Una Luz para Almas Peculiares (prejuicios #2)

EPÍLOGO

Londres, 1822.

Siete años más tarde.

No existía día en que James Allen, el Duque de Bedford, pudiera respirar en paz. Si bien en toda su peculiar vida ha vivido en estado de alerta ya sea por las trampas que sus hermanos le tendían a modo de diversión o por el mero hecho de encontrarse a sus padres muy acaramelados en cualquier sitio de la casa, pues había que correr si no querías que una imagen tan desagradable se quedase en tu memoria para torturarte por el resto de la eternidad. Esa había sido su vida, hasta que un rastro de ingenuidad le hizo suponer que casarse con su Mariposa Azul, la mujer más hermosa con la que se había encontrado, le daría un poco de respiro después de tanta locura.

Como ya se ha dicho: fue un ingenuo.

Su esposa estaba loca, eso ya lo sabía. Eran iguales, como si hubiese encontrado su media naranja. Pero nada lo preparó para lo que se vendría.

—¿En dónde se metieron esas dos? —masculló deteniéndose en el pasillo que iba directo a su laboratorio, en el cual un reloj marcaba la hora. Revolvió su cabello mientras mordía sus labios, ansioso al ver qué tan tarde iban para el recital de su amada Casandra—. Par de diablas, justo ahora se les ocurre jugar… —se exaltó cuando, de la nada, un “¡Buu!” lo tomó desprevenido. Giró sobre sus talones, encontrándose con unas mocosas de cinco años, conocidas como sus hijas, que se reían a carcajadas por la travesura que cometieron.

Agatha y Navi, las gemelas Allen. O como prefería llamarlas James: un par de diablillas andantes.

Si su suegro, Frederick Collins, apodaba a Cass como un torbellino, definitivamente esas mocosas eran un huracán estando juntas.

—¡Niñas!

—¡El Tío Charlie tenía razón! —dijo una de ellas entre risas— ¡Papá si es miedoso!

—¡James el Miedoso! —agregó la otra, provocando más risas y, en James, ganas de ahorcar a su hermano allí mismo por la mala influencia que ejercía en sus sobrinas, pero el miserable se había marchado a Transilvania y no volvía hasta dentro de seis meses.

Sin duda, por mucho que él se hubiese preparado, nada era comparado a lo que vivía día a día con esas dos.

Cuando se enteró que su mariposita estaba esperando un bebé, sintió el mayor terror de su vida, nunca antes experimentado en un Allen, pues jamás se había imaginado a sí mismo como padre luego de convivir con Hazel y, sobre todo, con el revoltoso Charlie, quienes le habían llegado a hartar hasta el punto en que no deseaba volver a estar cerca de un niño. No obstante, cuando la sorpresa se esfumó y los abrazos y risas aparecieron, su mente comenzó a imaginar a una pequeña criatura de cabellos dorados, niño o niña, que correteaba por el jardín riendo de una manera tan escandalosa como su madre y siendo tan curioso como él que, simplemente, sintió emoción por lo que le deparaba el futuro.

Pronto se vio buscando información sobre anatomía femenina o el libro que sea en el que se hablara de embarazos, pero no había mucho más que consejos inútiles que estaban tan censurados que James lo aborreció. Era increíble que algo tan natural como traer vida al mundo fuese un tema muy tabú como para llamarlo “estar en cinta o en estado de buena esperanza”, pero jamás por su nombre real. Por lo tanto, como no se podía quedar quieto sin saber más del asunto, cada noche escribía los cambios que su amada esposa iba teniendo durante el día: ya no se le antojaba nada dulce, era difícil hacerla comer carne, o se dormía en cada rincón que hubiese a cualquier hora del día. Eran cambios irónicos considerando la personalidad de Casandra, pero resultaba cada vez más fascinante que James lo registraba sin perder ningún detalle pese a que su esposa se reía por su emoción genuina.

Entonces, los meses pasaron y algo extraño sucedió: el vientre de Casandra era un poco más grande que el de otras mujeres que ya fueron madres y fue Lilian la primera en comentar su sorpresa en una ocasión. Pese a que el bebé hacía notar su presencia —incluso en las noches, que no los dejaba dormir—, Casandra estaba aterrada. Sabía por su abuela y padre que su madre sufrió para poder concebir, por lo que todos la cuidaban el doble para que no sucediera nada malo, pero, de saber que su vientre ya se veía distinto al de otras mujeres, permanecía nerviosa y temerosa porque eso fuese una mala señal y era James quien procuraba distraerla de tales pensamientos pesimistas.

Fue cuando por fin llegó el día en que conocería a su hijo cuando algo sucedió: no solo se trataba de una niña revoltosa, sino que todo este tiempo fueron dos.

Y James no soportó. Tan pronto vio a dos pequeños cuerpos en los brazos de su madre, se desmayó como nunca le sucedió. Se había preparado mentalmente para cuando llegara uno, pero ahora que comprendía por qué el vientre de su esposa se veía más grande de lo normal, supo que su vida nunca fue ni sería normal, sino más bien un tanto alocada.

Aun así, apenas Hazel lo despertó tirándole agua, se dijo que sería el mejor padre del mundo y que no cometería ningún error con sus niñas. Sin embargo, habló demasiado pronto.

Meses antes, junto a Cass decidieron que, si su bebé era un niño, se llamaría Denim, como un tono de azul oscuro que a ambos les gustaba; y que, si era niña, se llamaría Agatha Nabi. Agatha porque deseaban rendir honor a la difunta Condesa de Pembroke y Nabi porque James había leído que, en el Reino Ermitaño1, aquella palabra significaba Mariposa, como el insecto que tanto los caracterizaba como pareja. Como ahora se daba el caso en que resultaron ser gemelas, James Allen, con la mano temblorosa que indicaba que todavía no dejaba de impresionarse por sus genes y los de su esposa, registró a la primera bebé como Agatha sin problema; sin embargo, cuando llegó a la segunda, debido a los nervios impropios de un Allen, aunque característicos de su distracción, una falta de ortografía dejó registrado el nombre de Nabi a Navi Allen, cuyo significado cambiaba pese a que no era la intención.




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