El señor y la señora Allen disfrutaban de su día especial como si solo estuviesen ellos y nadie más. Habían reído, bailado y disfrutado del banquete que todos estaban seguros que tan peculiar pareja no podría haber hecho mejor elección que escogerse como compañeros de vida, pues él se convertía en los ojos de ella y ella procuraba que él pudiese comer sin problemas, ordenando a algunos sirvientes que apartaran los grandes trozos de carne para que el olor no molestara a su nuevo esposo, porque nunca reveló que ella le había engañado el estómago con su creación de hace unos meses para que se alimentara mejor, y prefería que todo siguiese oculto antes de enterarse que también rechazaría esos rollitos de pasta.
James la observaba tan embelesado que, sin poder resistirse a su encanto, le susurró que dieran un paseo para tener un poco de privacidad. Casandra reprimió una sonrisa traviesa y aceptó.
Apenas el resto regresó a los bailes, él se la llevó a recorrer el campo de la propiedad, confiando en que nadie los extrañaría por un par de horas, con la única compañía de Roy para guiar los pasos de su dueña y asegurarse que no hubiera nada en el camino con el que pudiera tropezarse. No era como si James no pudiese cuidarla por sí mismo, pero era cierto que, en ciertas ocasiones, su torpeza y distracción lo superaban, por lo que prefería que Roy los acompañara para que su esposa —él amaba llamarla de esa manera— no sufriese daño alguno. Mucho menos en su día especial.
—Es poco usual que lo diga, pero me agrada este lugar. Es perfecto para buscar insectos —comentó James al observar el paisaje. Luego frunció el ceño al ver que el cielo dejaba pasar los rayos del sol con una fuerza que quemaba su piel—. Una lástima que se viera arruinado por este clima tan horrible. Ven, vamos a ese árbol. Allí hay bastante sombra —al llegar al lugar, pudo notar el semblante serio de la joven— ¿Sucede algo, Cass? ¿Es porque nos traje hasta aquí?
Ella negó con suavidad.
—No, yo también quería descansar porque es un día muy caluroso. Es sólo que… recordé que este lugar fue lo último que vi antes de…, de quedar ciega —murmuró con tono melancólico. James tomó su mano y se la besó a modo de consuelo que le sacó una sonrisita—. No me malinterpretes. Ya no me trae tristeza este lugar, si lo hiciera no hubiera querido casarme aquí, pero es inevitable sentir nostalgia. ¿Podrías describirme el paisaje?
James observó el terreno y dijo con tranquilidad: —Es un campo muy bien cuidado. Tan verde que, hoy mismo, se ve arruinado por el intenso calor que nos arruinó la caminata —suspiró y luego la miró a ella—. Aun así, es hermoso. El cielo es tan azul como tus ojos y no hay ninguna nube presente que nos indique que el clima podrá cambiar más tarde. Es perfecto, pese a todo. Además, tiene varios árboles en donde podremos refugiarnos y escondernos para cuando deseemos estar a solas —coqueto, terminó susurrando en su oído, consiguiendo que su bella esposa sonriera con diversión—. Oh, el paisaje acaba de mejorar con esa sonrisa lunática, mariposa.
—Basta —rio Casandra. Él sonrió ladino.
—No si con ello consigo hacerte reír —acomodó algunos mechones de cabello rubio que el viento desató de su peinado—. No es mi intención que estés triste. ¿Qué clase de esposo sería? ¡y apenas llevamos tres horas casados!
Ella volvió a reír antes de besar la mano que acariciaba su mejilla.
—No lo estoy, James. Lo prometo —repitió para más tranquilidad del hombre—. Me agrada saber que no ha cambiado mucho con los años. Recuerdo que era un campo abierto, pero que también contenía muchos árboles —James le dio la razón a lo que ella sonrió afable—. En esta casa, en el lugar que nací, siempre había sido feliz y me alegra darme cuenta que mi corazón se siente en paz pese a que fue aquí donde mi vida cambió por completo; aprendí que debo mantener en mis memorias solo esos momentos cálidos y no la tristeza que me trajo durante mucho tiempo hasta que pude regresar aquí —se mordió la mejilla—. Es una lástima que no pueda subir a un caballo. Nunca le perderé el miedo a esos animales.
—No te preocupes, nunca te obligaré a pasear en uno —le besó el dorso de su mano—. Prefiero caminar hasta la eternidad contigo que saber cuánto sufres de terror al estar sobre un caballo.
—Lo lamento…
—Cass, tranquila. De todos modos, no suelo pasear a caballo. Prefiero caminar, nunca sabes lo que te encontrarás en el camino —comentó recordando que siempre se llevaba algún ejemplar nuevo para su colección de bichos.
La abrazó y al escucharla agradecerle por aceptar que su boda sea en ese lugar, es que observa el paisaje y sonríe de medio lado; comprendió que la razón es porque allí, una joven tan llena de vida como Casandra Allen, se podía respirar y vivir la libertad, tanto como las mariposas abundaban en el lugar, todas de distintos colores, tan únicas como lo es su esposa. Acarició su cabello una vez más, sin comprender cómo llegó a enamorarse tanto de un espíritu libre como lo es aquella mujer. Su mujer.
Su amada Sra. Allen.
—Prometo siempre describir cualquier lugar o cosa que me pidas —la besó con suavidad—. No permitiré que olvides tu primer hogar ni como será el que construiremos.
—Qué afortunada soy, Sr. Allen —susurró encantada.
—Al contrario, mi lady. El afortunado soy yo —apoyándola contra el tronco del árbol, ambos se dejaron llevar por el beso que reflejaban todas esas emociones que sentían el uno por el otro, sin preocuparse por nada más. Roy, consciente que podía apartarse, se fue a juguetear entre las flores para darles privacidad.
#215 en Otros
#23 en Novela histórica
#825 en Novela romántica
romance prohibido, cartasdeamor, aristocracia nobles y caballeros
Editado: 15.11.2025