantenían buenos valores, ¿no es así?

Después de todo, el tiempo corría y ella no podía seguir perdiendo más segundos. Debía encontrar a alguien que cuidara de su hija, porque si Dios ya la estaba empezando a solicitar en su reino, Frederick y su suegra también podrían caer en cualquier momento. Entonces, ¿qué sería de su Casandra?

Lady Emilie, que pudo notar a su nieta sonrojarse y a su nuera sonreír al ver el rostro de su hija, pensó que lo mejor sería darles espacio a los muchachos para que continuaran conociéndose, porque, pese a que aquel hombre no se hubiera arreglado como otros, había algo en la mirada del pelirrojo que le daba cierta calma como para permitir que su nieta se acercara.

—El día está muy lindo para dar un paseo por el jardín, ¿no lo crees, Frederick? —propuso y el corazón de Casandra latió con temor al entender lo que estaba planeando su abuela— Estoy segura que mi querida Agatha está de mejor ánimo para poder dar una caminata, así dejamos a los niños charlar un poco más.

—¡Oh, sí, me parece bien! —apoyó la condesa al entender la intención de su suegra, pero Frederick, molesto, se cruzó de brazos sin querer alejarse del salón.

—No me parece que sea una buena idea, además, ¿niños? —inquirió con una ceja arqueada— Aquí ya no hay niños.

Lady Emilie sonrió, aunque por dentro tan sólo quería tirarle la oreja a su hijo por estar siendo irritante en este momento.

—Para mí todos los que están en este salón son unos niños —se acercó a entrelazar su brazo con el de su nuera y, con una mirada que no permitía otra negativa, continuó—. Incluyéndote, querido.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.