Lilian no podía pensar con claridad, pues demasiadas dudas estaban surgiendo en su mente que le traía malos recuerdos. ¿Por qué el conde estaba de rodillas ante su madre? ¿por qué su madre parecía asustada? ¿por qué él le pedía disculpas? ¿de qué? ¿acaso algo malo le ocurrió a ella?
Con sólo imaginarse un terrible escenario entre ambos, es que ingresó a la habitación sin apartar los ojos de Frederick Collins.
—Le exijo que hable, mi lord —el conde nunca había visto a esa joven tan enfadada y que hablase con claridad como en ese instante— ¡¿qué le hizo a mi madre?!
Lord Frederick abrió los ojos con impacto por la insinuación implícita en sus palabras y Annette, que entendía el miedo en su hija, intentó tranquilizarla en vano, pues Lilian no desistía en sus miedos hacia lo que aquel hombre pudo haberle hecho a su madre.
—Lady Lethood, no es lo que usted cree —intervino el conde. La joven frunció el ceño.
—Mi lord, déjenos a solas —pidió la marquesa y el conde, aunque no deseaba marcharse, entendió que su presencia sólo alteraría la situación y que la única que podía calmarla era Annette, por lo que obedeció de inmediato. Annette tomó la mano de su hija y la llevó al sofá—. Mi Lilian, Lord Collins tiene razón. No es lo que crees; él no me estaba haciendo daño como piensas —al verla expectante, es que Annette se dio valor y reveló la verdad—. Ha… confesado su afecto por mí.
En realidad, las cosas se salieron de control. Al ver a su hija disfrutar de la velada, Lady Gallagher se marchó para descansar un poco los pies y estar a solas, ya que no estaba segura de seguir soportando a algunas damas que se le acercaban para presentar a sus hijas como buenas candidatas para su hijo. Annette repitió hasta el cansancio que Eric no buscaba una mujer por el momento, sin embargo, como buenas casamenteras, es que dejaban entrever diferentes tácticas para captar la atención de la madre pese a que algunas hicieron énfasis en que no importaba el estado discapacitado del marqués, ya que la compañía de una mujer lo haría sentirse menos solo. Annette no supo cómo sentirse al respecto más que mostrarse ofendida por esas irrespetuosas.
Sin embargo, al ingresar a su salón de descanso, es que se encontró con el Conde de Pembroke leyendo una carta en completo silencio. La marquesa se disculpó por interrumpir su tranquilidad, pero él la invitó a sentarse y entonces ambos, en la soledad de aquella habitación, comenzaron a charlar sobre sus familias y el éxito que estaban teniendo sus hijas cuando, entonces, el ambiente pareció tomar un rumbo distinto: cuando menos se lo esperó, Lord Frederick estaba de rodillas confesándole sus sentimientos sin apartar sus ojos de los suyos. Annette, como era de esperar, se espantó y trató de apartarse. Sólo cuando él percibió el miedo en los ojos de la dama, es que se disculpó con ella hasta que fueron interrumpidos por la llegada de Lilian Lethood.
—¿Qué? —preguntó la joven sin poder creerlo— ¿Es cierto, mamá?
La marquesa asintió tratando de ocultar la tristeza de su alma rota. Acariciándole el cabello castaño de su amada hija, es que se obligó a sonreír con dulzura.
—No te preocupes, cariño —le dijo—. No hay nada entre el conde y yo —bajó la mirada, con la sonrisa disminuyendo al recordar el sufrimiento de su pasado—. No podría aceptar a otro hombre después de lo sucedido con tu padre. Me temo que nunca podré olvidar lo que nos hizo.
A Lilian le recorrió una sensación de escalofrió por todo el cuerpo con solo recordar a Thomas Gallagher maltratarla tan solo por tartamudear debido al terror. Fue doloroso. Fue terrible. Fue tan horrible que sus piernas habían quedado con cicatrices permanentes que le recordaban esos interminables castigos que luego se convertían en abusos dirigidos hacia su madre y le hacía agradecer a Dios porque su Andrew, su amado Andrew, resultase ser todo lo contrario al monstruo que representaba el hombre que la había engendrado. Y que era un buen y amoroso padre que siempre estaba allí tanto para ella como para el pequeño Anthony.
Aferrada a que ahora sabía que no todos los hombres estaban cortados por la misma tijera, es que tomó con suavidad la mano de su madre y trató de comprenderla.
—No todos son iguales, mamá —le recordó con ternura—. Andrew, por ejemplo, es maravilloso, tanto que lo amo profundamente. Y Eric… —suspiró—, podrá tener su aspecto y seriedad, sin embargo, es más noble de lo que él incluso cree que es. En cuanto al conde…, de lo que recuerdo, es un buen padre y estoy segura que ha sido un buen esposo. Casandra nos ha contado sobre ello y yo también lo he presenciado —se mordió el labio con la duda en sus ojos, debatiéndose en si alentar a su madre a que merece ser amada o protegerla de cualquier daño—. Aun así, no estoy segura sobre qué pensar de esta situación. A Eric no le gustará saber de esto y Cassie… bueno, aunque es amorosa, se trata de su padre…
—Eso lo hace peor —Annette se sintió culpable—. Aun no pasa el año desde que mi querida amiga pereció y, aunque me di cuenta que ella nos ha dado su bendición a través de las cartas que nos ha dejado, no puedo hacerle eso a la señorita Casandra y mucho menos a Agatha. Además… —apartó la mirada— no siento nada por él.
Pero Lilian sabía que las palabras del conde habían afectado a su madre, por lo que tan solo se acercó y la acunó en sus brazos como muchas veces Annette lo había hecho con ella. Le susurró con suavidad que no revelarían nada de esa noche, para no preocupar a Eric, y que no volverían a tratar el tema para evitar traer malos recuerdos que los había marcado como familia. Annette, aferrada al abrazo de su hija, aceptó sin desear continuar con la conversación.
#215 en Otros
#23 en Novela histórica
#825 en Novela romántica
romance prohibido, cartasdeamor, aristocracia nobles y caballeros
Editado: 15.11.2025