Una pila de libros de arqueología fue derribado debido a la torpeza de la pequeña bola de pelos que no se cansaba de investigar la oscura habitación en la que se encontraba. James suspiró desde el umbral de la puerta, sin dejar de observarlo. Agradecía que el cachorro que había rescatado la noche anterior se hubiese calmado luego de beber leche y dormir sobre una cobija, porque no había parado de llorar desde que habían dejado a Eric en su casa, lo que lo estaba volviendo loco. No recordaba que los cachorros tuvieran tan buenos pulmones pese a ser pequeños todavía.
Si era sincero consigo mismo, no tenía ni la más remota idea de qué hacer con él. No, al menos, en lo que respecta a su vida o a aquella casa en la que definitivamente no podía quedarse. Él, debido a que ahora mismo estaba enfocado en otras cosas y, conociéndose, podría olvidarse de darle alimento y sus padres, luego de lo que pasó la última vez, no querían perros en su casa que pudiesen quitarle el lugar a la tan querida Obsidiana… que también era otro problema ahora que recordaba, por lo que se prometió mantener la puerta de su alcoba con llave para evitar que la serpiente de Hazel ingresara a comerse al pobre perro que ahora vivía sin ser consciente que a tan sólo un par de habitaciones, un posible depredador podría acecharlo.
—¿Qué debería hacer contigo? —se preguntó mientras el cachorro tropezaba con sus propias patitas— ¿Ayudarías a trabajar la tierra? —indagó pensativo— ¿Vigilarías un hogar? —lo analizó con detalle— Tu raza serviría para ese cargo, serás muy fuerte y tendrás una poderosa mandíbula para atacar a algún intruso con tal de defender a alguien —dijo como si el perro lo escuchara, aunque estaba más preocupado en oler unos zapatos de James para luego comenzar a morderlo— Un perro guardián… —de pronto, como si alguien le hubiese golpeado la cabeza, un recuerdo de sus días en la guerra apareció de manera brusca, pero ideal para un momento como ese— ¿Será posible…? —sin dudarlo, avanzó a su cajonera donde tenía un pequeño diario en el que escribió sus miserias y recuerdos de guerra como una manera de desahogarse por lo que estaba sufriendo, además de haber arrancado varias páginas que sirvieron para entregar las cartas a su mariposa. Hojeó rápidamente hasta que encontró lo que necesitaba. Entonces, una sonrisa, la típica que dejaba escapar cuando se le ocurría alguna locura, apareció en su rostro— Maldito franchute, como te adoro ahora mismo —mencionó al leer sobre la vez que, infiltrado, oyó a unos franceses hablar sobre que utilizaban algunos canes no solo para hacerlos pelear en las batallas, sino para auxiliar a quienes perdieron la vista o alguna extremidad— Creo que ya sé qué hacer contigo, bola de pelos.
De pronto, desde el pasillo, se escuchó un silbido animado al que James no prestó atención hasta que la persona se detuvo abruptamente en su puerta. Vladimir Allen había salido de su habitación satisfecho luego de una mañana placentera junto a su esposa, la vampira que gozaba haciéndolo sufrir con tal de verlo suplicar por más, cuando un quejido extraño provenir del cuarto de su hijo mayor lo hizo salir de su estado de éxtasis como si estuviese reviviendo algo de lo que, con total honestidad, no deseaba volver a pasar. Es por esto que al reparar en aquella criatura que daba un par de ladridos, es que Vladimir sintió que lo estaban torturando de nuevo, sólo que de una manera poco atractiva para él.
—Por todos los demonios que puedan existir en este mundo, ¿es que acaso comenzamos de nuevo con lo mismo, James? —inquirió con molestia a lo que su heredero lo miró de reojo para luego guardar su cuaderno en la cómoda. Lord Allen hizo una mueca y su bigote, tan alargado que ya era característico en su persona, se movió de manera graciosa— Si es uno puedo aceptarlo, pero no quiero que esas bestias me vuelvan más loco de lo que ya estoy, ¿o se te olvida lo que pasó la última vez?
James nunca olvidaría haber presenciado a su padre tan irritado que hasta tuvo un tic en el ojo sólo porque los ladridos de los perros que él, el mayor de sus hijos, había rescatado le impedían siquiera poder coquetear ardientemente con su madre hasta el punto de caer enfermo en cama. Sólo entonces James entendió que, si bien lo que había hecho los había enorgullecido, era el momento de detenerse, porque todo aquel que vivía o trabajaba en esa casa sabe a la perfección que quitarle al duque el derecho de poder estar con su esposa era la peor tortura que podría existir para Lord Allen. Y también lo era para su madre, Lady Allen, pues si ella veía a su marido sufrir, era como si le estuviesen clavando un puñal al corazón que la hacían parecer melancólica, solo esperando porque la muerte no la separara del hombre con el que había formado una familia.
James suspiró. Sus padres eran únicos. Sin duda lo eran.
—No es lo que cree, padre —aclaró al advertir el tic en el ojo del hombre—. No pensaba rescatar a nadie, pero este cachorro fue la excepción.
—Querido mío, ¿hace cuánto no nos hemos visto? —la voz coqueta de su madre, que apareció de pronto, distrajo cualquier duda que su padre pudo haber tenido con respecto al cachorro.
—Amor mío, ha pasado una eternidad —rodeó la cintura de su esposa y le acarició el rostro totalmente embelesado por ella—. Fueron cinco minutos.
—¿Podrían no caer en la lujuria justo frente a mí? — James les interrumpió con una mueca poco antes de que sus padres se besaran con locura— Al menos no lo hagan en mi habitación.
Los duques fruncieron el ceño, pero hicieron caso y se reincorporaron. Sólo entonces, con un jadeo de sorpresa, Morgana Allen se dio cuenta de la pequeña bolita negra que gruñía sin soltar lo que en algún momento fue el zapato de su hijo.
#171 en Otros
#20 en Novela histórica
#637 en Novela romántica
romance prohibido, cartasdeamor, aristocracia nobles y caballeros
Editado: 04.10.2025