Cap 13
Sylvia se quedó unos instantes en silencio y dijo:
— Todo, lo que esté en mis manos haré para que puedas sacar ese dolor que te quiere destruir— dijo Sylvia.
— Eres una buena mujer—dijo él—ahora solo quiero dormir, no he dormido mucho, solo tomé dos botellas de Whisky, pero no estoy borracho.
— Una botella de licor es bastante no puedo imaginar dos y los niños se preocuparon por verte en ese estado tan deplorable— dijo ella.
— ¡Lo siento!— dijo él— ¡Gracias, por acomodarme en la cama!
— Ahora duerme iré a vigilar y ver si los niños, también se durmieron— dijo ella.
Él sonrió, aunque más que sonrisa, parecía una mueca, Sylvia salió y una vez afuera pensó: "¿De qué se trataba aquello que estaba viviendo? Ella era una mujer llena de compasión y con vocación de servicio.
Cuando conoció a Hafid, el antagonismo que sintió fue de inmediato, solo le inspiró desprecio, su manera de mirarla la hizo sentir peor que una cucaracha.
Luego el que le hablará, con ese aire de prepotencia lo que le provocó fue caerle a zapatazos por su insolencia y aires de superioridad.
Ahora allí estaba ella, sintiendo lástima por este hombre, lo veía tan desvalido, solo y triste, que le inspiraba a ayudarlo, quizás ese era su sino, el encontrar este tipo de trabajo.
Ayudar a unos niños a sentirse seguros con el amor de su madre y a un hombre a olvidar una tragedia que le marcó su existencia; suspiró con resignación.
Se dirigió al cuarto de juegos, allí estaban los tres, los dos niños en unas cómodas colchonetas durmiendo y la chica cuidadora, también había aprovechado para echar una cabezada.
Salió sin hacer ruido y entró de nuevo a la habitación, Hafid dormía profundamente, se veía tan joven cuando dormía.
Los rasgos de amargura no estaban en su rostro, había un rostro varonil, perfectamente tallado, era un hombre de hermoso semblante.
Buscó sus materiales de manualidades y se metió en una salita que había escogido como su rincón de retiro, allí había un mueble cómodo que escogió para guardar sus cosas y dedicarse a sus labores.
Estuvo dos horas trabajando en unos proyectos de tejido para sus niños y Hafid, pronto sería la Navidad y aunque ella no sabía si su esposo era cristiano, ella se disponía a crear una tradición de navidad en su familia.
Haría bufandas navideñas para todos, les enseñaría villancicos y celebraría el nacimiento del niño Dios, ya vería si su esposo, no se enojaba por ésta idea que iba a implantar en su hogar.
Quería que cuando le tocara partir del lado de ellos, dejar un legado para que la recordarán de vez en cuando, en diez años era bastante lo que se acostumbraba una persona a otra y ella estaba segura que los iba a extrañar.
Lo mejor, era no pensar en un futuro tan lejano, más conveniente era pensar en todo lo que podía construir, mientras viviera y compartiera con ellos.
A las cuatro, fue a despertar a los niños, Sylvia era bastante disciplinada, sabía que en los niños era imperativo crear una rutina diaria.
El dormir a una hora específica y levantarse, formaban parte de un hábito que les formaría el carácter y los ayudaría en el valor de ser responsables, era bastante estricta con esto, a pesar del poco tiempo que llevaba con ellos.
Entró nuevamente en la habitación y Hafid estaba despierto, mirando al techo, la miró y le indicó que viniera a sentarse con él en la cama, ella fue obediente e hizo lo que él le pedía, olía bastante a alcohol.
— ¿Sabes? Ella era una mujer muy hermosa, cuando la ví, me enamoré de ella, ya papá había hecho arreglos de compromiso con los padres de ella— dijo Hafid— pero yo al conocerla, la deseba como esposa.
Sylvia lo escuchó sin decir nada.
—Tenía dieciocho años, yo veintitres, empecé a salir con ella, era tan feliz Sylvia,— dijo Hafid— lo que más anhelaba era que fuera mi mujer, dos años después nos casamos.
Sylvia al escuchar ésta parte del relato de su esposo dijo:
— ¿Te obsesionaste con ella?
— No lo sé, solo sé que quería exhibirla, me sentía orgulloso de tener una mujer como ella— la voz de él se tornó amarga— era modelo desde los catorce años.
Sylvia solo escuchaba y intentaba no interrumpirlo, él continuó:
— Ella siempre me juró amor, pero se enamoró de mí amigo, Daniel, se que no era su primer amante, — le contó él— yo siempre tenía sospechas, por eso cuando ví a mi amigo en su cuarto, no me sorprendió, y le pedí que saliera.
Hablé con ella, se negó, dijo que era su primera vez, yo estaba dispuesto a perdonarla— dijo Hafid— a veces pienso que los niños no son hijos míos.
— ¿Qué dices? — dijo Sylvia— no pienses eso, te hace mucho daño la duda, ellos necesitan de tu amor, prometeme que no tendrás más dudas sobre eso.
— Sylvia, yo no he querido hacer un examen de paternidad, para no enterarme de nada, son míos y ya— dijo él.
Ella lo abrazó y le consoló, que infierno vivía éste pobre hombre, toda su dureza era la amargura que sentía ante la vida que le tocó vivir al lado de la mujer que había amado, o que amaba todavía.
— Rachel era tan despegada de sus hijos, estaba siempre pendiente de la moda, de sus desfiles— dijo Hafid— al final era su carrera profesional, los niños le daban asco, decía que la hacían ver desaliñada, después de casarnos me di cuenta que no quería hijos, y fuimos a ver a un médico, estaba dispuesto a no tener hijos con tal de verla feliz.
— ¿Cómo logró embarazarse?— preguntó Sylvia.
— Tomaba anticonceptivos, pero lo olvidó un día y quedó embarazada— dijo Hafid—le dije que yo me encargaría de cuidarlos, que la llevaría a los mejores entrenadores, con la herida de la cesárea se sintió morir, aunque después creo que lo superó.
— Al parecer estaba enferma de ego, ¿por qué tanto obsesión con su belleza?— dijo Sylvia.
— Necesitaba estar bella para las cámaras, le consentía todo; un día conoció a Daniel, y al parecer se enamoró de mi amigo, los descubrí un día haciendo el amor en mi propia habitación y en mi cama— dijo Hafid lleno de amargura.