Una Luz para Almas Peculiares (prejuicios #2)

CAPÍTULO 23

—¿Estás segura que nadie se dará cuenta?

—Ya te lo dije —dijo la pelirroja mientras acomodaba el chal negro sobre el cabello rubio de su amiga—. Me verán a mí y concluirán que podrías ser una prima extraña de nuestra tribu de brujas. Esas sabandijas que tenemos por sociedad son tan cobardes que no se acercarán por miedo a que podamos hacerles algo.

Casandra asintió, permitiendo que terminaran de ocultarla para así poder salir de casa sin que nadie se percate.

Fue en aquella misma tarde en que, luego que hubiese comprobado que James logró escapar sin ser atrapado, Hazel Allen se apareció sin anunciar alguna visita y con la exigencia de verla. Por lo que Casandra, antes de que sus abuelos maternos se dieran cuenta, se la llevó hacia su alcoba donde recibió una noticia que le había hecho olvidar un poco su tristeza para ser reemplazada por la preocupación, pues su querida Lilian estaba a punto de tener a su bebé.

Fue tal el asombro, ya que el bebé venía adelantado por casi un mes, que la joven le pidió a su amiga que la ocultara y le ayudase a escapar de casa. La señorita Allen así lo hizo, buscando un chal negro —acorde al luto que Casandra vestía y que le impedía salir al exterior— y luego se dedicó a cubrir el cabello rubio lo mejor que pudo, pues Cassie estaba tan ansiosa como preocupada que no dejaba de moverse, aun si Hazel le daba leves jalones de cabello para que se quedase quieta por un segundo.

—¡Ay, eso duele! —se quejó a lo que la pelirroja alzó muy apenas la comisura de los labios, concentrada en ajustar lo último del chal— Lo haces a propósito.

—¿Qué cosa? —se hizo la tonta justo antes de apartarse—. Ya estás lista, pareces toda una Allen. Nadie lo notará.

Casandra sonrió y llamó a Roy, quien ya estaba preparado con su correa que ambas le colocaron con cuidado. Sin embargo, cuando apenas lo agarró como de costumbre, la puerta fue abierta de par en par y tuvo que sostener a su perro con fuerza, puesto que Roy se escandalizó de pronto y comenzó a ladrar de manera desesperada, como si tuviese una rabia que la joven no podía entender.

—¡Ay, santo cielo! —chilló la voz de una dama que Cassie identificó como la de su abuela Helen, que ya tenía una mano sobre su asustado corazón— ¡¿Por qué sigue esa bestia aquí?!

—¡Lo siento, abuela! —se disculpó mientras intentaba calmar a su perrito— ¡Roy, basta!

El perro dejó de ladrar, pero no abandonó su posición de alerta que le advertía a la recién llegada que no se acercase o volvería a atacar. Helen lo miró con desagrado y Hazel arqueó una ceja al percatarse del gesto.

—Deberías mantener a esa bestia en el jardín, tal como debe ser —se sacudió la falda como si quitara cualquier rastro de suciedad, pese a que el animalito no la hubiese tocado. Al percibir el vestuario de su nieta y, en especial, en la presencia que la acompañaba, Helen endureció la mirada—. ¿Se puede saber a dónde piensas ir?

—Pues… —la rubia agachó la cabeza en un gesto tímido, pues nunca supo cómo debía interactuar con su abuela cuando nunca estuvo presente. Y, las pocas veces que la visitaban, solía regañarla por cualquier nimiedad— Mi amiga Lilian nos necesita. Va a tener a su bebé y yo…

—No puedes ir —le negó de forma abrupta. Hazel la observó con frialdad, sin pestañar y sin disimular el desagrado que le provocaba la mujer.

Desde que los había visto por primera vez, hace semanas atrás, algo en ellos no le causaba confianza alguna. Primero, ni la Condesa Helen ni el Conde Theodore les había permitido visitar a Casandra cuando más lo necesitaba, cerrándoles la puerta en la cara cada vez que ni Lady Emilie ni Lord Collins podían recibirlos. Y ahora que advertía la prepotente actitud de la señora, podía, tal vez, empatizar con el perro que parecía ansiar el arrancarle la garganta de un mordisco.

Hazel la recorrió con la mirada de pies a cabeza, con un enfado tras su rostro que no reflejaba ninguna emoción.

Lo único que esperaba era que ellos se fueran al mismísimo infierno para que Casandra pudiera pasar el luto tranquila sin tener que soportar a esa mujer tan insoportable. Tan insufrible que Hazel, de pronto, tenía ganas de jugar con sus pinzas de tortura y permitir que Lady Helen aguantase un abrazo cariñoso —apretado y asfixiante— de su querida Obsidiana.

“Es la abuela de tu amiga. Sólo aguanta” se dijo la señorita Allen, pese a que la paciencia era una virtud de la que carecía.

—¿Por qué no puedo ir? —inquirió la señorita Collins con el ceño fruncido— Se trata de Lilian, de una de mis mejores amigas…

—Eso lo entiendo, pero estamos de luto —interrumpió con voz severa, tratando de ignorar al terrible perro que no apartaba los ojos de ella—. Eso significa que no hay reuniones sociales, ni cortejos ni visitas. No al menos durante seis meses.

—¡Pero es un asunto urgente, abuela! —exclamó frustrada por no conseguir lo que quería— ¡Ella nos necesita en un momento como este!

—¡No me alces la voz, jovencita! —exclamó con enfado a lo que la señorita Collins se mordió los labios mientras la pelirroja cruzó los brazos, cada vez más convencida de llevarla a conocer a la serpiente—. No es nuestra culpa que la señora Lilian esté en labor de dar a luz cuando tú, señorita, estás pasando por algo tan doloroso como lo es el luto. Son problemas distintos, y no podemos salirnos del protocolo o los vecinos hablaran si te ven salir de la casa cuando apenas llevas un mes en el que falleció tu madre.




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