Por fortuna, los demás invitados lograron arribar a salvo al palco que James había reservado con poco tiempo de antelación solo para confirmar que, pese a que era una salida grupal, los ojos del Sr. Allen no podían desviarse de la sonrisa radiante de la señorita Casandra, quien parecía gustosa por recibir dicha atención, lo que les daba la razón al resto en que ellos tan sólo habían sido la excusa para que él, como claramente había advertido el día anterior, pudiese tener un momento donde podría cortejar a la joven.
Hazel, abrumada al ver la escenografía de estrellas y flores —aunque las únicas que le parecieron bonitas eran las rosas rojas como la sangre—, no se percató en que no había alcanzado un asiento que pudiese estar apartado de aquel hombre que no dejaba de ver a su hermano con irritación. Ella podía entenderlo, a nadie le gustaría que lo dejaran a su suerte cuando era evidente la ayuda que necesitaba y, aunque en otro momento le habría encantado ver hasta dónde llegaba el marqués si ella no lo hubiese ayudado, lo cierto es que no estaba de humor. Mucho menos cuando tuvo que sentarse entre el marqués y Casandra sólo para oírla reír con disimulo debido a las tonterías que le susurraba James.
Es que ni siquiera estaba cerca de Lilian como para no sentirse incómoda, pues ella se encontraba en la otra esquina, entre James y Lord Andrew, y ya no había tiempo para cambiar lugares.
—¿Cuánto tiempo cree que estaremos aquí? —escuchó que le preguntó el marqués, que sonaba tan desinteresado como ella lo estaba.
—Si piensa que es una tortura, créame que estaremos aquí por tiempo indefinido —respondió ella con seriedad a lo que el hombre sólo dio un resoplido. Al menos no era la única que no estaba disfrutando de aquel paseo.
Cuando el público ya se había acomodado en sus lugares y el telón dejó visualizar una escenografía nocturna que inspiraba al amor, lo que era acompañado por la tierna y dulce melodía que la orquesta comenzó a tocar, tanto Hazel como Eric suspiraron preparándose para resistir esperando no dormirse tan pronto, porque ambos podían intuir que serían objeto de burlas por parte de sus amigos si aquello sucedía.
Del escenario, apareció la cantante principal del concierto: Charlotte Sjöberg, y el sonido de los aplausos emocionó tanto a Casandra que pronto se dejó llevar por la canción. La voz de la señorita Charlotte era potente, maravillosa, que llegaba a notas tan altas que Casandra sentía que todavía le faltaba practicar para llegar a ese nivel, porque sin duda era algo de admirar, tanto así que no pudo evitar abrir la boca al tiempo en que su piel parecía ponerse de gallina por las emociones que la embargaban. Era la primera canción, pero era la primera que reflejaba una obra trágica debido a los sentimientos que la cantante dejaba en el escenario.
James, quien estaba a un lado de Casandra, volteó a verla y no pudo evitar sentir algo de ternura al detectar la admiración en su rostro.
—¿Ha oído de Charlotte Sjöberg? —preguntó en el oído de la rubia que negó muy apenas, todavía sorprendida por lo que estaba escuchando. El Sr. Allen sonrió— Pues déjeme contarle que es una dama excepcional pese a sus limitaciones.
—¿Limitaciones? —preguntó Casandra.
—¿Sabía usted que ella perdió la vista a los cuatro años tras una enfermedad? —el corazón de la señorita Collins latió con fuerza— Y eso no impidió que ella formara una carrera en la industria musical como cantante y clavecinista. Ahora que lo pienso, no hubo limitaciones que le impidieran aprender este arte, ¿usted qué opina? —James no dejaba de mirarla, sabiendo perfectamente que esas palabras podrían causar algún efecto en Casandra. Lo sabía muy bien desde que vio, cuando adquirió las entradas, quien era la interprete aquella tarde.
Y no se había equivocado.
Casandra se sorprendió, pero no sabía si para bien o para mal, porque hasta dónde ella sabía: un ciego nunca tendría una oportunidad en la vida. Y si era mujer, mucho menos. No obstante, el Sr. James la había llevado allí y le demostró lo contrario, que la vida no se le había acabado y que la música también era libertad. Entonces sonrió, sonrió porque ahora algo había cambiado dentro de ella, algo se había encendido en su interior, algo pequeño, algo que no sabía si tendría gran éxito, pero que no se había permitido tener desde hace mucho y que ahora, gracias al hombre que estaba a su lado, había comenzado a resurgir: la esperanza. La esperanza de poder dejar la oscuridad de lado.
—Yo… —carraspeó para apaciguar su emoción, pero simplemente no podía dejar de sentirlo y James apreció como sus ojos, esos que no podían cumplir su función, comenzaban a brillar debido a una nueva ilusión— Yo… s-sé tocar el piano.
—¿Usted toca el piano? —ahora era James quien estaba sorprendido. Si bien había leído en las cartas que a la joven le apasionaba la música, no había mencionado que tenía habilidad con algún instrumento. Aunque, si lo pensaba bien, no sabría si le habría creído en el momento en que se enteró de la identidad de la dama tras las cartas, pero ahora podía confirmar con agrado que sólo ella podría lograr hacerlo.
Y que él confiaba en que ella podía lograr lo que se propusiese.
—Así es —respondió ella con orgullo—. La Sra. Smith me enseñó a reconocer las teclas y siempre memorizo las partituras con cada práctica —sintió sus mejillas enrojecer a la vez que se encogió de hombros con una timidez poco usual en su persona—. Soy… buena. Mejoro con cada clase. Hasta puedo cantar, aunque mi voz no es tan majestuosa como la que posee la señorita Charlotte.
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Editado: 04.10.2025