Los días que le siguieron pronto pasaron a convertirse en el mes en el que el gris parecía dominar tanto los cielos como los ánimos de los Collins.
Casandra se había encerrado en su habitación y sólo comía si su doncella Agnes, su abuela o su padre la acompañaba. Fuera de eso, se mantenía acostada junto a Roy, a veces llorando y otras en silencio, aun sin poder creer que nunca más volvería a abrazar a su madre ni volvería a oír su voz. Lord Frederick permanecía con la mirada pérdida la mayoría de los casos en los que se encerraba en el despacho. Y luego se encontraba Lady Emilie, quien pese a sufrir la pérdida de su nuera, intentaba parecer fuerte tanto para su nieta como para su hijo, sobre todo cuando personas indeseables se habían aparecido luego de años en que no respondieron ni una sola carta.
Helen y Theo Howard, acompañados de su hijo David, se habían instalado en la residencia tras el funeral con la idea de pasar el luto en familia. Sin embargo, los padres de Agatha, Condes de Jersey, no paraban de quejarse por cualquier cosa incluso si la situación pudiese parecer una nimiedad: que los sirvientes no trabajaban como deberían, pues estaban muy distraídos y melancólicos; que la “muchachita” (un término que recurrían al referirse a la señorita Collins) no podía continuar encerrada o las personas podrían hablar; ¡y ni hablar del conde! Pues no lograban comprender cómo es que permitió que alguien de tan baja reputación como esa familia demoniaca se acercase a la casa cada día en un intento por ir a visitar a Casandra.
Emilie, cansada de escucharlos, abrió la boca para discutir. No obstante, alguien se le adelantó:
—Es normal el sentimiento cuando alguien tan querido ha dejado este mundo —David, parado junto la chimenea, miró con el ceño fruncido a sus padres—. Deberían tener más respeto por la memoria de Agatha. Que no se les olvide que también fue su hija.
Lord Theo realizó una mueca y fue Lady Helen quien bufó por las palabras de David:
—¡Agatha, Agatha, Agatha! —exclamó la mujer con más frialdad que de costumbre— Siempre supe que ella sería un dolor de cabeza. Primero, fue una mujer que, para variar, no fue más que una descarriada; segundo, sabiendo lo importante que es un heredero, no fue capaz de tenerlo y prefirió quedarse con esa niña que es más inútil desde que se quedó ciega (yo les dije que la fueran a dejar a un albergue, que esa niña no ayudaría con la reputación de la familia. Pero, jamás hacen caso); y tercero, ¡para el colmo enfermó y ahora miren hacia dónde fue a parar! —alzó la mirada como si le estuviese hablando al cielo— ¡Has hecho todo muy mal, Agatha Howard! ¡Muy mal!
—¿Y de quién fue la culpa? —inquirió Theo de mal humor. Su mujer se mostró ofendida— Siempre te dije que la mantuvieras controlada y la convirtieras en una dama. No en una buena para nada que, además, ¡vivía gastando de mi dinero!
—¡Lógico, conde! —chilló Helen— ¡Si queríamos que consiguiese marido cuanto antes, debías invertir!
David masajeó su sien con exaspero, recordando el por qué se alejó de ellos. Emilie, en cambio, no soportó más la situación y los calló al levantarse de manera abrupta, dejando caer una taza de porcelana a los pies de Helen, que se rompió en mil pedazos permitiendo que el líquido arruinara los finos zapatos de la mujer.
—¡Pero, ¿qué te sucede, Emilie?! —espantada, se levantó del sofá para sacudir su pie, asqueada de ver sus nuevos zapatos estar arruinados por el té de la tarde— ¡Eran una edición exclusiva!
—Quiero dejar bastante claro una cosa —ignoró su queja para mirarlos con molestia—. Agatha fue una Collins y ninguno de su asquerosa familia podrá cambiar eso —los Howard iban a refutarla, pero Emilie no lo permitió—. Ni al caso viene el recordarles que, de mi parte, nunca los he estimado y sólo he soportado compartir espacio con ustedes para acompañar a mi nuera, porque con la… —los recorrió de pies a cabeza— escaza calidad que demuestran como padres era comprensible el por qué inventaba excusas para no tener que verles las caras muy a menudo.
—¿Cómo se atreve…? —intentó decir Theo, pero Emilie lo interrumpió.
—Les exijo que se marchen de esta casa —sentenció con severidad causando una risa burlesca en Helen, sin embargo, Emilie no se dejó intimidar y le contestó con la misma mirada irónica— ¿Qué sucede, Lady Helen? ¿Cree que no tengo la autoridad suficiente para poder echarlos? Le aseguro que los sirvientes estimaban demasiado a mi querida Agatha, por lo tanto, estarán gustosos por complacer mi exigencia, porque si ustedes no se van por las buenas, me veré en la obligación de dictar una sola orden y ellos se encargaran —la sonrisa de la mujer se esfumó.
En cuanto los Condes de Jersey comenzaron a reclamar sobre que también tenían el derecho de poder estar en esa casa, David no lo soportó más y, con una humildad mezclada con pesar, se dirigió hacia Lady Emilie:
—Por mi parte, usted no se preocupe —dijo—. De todas maneras, no pensaba seguir prologando mi estancia cuando mi deber es regresar con mi familia…
—¡Ah, que bueno que abriste el tema, David! —interrumpió Theo como si nada— ¿Cuándo será el día en que nos visites junto a tu familia? Han pasado varios años y ni siquiera conocemos a nuestros nietos.
David frunció el ceño con molestia.
—¿Y que insulten a mi familia como lo hacen con mi sobrina y hermana? —negó con la cabeza—. No. No lo permitiré.
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Editado: 13.09.2025