Una Luz para Almas Peculiares (prejuicios #2)

CAPÍTULO 25

James Allen se había encerrado en su laboratorio.

Era el siguiente día, durante la tarde, cuando sus objetos se habían convertido en victimas de cualquier desquite que pudiese tener: sus cuadernos y libros de investigación, exhibidores de insectos, pluma y tinta, su escritorio, entre otras cosas. Su corazón estaba herido y aun no lograba pensar claramente para poder actuar, por lo que era Roy el único que presenciaba esos arrebatos, asustándose y queriendo escapar cuanto antes para poder salir de casa y regresar junto a su dueña —a la única que extrañaba—, que no podía dejar de lamentarse ni de rasmillar la puerta para poder huir de allí.

En eso, con la intranquilidad desde el día anterior, Lady Allen consiguió encontrar la llave que se le había perdido —más bien, que James había escondido— y abrió la puerta del laboratorio, dejando que Roy saliera de allí. Morgana no le tomó importancia al creer que se marchó para ir a comer y volvió a cerrar la puerta tan solo para detener a su hijo y calmarlo del terrible sufrimiento reflejado en la rabia de sus movimientos y en los jadeos ansiosos por algo que, evidentemente, sospechaba que tenía que ver con la señorita Collins.

—La perdí —murmuró una vez calmado, dejándose caer en el sofá con los ojos perdidos en la nada—. Se acabó…

Morgana, que no le quitó los ojos de encima, comentó:

—Las personas que más dolor se guardan son las que más sonríen… Supongo que tienen razón en ello.

—Madre, basta…

—Te he observado desde que has regresado —continuó ignorando su queja—. Has dejado de comer ciertos alimentos, deambulas por las noches como alma en pena al no poder dormir y, ahora, tu motivación de existir parece ser esa joven que te ha roto el corazón —frunció el ceño con disconformidad—. Sigo sin comprender tu capricho con ella…

—¿Mi capricho? —se incorporó sin creer lo que su madre insinuaba.

—Sé que quieres escapar de esta familia, pero te conozco y te cansarás de esa señorita si las cosas continúan como hasta ahora —siguió diciendo con absoluta seriedad en una cordura poco común en su persona, hablándole por fin de lo que tanto calló al creer que su hijo estaría bien con alguien como Casandra Collins, y no terminaría… tan desastroso como ahora—. Deberías verte ahora mismo para que te des cuenta que ella, al parecer, no es para ti.

—¿Qué? —James se levantó del sofá y dio vueltas por el laboratorio—. ¿Cansarme de ella? ¿escapar de la familia? ¡¿qué Casandra no es para mí?!

—Soy tu madre, James. Te guste o no, te torture o no, yo te traje a este miserable mundo y eres lo mejor que he tenido, tal como tus hermanos —afirmó Morgana acercándose para tomar su rostro entre sus pálidas y vampiresas manos, intentando comprender el dolor que había en los ojos de su hijo—. Y es la peor de las torturas saber que te decepcionamos tanto que pretendas buscar una esposa que te aleje de una vez por todas de nosotros, aun si esa joven no es para ti.

—Ella no fue la que me destruyó… —se alejó de esas frías manos e intentó calmar el tumulto de emociones que parecía ser un tornado en su interior.

Su madre estaba equivocada.

—¿Te has mirado, acaso? —le volvió a señalar— Sé que la única que podría dejarte en este estado de miseria destructiva es la señorita Collins…

—¡Que ella no lo hizo! —exclamó con rabia. Morgana no se exaltó, pero si apareció el brillo de la intriga y la sorpresa en sus ojos ya que jamás sus hijos le habían alzado la voz— ¡Fue el maldito conde que se dejó llevar por la escoria Lady Howard! ¡Ellos me apartaron de Casandra como si yo fuera un vil depredador que le haría daño! —Lady Allen frunció el ceño con evidentes ganas de ahorcar a quien acusase a su demonio de esa manera—. No mentiré cuando digo que si esperaba una esposa distinta a la que nuestra familia podría estar acostumbrada, pero debes creerme cuando mi corazón afirma que arde por ese sol que llegó a mi vida —la duquesa parpadeó al ver a su hijo reírse como un loco, como quien descubriese el elixir de la vida y se le fue arrebatado de un momento a otro— Ella es para mí, madre. Definitivamente es para mí. Si pudiera, me arrancaría los ojos sólo para dárselos y que pueda recuperar su visión, que pueda conocerme… No podría dañarla ni aburrirme de ella, ¿no se da cuenta? ¿es que nadie lo nota? —la miró desesperado, de una manera que Morgana Allen nunca lo había visto—. Yo destruiría el mundo entero si eso le permitiese vivir sin los prejuicios de una sociedad que nos aborrece… Y ahora me han apartado de su lado…

El silencio fue lo único que se percibió por los siguientes minutos. Lady Allen todavía seguía asumiendo las palabras de su hijo, el dolor de un amor difícil por las circunstancias… Ella casi estuvo por vivir lo mismo durante su época de juventud y sus padres concretaron un matrimonio con otro hombre, sin embargo, su querido Vladimir formó el mayor escándalo que logró romper su compromiso para que ambos pudiesen casarse al besarla en medio de la multitud. Ella lo siguió sin pensarlo, enloquecida por dejar de sentir que su alma estuviese a punto de ser destruida al separarse del amor de su vida y fue una decisión de la que jamás se arrepintió, pero no sabía si la señorita Collins sería igual de alocada como para cometer una locura con su hijo que pudiese unirlos para siempre.

En el fondo, esperaba que Casandra Collins amase tanto a su hijo como para seguirlo sin dudar y compartir la vida al lado de un Allen. De alguien a quien la sociedad los mirase en menos…




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