En su mente, lo había planeado todo de manera excepcional para poder confesarle a la señorita Collins la verdad sobre cómo se habían conocido siendo unos compañeros de correspondencia que aún mantenían contacto. Sin embargo, aquel día no resultó ser como se lo había planteado.
Hazel, su simpática y cariñosa hermana, había irrumpido en su laboratorio con una mirada tan aterradora que James se sorprendió de todavía seguir vivo después de la amenaza que le había dado sólo porque, según ella, él estaba ilusionando a su amiga con chocolates sin importarle que la hubiese hecho llorar durante el baile. Él mantuvo su sonrisa deseando, en su interior, haber encontrado una manera sutil de callar a su hermano, porque era bastante evidente que a Charles le gustaba ver el mundo arder y sabía que solo lo lograría si encontraba cualquier excusa para enfadar a Hazel, a tal punto en que ella comenzaría con sus amenazas con tal de proteger todo lo que le importaba.
“De esta no te libras, gusano” se dijo James mientras veía ir y venir a la pelirroja. Primero debía convencer a su hermana sobre sus verdaderas intenciones, ya luego se encargaría de hacer llorar a su hermano quien, desde que él había regresado de la guerra, se había tomado muy enserio la tarea de irritarlo en cada momento que pudiese.
—Tranquilízate, Hazel —dejó su vaso de licor sobre el mueble antes de apoyarse en su escritorio—. Le regalé esos chocolates a la señorita Collins para disculparme y empezar de nuevo. Además, ¿no deberías estar feliz? Tal vez termine siendo tu cuñada…
Hazel se acercó y, con su abanico, le dio un golpe en el brazo que le sacó una carcajada.
—Te voy a estar vigilando, James Allen —le dijo en tono enfadado, sin creer que él mencionó las palabras “cuñada” y “señorita Collins” en una misma frase—. No quiero que te aproveches de Casandra con tus jugarretas. No sabes por lo que ella ha pasado.
—Oh, vamos, ¿no puedes tenerme fe? —James suspiró en cuanto vio la ceja arqueada de su hermana lo que le daba una respuesta a su pregunta—. No quiero hacerle daño, te lo he repetido varias veces —se acercó para tomarla de los hombros, como si eso pudiera transmitirle confianza—. Tú sabes que ella me escribía, Hazel… Debes entender que me salvó la vida y que cada vez está siendo más interesante para mí. Yo… quiero casarme —se rio como si se hubiese quitado un peso de encima al confesarle su intención a alguien de su familia— ¿Puedes creerlo? Yo quiero casarme con la dama que me salvó, Hazel. O, al menos, es mi propósito si… si algo logra pasar entre nosotros…
La pelirroja lo observó sin inmutarse, aunque en su interior estaba muy sorprendida por ver ese brillo en los ojos de su hermano que le iluminaba la mirada. Parpadeó extrañada, porque James no había pasado suficiente tiempo con Casandra como para que él se decidiera a querer convertirla en su cuñada, como él mismo expresó. No obstante, James tenía un punto: ella sabía que su hermano y amiga se escribían cartas con seudónimos que escondían sus identidades, hecho que pudo hacer que sus palabras fuesen más honestas con el otro y pudiesen conocerse pese a los secretos que nunca revelaron. Tal vez, pensó Hazel, ellos ya sabían más cosas del otro que ella no podía lograr dimensionar, pues Casandra nunca le contó específicamente de qué charlaba con el dichoso Coleccionista.
“Coleccionista” repitió en su mente mientras sus ojos repasaban los objetos del laboratorio de su hermano, que revelaba la gran cantidad de especies de insectos cuidadosamente tratados y exhibidos en sus estantes, “Debí de haberlo sospechado desde un inicio.”
—Soy sincero cuando digo que deseo conocerla —la joven se cruzó de brazos, respirando profundamente para calmarse, porque nunca había visto a su hermano tan motivado como ahora se encontraba. Asintió y James volvió a sonreír, esta vez con diversión—. Esto te va a encantar. Tú, mi endemoniada hermana, irás conmigo a la ópera.
—Ni muerta.
—Bien. Mejor para mí —empezó a insinuar el Sr. Allen mientras se acercaba a un espejo para arreglar su cabello—. Llevaré a la señorita Collins y podré besarla durante toda la función. Será fácil.
—¿Cómo dices? —Hazel frunció el ceño al oír a su hermano.
—Que no la dejaré en paz en toda la función. La ópera es sólo una excusa —Hazel se imaginó mil escenarios sobre las posibilidades de lo que podría suceder si su ingenua Casandra aceptara salir a solas con el descarado de su hermano, que al final aceptó acompañarlos al día siguiente y se retiró del laboratorio. James se burló de ella, porque, pese a que le dijera que no podría dañar a Cass, Hazel seguiría siendo una guardiana que lo miraría recelosa—. ¿Cuándo entenderá que nunca me cansaré de Casandra?
No mentía con tal afirmación. Desde que leyó sus cartas, James supo que no se cansaría de la mujer detrás de tan bonitas y dulces frases y, cuando se percató que la dama en cuestión era tan interesante como también portaba un humor que podía llegar a ser ácido, muy parecido al de él, es que confirmó que no la podía dejar escapar, mucho menos sabiendo que ambos podían reírse de sus propios traumas para afrontar la oscuridad juntos. Y es que todavía las pesadillas lo perseguían a tal punto que dormía pocas horas, con el temor de ver a los cadáveres atormentar su mente como si vinieran por él para regresarlo a la pelea.
James trataba de no recordar lo vivido en la guerra, trataba de hacer caso omiso a esas pesadillas, pero cada día era una batalla, pues incluso había ocasiones en que ni siquiera podía probar la carne que servían durante el almuerzo o la cena, porque el solo verla le traía a la mente el recuerdo del olor a descomposición y sangre de esos días oscuros.
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Editado: 04.10.2025