Luego de transcurrir poco menos de dos meses, la cuenta regresiva dio comienzo: ya solo quedaban tres semanas para que James Allen y Casandra Collins se unieran en sagrado matrimonio. O, al menos, era así como ellos lo veían. Y es que nadie que conociese a los Collins podía comprender cómo es que permitieron que una joven caída en desgracia, como la señorita, pudiese desposar a un hombre de tan cuestionable reputación cuyo apellido manchaba el título prestigioso de lo que suponía ser un duque. Era, a ojos de la sociedad, condenarla a una vida desdichada casi como si la estuviesen abandonando como aquellos mendigos que también habían perdido la capacidad de la vista.
—No lo comprendo, mi lady —dijo una de las damas que participaron de la reunión en un salón de té—. Todo el mundo sabe los gustos extraños que ese hombre tiene por embalsamar animales, ¿y si de pronto surge un retorcido deseo por hacerle lo mismo a nuestras hijas? ¿No le preocupa, mi lady, que su nieta se convierta en la primera víctima del heredero de los Allen? Por supuesto, si es que ya no ha comenzado a serlo.
Lady Emilie estaba colmada de paciencia, reprochándose el aceptar la invitación de esas mujeres para asistir a la reunión social en aquel salón de té. Por un día deseaba distraerse y resulta que todo había sido debido al morbo y curiosidad que causaba el compromiso de su amada Casandra con aquel joven, compromiso que ya había sido anunciado de manera oficial hace unos días y que causó gran revuelo en las personas más cercanas a su círculo social.
—Le aseguro que no existe candidato más perfecto y correcto para ser el esposo de mi nieta que el Sr. Allen que ustedes tanto desprecian —respondió apenas posó con elegancia la tacita de té sobre la mesa—. ¿O qué? ¿tienen pruebas de algún crimen que él haya cometido? —las damas, que no eran más de seis, se miraron unas con otras sin saber cómo contestar cuando la verdad de las cosas es que no había prueba que pudiese demostrar la falta de cordura de James Allen. Emilie sonrió con frialdad, recogiendo su sombrero para levantarse de allí—. Sepan algo, mis amables y encantadoras damas, que mi nieta se convertirá en una duquesa muy pronto. Y que aquel hombre le cumplirá cada capricho que ella desee porque, a diferencia de muchas que estamos en esta mesa, él derrocha amor y pasión por mi Casandra. Por lo tanto, estoy segura que no existe hombre más perfecto para ella que aquel que ha hecho todo por buscar su felicidad y que no le faltará nunca a su mujer. Es una fortuna para nosotros que ustedes no hubiesen visto potencial en el Sr. Allen, porque ahora será mi nieta quien gozará de compartir una vida próspera y sin preocupaciones a su lado. Ahora, si me disculpan, tengo asuntos que atender —dejando un poco de dinero sobre la mesa para pagar su té, se retiró sin más qué decir, sabiendo que aquellas sanguijuelas aun tendrían las ganas por saber más detalles debido al morbo causado por tan peculiar pareja.
Un hombre que lleva la etiqueta de no estar cuerdo debido al pasatiempo que práctica y familia de mala reputación que le precede.
Y una joven que tenía todo para ser el diamante de la temporada, pero que, sin embargo, cayera en desgracia al quedar ciega a tan temprana edad…
Emilie sacudió la cabeza con indignación, decidida a que aquellas opiniones de extraños no le carcomiesen la mente. Casandra estaría bien con James, pues fue el único que realmente se había esforzado por obtener la mano de la joven sin importarle nada más que su independencia y felicidad.
Sí. Él era el hombre más perfecto y correcto que debería convertirse en el esposo de su nieta adorada. Nadie más.
Y por suerte, a ninguno de los involucrados en tal chisme social les importaba en lo más mínimo las opiniones del resto, viviendo así su día a día esperando que el momento más esperado llegase lo más pronto posible.
Luego de su cita en el picnic, Casandra y James se propusieron a trabajar en conjunto con aquello que los mantenía atados sin poder continuar. Ciertos días a la semana, la señorita Collins le pedía a la cocinera de su hogar que le preparase algunos alimentos en los que escondiese la carne para así llevárselos al Sr. Allen, no obstante, no contó con que el hombre tuviese un olfato capaz de distinguir aquel olor que aborrecía y, como si fuese detective, buscase hasta el cansancio entre los pequeños platillos hasta encontrar al culpable que impedía que él pudiese disfrutar de la comida, dejándolo a un lado del plato. Hubo días en los que la familia Allen ya no sabía qué hacer con James, tanto así que, con la poca paciencia que los caracterizaba, Hazel y Charles sostuvieron a James con todas sus fuerzas mientras era Vladimir quien intentaba hacer que su hijo pudiese comer un solo trozo de carne. Uno. Pequeñito. No pedían nada más, pero no resultó ni por las buenas ni por las malas.
Casandra, no obstante, no se mostró contenta con ello y Lady Allen, que se dio cuenta que la joven estaba a punto de desistir con sus esfuerzos —y debido a la preocupación que su hijo le causaba al no alimentarse como corresponde—, la apartó a un lado, mientras el resto no soltaba a James, y le describió con exageración el estado físico de su atarantado retoño: su pálido rostro cual fantasma en pena que no podía descansar y una delgadez que se notaba en sus pómulos que sobresalían, con sus mejillas que cada vez más se parecían a las de un cadáver que estaba cercano a convertirse en sólo un esqueleto.
La señorita Collins, por supuesto, se horrorizó en cuanto la afligida dama le expresó su intranquilidad.
—¿Cómo? No estaba tan mal la última vez que toqué su rostro —sin esperar palabras de la dama, alzó la mano y, con cuidado, intentó caminar mientras llamaba a su prometido. Al verla tropezar, Lady Allen se adelantó y la guio en dirección a su hijo, quien apenas logró escapar de la fuerza que sus hermanos imponían sobre él— ¡James, James! ¿Por qué no me has dicho que has empeorado con la alimentación? Pensé que sólo era sobre la carne, ¿cómo es eso que pareces un cadáver andante de la noche a la mañana?
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Editado: 15.11.2025