Sólo voy a advertir que aquí aparecerá la mascota de Hazel, para que aquellos que no les gusten las serpientes, estén advertidos.
¡Disfruten el capítulo!
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En las profundidades de aquel extraño hogar donde convivía la familia más peculiar de todo el país, mientras los sirvientes y los dueños realizaban sus quehaceres como era su rutina, se podían escuchar los gritos alaridos de alguien pidiendo por ayuda. Morgana Allen, quien estaba terminando unos ajustes de la lista que Lord Crawford les envió para la boda con su hija, levantó la cabeza del papel y sonrió complacida: su esposo se estaba divirtiendo con el nuevo juguete que su querido demonio James le había traído hace unos días y hoy por fin pudo liberar la eterna energía que albergaba en su cuerpo.
—Charlie —su hijo menor, que estaba atando cuerdas en los muebles con intención de que los sirvientes tropezaran con su trampa, miró a su madre con una sonrisa inocente—, utiliza cuerda negra. Pasará desapercibido.
—Sí, mamá —respondió el niño aceptando su consejo.
Hazel, que estaba recostada en el sofá leyendo el diario de una difunta tatarabuela acusada de brujería, observó la escena con una mueca y bufó. Charles nunca dejaría de hacerle la vida imposible a quien se le cruzara por el camino, pero, mientras no fuera ella la involucrada, todo estaba bien. No estaba de humor para soportar las travesuras de su pequeño hermano.
—No me parecen convincentes las condiciones de ese hombre —comentó Morgana con disgusto—. No comprendo, Hazel, ¿qué le has visto a Lord Crawford?
La señorita no hizo ningún gesto que delatara sus pensamientos cuando respondió que el hombre había sido el único que la aceptó como esposa. Lady Allen arqueó una ceja sin creer en la vil mentira que brotó de sus labios. Desde hace poco más de un mes que la había estado observando y cada vez estaba más convencida de que le sucedía algo, sin embargo, por más que le daba vueltas al asunto para sacarle información, su hija, muy sabia e intuitiva, lograba esquivarla de manera eficaz. Eso la enorgullecía, pero también la enfadaba porque sabía que estaba cometiendo un error.
Lord Crawford pertenecía a una familia desagradable. Era el único heredero al título de Vizconde de Hereford y ya se había librado de su hermana, la malcriada señorita Crawford —que años anteriores intentó molestar a su Hazel y a sus amigas— al casarla con un anciano decrépito, el Conde de Portland. No era un hombre decente, es más, el día en que apareció en la casa junto a Hazel, no había dejado de juzgarlos hasta por el mínimo detalle. Que la casa de los Allen le pareció muy oscura y triste, que le pareció horroroso que no asistieran a la iglesia y, ahora, para variar, no permitía que su hija utilizase ninguna prenda oscura ni que hubiera decoraciones góticas para el día de su boda.
—Pues no parece aceptarte por completo —opinó, leyendo alguna de las peticiones del vizconde— “La novia debe utilizar blanco; la boda se celebrará en una iglesia y como flores habrá margaritas, son más baratas; y nadie, absolutamente nadie de la familia Allen, puede parecer como si hubiesen salido de un funeral…” ¿Qué significa esto? ¡Además, es un tacaño!
Hazel frunció el ceño, incorporándose. ¿Qué demonios era eso de que ella vestiría blanco?
—¿Intenta purificarnos con ese color? —preguntó Lady Allen al sentirse insultada, dejando de golpe en la mesita el papel que ya había revisado—. Tu padre consintió esta boda porque tú lo has querido, pero no podemos aceptar que el vizconde pretenda cambiar nuestra manera de ser. ¿Hazel, en qué te estás metiendo?
La joven se mordió el labio, incómoda por tal regaño. Recordó aquel día en que, durante una reunión a la que su madre la obligó a asistir para no ser una maleducada ante esa estresante sociedad, convenció a Lord Ian Crawford para casarse apenas se enteró que el hombre había estado tan desesperado por un matrimonio como ella estaba desesperada por deshacer el destino que sus sueños le habían revelado. Era un trato simple. Se suponía que ese hombre nunca la molestaría ni interferiría con su vida más allá de asistir a reuniones sociales donde ella se mostraría como vizcondesa y, sin embargo, lo primero que hizo fue irritarla con sus peticiones.
Odiaba el blanco. Odiaba cualquier color que no fuese un tono de rojo muy oscuro o el negro como la noche, es más, envidiaba a las viudas porque ellas podían vestir con elegancia sus mejores prendas oscuras sin que las criticasen. Y ahora aquí estaba, apenas enterándose que su prometido deseaba verla con blanco… para purificarla de cualquier maleficio que ella, como supuesta bruja, debía traer consigo.
Pese a esto, no podía mostrar algún rastro de duda con su decisión, no cuando aquel sueño seguía persistiendo cada noche de maneras en que apenas podía descansar gracias a esa tortura mental.
“Nunca debí permitir que ese hombre me besara…” pensó al recordar el atrevimiento de Lord Gallagher. Un recuerdo que no parecía querer esfumarse de su subconsciente y eso la mantenía irritada, tan irritada como segura de la decisión que estaba tomando.
Eric Gallagher lo había arruinado todo con el beso que traería una muerte en un ser que ella sentía que apreciaba, por lo tanto, sería la encargada de que eso no sucediese jamás si esa boda, que aparecía de manera constante en sus pesadillas, se daba con cualquier otro hombre, aun si ese fuera el insípido Ian Crawford.
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Editado: 18.10.2025