Abrió los ojos de golpe tan pronto un ruido lo alertó. Alguien intentaba abrir la puerta mientras llamaban a Casandra para saber si se encontraba bien. Era Lady Emily.
Se pasó una mano por el rostro y frunció el ceño al encontrarse con paredes celestes inundadas de flores blancas; cortinas rosadas que apenas dejaban entrar la luz solar de la mañana y muebles con ornamentación cuidadosa y sin nada que lo hiciese ver como algo descuidado. Al igual que el resto de la casa, no había ni un solo objeto fuera de lugar. Todo se veía perfecto para alguien encantadora como la joven, solo siendo arruinados tanto por él como por Roy, que roncaba a los pies de la cama.
James se sintió abrumado por la cantidad de color. Luego volteó hacia la joven y, con cierta ternura, se dijo que la habitación lucía tal cuál era ella: escalofriantemente adorable. Una lástima que no le prestó atención la noche anterior o la habría distraído al molestarla con tal de distraerla de su tristeza y robarle una sonrisa.
—Cass —la movió con suavidad. La joven suspiró y, sin importarle que su cabello le cubriese casi toda la cara, siguió durmiendo. James se acercó y le apartó unos cuantos mechones—. Cass, tu abuela está aquí.
Casandra abrió los ojos de golpe y se sentó con brusquedad, dejándolo asombrado.
—¿Mi abuela… qué? —espantada, preguntó en un susurro mientras ladeaba la cabeza hacia la dirección en la que escuchó la voz del Sr. James.
—Eh… sí. Está por entrar… —murmuró antes de perderse en la imagen mañanera de la joven. Usando un camisón blanco que la cubría del intenso frío de la noche en conjunto con la maraña de cabello rubio desordenado que muy apenas ocultaba su cansado rostro, se le hizo todavía más encantadora que antes. La miró embelesado— Al parecer a usted le divierte tentar a los hombres, señorita Collins. ¿Le han dicho que se ve arrebatadoramente hermosa esta mañana?
Casandra se sonrojó al imaginar su desastroso aspecto.
—No diga mentiras, mi lord —dijo con vergüenza—. Debo estar horrible.
Él sonrió ladino, sin apartar los ojos de su dama.
—Imposible. Nunca le he mentido. Usted se ve… —otro golpe de nudillos en la puerta los alertó, recordándoles que estaban en un serio problema.
—Casandra, ¿te sientes bien, querida? —la voz de Emilie resonó preocupada tras la puerta. Al no recibir respuesta, es que la dama se colocó más nerviosa que segundos atrás— No contesta, Agnes. Ve por la ama de llaves tan rápido como puedas —James se recostó y rodó sobre sí mismo hasta que cayó de la cama, arrastrándose para ocultarse bajo ésta. El ruido alteró a Lady Emilie— ¡Casandra, ¿está todo bien?!
—¡Sí, abuela! ¡Ya les abriré! —alzó la voz tratando de no sonar nerviosa. Al recibir una respuesta por parte de la dama, la joven preguntó en un susurro— James, escuché un ruido pesado, ¿todo bien?
Roy descendió de las mantas con curiosidad y olfateó por debajo de la cama en un intento de buscar al hombre.
—Por supuesto. Sólo me escondí. No te preocupes —respondió en el mismo tono mientras intentaba apartar al perro que creía que estaban jugando.
Cassie prefirió creerle y se levantó para ir a abrir la puerta. Al hacerlo, su abuela arqueó una ceja e ingresó como si nada mientras Agnes le indicaba a una criada que prepara el baño, ambas ignorando a las damas a sabiendas que podría armarse una pequeña discusión. Emilie observó con ojo crítico el cuarto como si tratara de buscar algo, pero, al percatarse que lo único desordenado era la cama, pronto desistió de su mal presentimiento y volteó hacia su nieta, que jugueteaba con los dedos de manera nerviosa.
—No quiero volver a saber que te encierras —la reprendió con seriedad—. Sé que necesitas tu espacio en estos difíciles momentos, pero no voy a aceptar que te aísles más de lo que ya se te permite, ¿entendido, señorita?
—Lo… lo siento. No me di cuenta —mintió, pero su abuela no lo notó.
En cambio, se acercó y, con bastante cuidado, sostuvo el rostro de su nieta percatándose que todavía se veía demasiado demacrada debido a las infinitas lágrimas que había dejado caer en el mes. Aunque, a diferencia de días atrás, un pequeño brillo parecía querer instalarse en esos ojos fijos en la nada— ¿Qué veo aquí? ¿Acaso hoy es un día distinto?
—Tal vez… —respondió muy apenas— Si mis abuelos todavía siguen en casa, bajaré a desayunar para que no exista conflictos con ellos.
—Oh, querida. No causas ningún conflicto —resopló la dama—. Son solo personas amargadas que disfrutan de amargarnos nuestras vidas, pero los soportaremos hasta mañana. No te preocupes —su atención se dirigió hacia Roy, que parecía muy entretenido en buscar algo bajo la cama mientras movía la cola con bastante entusiasmo— ¿Qué le sucede al perro?
—¿A quién? —preguntó nerviosa.
—A Roy, ¿quién más, querida? —arqueó una ceja con curiosidad—. Parece entusiasmado en querer meterse bajo tu cama…
Casandra quiso desaparecer en ese momento, y sólo rogó porque su abuela no tuviese la fantástica idea de ir a revisar por su propia cuenta qué —o más bien quién— era lo que tanto parecía fascinar a su amado perrito.
—Es un juguete —explicó con lo primero que se le ocurrió—. Se le debió haber caído. Ese fue el ruido que debió escuchar hace unos minutos.
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Editado: 13.09.2025