La euforia del público aumentó de manera considerable ante la expectativa del próximo espectáculo que había sido anunciado hace tan sólo unos segundos: quien ganara, se enfrentaría al recién adquirido rottweiler. La pelea, detenida por la nueva información, continuó luego de que el anfitrión del lugar saliera de la zona de lucha, conocida como la arena, atrayendo la atención de sus más fieles apostadores.
—Roy se sentirá tranquilo si los ve a ustedes —opinó Andrew al observar a James y a Lord Collins—. Por lo tanto, me quedaré con Lord Allen para vigilar la entrada de esa habitación —señaló con discreción hacia donde ocultaban a los demás animales.
—¿Están seguros? —indagó James.
Vladimir se mofó y abrazó al Duque de Somerset por los hombros.
—No nos subestimes, hijo —palmeó el torso del duque, que frunció el ceño un tanto incómodo por el gesto—. Mis habilidades de actuación son fantásticas, ¿o no sobrino? —Andrew, confundido por la manera de ser nombrado, titubeó un tímido “sí” —. Además, nuestra apariencia nos hace ver como los más intimidantes del grupo. No se preocupen por nosotros y vayan por el perro.
Pese a estar inseguro con dejar a su excéntrico y alocado padre como el guardia del plan, James decidió continuar. Tras darle una gélida mirada a Lord Frederick, se adentró rápidamente apenas notaron que los trabajadores dejaron de custodiar la entrada. El conde lo siguió en silencio.
Allí, lo primero que vieron fueron las jaulas apiladas una sobre la otra en donde decenas de perros de distintas razas, estresados por el encierro, asustados por no saber qué les sucedería y hambrientos con la intención de aumentar su agresividad, se encontraban ladrando sin parar y algunos hasta ya salivaban por rabia. James apenas hizo una mueca y ladeó la cabeza con incomodidad, en cambio, Frederick no pudo evitar cubrir sus oídos al sentir que esos animales le dejarían incapacitado de estos con tanto ruido que hacían.
—Esté atento. No podemos permitir que nos descubran —ordenó el joven con un tono más alto de lo habitual mientras avanzaban entre las jaulas—. Y recuerde, no pierda su arma.
—Santo cielo… —susurró el conde sin creer el estado de esas pobres criaturas, entendiendo que no debía perder el arma que le habían prestado. El Sr. Allen había sido inteligente en llevar objetos para defenderse porque, si no eran los humanos quienes los asesinarían, estaba seguro que esos animales lo harían debido a la desconfianza que podrían tener.
Al pasar por medio de las cajas que aprisionaban a esas criaturas, estos comenzaron a gruñirles y algunos estaban decididos a tirar a morder si se acercaban demasiado. Eran animales entrenados para matar, respondiendo a su instinto de poder conseguir comida de dónde sea, desconfiando de aquellos seres que se hacían llamar humanos… Lord Collins sintió miedo de sólo imaginar que las jaulas caerían sobre él, sin embargo, tragó saliva y se hizo el valiente para mirar a cada uno con la intención de buscar al perro de su hija.
Debía encontrarlo. Roy tenía que estar allí.
Entonces, ¿por qué no lo hallaban?
—¿Está seguro que está aquí? —inquirió con nerviosismo—. No veo a un rottweiler en ninguna de las jaulas.
James frunció el ceño. La verdad es que él tampoco podía ver a ninguno por más que miraba bien por si, la poca luz de aquel cuarto, lograba camuflar al animal cuyo pelaje era tan negro como la noche misma. Sin embargo, no estaba por allí.
Al menos no en ese pasillo.
—¿Dónde estás, Roy…? —se preguntó en un susurro, continuando su camino. El conde lo siguió, doblando hacia el siguiente pasillo.
No obstante, poco pudieron hacer cuando el sonido de pisadas se manifestó y los alertó. Fred y James apenas se escondieron tras una pila de jaulas, justo en el momento en que un hombre de mal aspecto, andrajoso y sudoroso se paseaba por ese mismo lado del cuarto. Silbando una melodía, sostenía un palo de metal con punta de manera amenazante y, con su mano libre, les lanzaba la mitad de un pan a cada perro luego de hacerlos callar con insultos y escupitajos. Estos, tan hambrientos, apenas se comían en dos bocados la única comida del día y volvían a ladrar exigiendo todavía más.
—¡Ya cállense, bestias inútiles! —el viejo hombre tosió y golpeó con el palo a una de las jaulas, casi obteniendo un mordisco por parte de un bulldog en especial. Este había perdido una de sus patitas traseras después de participar en varias peleas, por lo que ahora lo utilizaban de carnada para los otros. Por suerte, su experiencia desde cachorro lo llevó a sobrevivir a las cinco batallas que vinieron después de esa herida tan grave. Tan impresionante logro había cautivado a los clientes, por lo tanto, el dueño del recinto ordenó que, pese a ser un animal discapacitado, no debía ser sacrificado— ¡Ya me tienes harto! —tomó una cubeta de agua para mojar a la criatura antes de escupirle con desagrado— ¡Espero que el amigo que tienes se deshaga de ti de una vez por todas!
Fue aquí que, en la jaula de al lado, otro perro comenzó a gruñir en busca de defender al amigo que había hecho. El anciano volteó y, con burla, comenzó a reír enseñando sus dientes amarillentos al reconocer al rottweiler que Maurice, su jefe, había obtenido hace tan solo unas horas.
—No te molestes en defenderlo —le dijo con sorna antes de señalar al bulldog que se lamía para quitar el exceso de agua que recibió—. Él podría matarte un día de estos. No tienes experiencia, después de todo —el rottweiler agachó las orejas y le enseñó los colmillos en advertencia. El anciano lo observó con una lástima fingida— ¡Vaya! Al parecer venías de una buena familia, ¿no?... Qué bueno que se dieron cuenta a tiempo para qué habías venido a este mundo y te hayan abandonado —se le acercó y murmuró—, porque aquí es donde perteneces, maldita escoria —Roy intentó morderlo, pero la jaula lo detuvo. El hombre, molesto por el atrevimiento, iba a golpear la caja con un palo cuando en eso apareció el mismo hombre que había dado el gran anuncio del siguiente enfrentamiento: Maurice.
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Editado: 18.10.2025