Una madre para mis hijos, una esposa para mí.

Necesito ayuda...

Se sentía mareado y con náuseas, sentía que la respiración le fallaba, necesitaba salir pronto del auto,  así sí lo hizo saber a Sylvia. 

— ¡Me siento mal, pide que detenga el auto por favor! ¡Necesito salir! —  pidió Hafid. 

Sylvia al ver lo pálido que estaba, le dijo al chofer que detuviera el auto, al salir Hafid, ella le acompañó, y lo tomó del brazo. 

— ¿Deseas vomitar?— preguntó ella— quítate los zapatos y los calcetines y camina descalzo. 

Él permitió que ella le ayudará a quedarse descalzo, caminó un buen rato y mientras ella le repetía que respirara por la nariz expulsara por la boca. 

Unos minutos después él se veía mucho mejor, ya más calmado y con mejor color en su rostro, él la miró después de un rato en silencio y le dijo:

— ¿Dónde aprendiste a dar consejos para ayudar en momentos como éste? — preguntó Hafid. 

— Cuando estaba en el orfanato teníamos una psicólogo y cada vez que había alguna sesión para ayudar alguno de los internos,— explicó Sylvia—  yo me quedaba a ver,  muchas veces  pude escuchar lo que ella decía,  para ayudar en momentos de crisis. 

Hafid la escuchaba con atención mientras ella continuaba:

— Allí descubrí que además de gustarme crear con mis manos, también me gustaba estudiar el comportamiento humano, quería ser psicóloga— terminó ella diciendo. 

— Tenemos que solucionarlo pronto, para que empieces a estudiar tu carrera— dijo Hafid. 

— ¿Ya te sientes mejor?— preguntó Sylvia. 

— Si, vete a casa con el chofer, pediré un taxi, te ves cansada— dijo él.

Sylvia se quedó callada y se introdujo  en el auto y el chofer inició la marcha hacia la casa, ella apretó sus manos, sabía que esa noche  Hafid iba a emborracharse. 

Unos minutos más tarde estaba entrando en la mansión, era bien avanzada la noche, no fue  directamente a su habitación,  Sylvia quería ver cómo estaban los niños. 

Abrió con cuidado cada puerta para no despertar, allí estaban plácidamente durmiendo sus hijos, sonrió con tristeza, si ellos no existieran hace rato habría dejado a Hafid solo con sus demonios. 

«Los amaba mucho, con toda su alma», se dijo ella. 

 Estaba tan agradecida por tener a esos dos angelitos en la vida de ella, le daba sentido a su triste vida. 

Después de ese largo día de cansancio se fue a la habitación, después de quitarse el maquillaje y soltar su cabello, Sylvia se colocó bajo las sábanas, estaba cansada. 

A la mañana siguiente, nuevamente se levantó muy temprano, para tomar la batuta de todo lo que le esperaba ese día, necesitaba hablar seriamente con Hafid acerca de su noche de diversión. 

Ni siquiera sabía si estaba en su habitación, así que lo mejor era estar segura, para no cometer imprudencias si los niños preguntaban. 

Tocó suavemente y luego abrió lentamente la puerta, allí no había nadie y tampoco había indicios de que hubiera dormido alguien. 

Hafid  no había llegado a dormir, apretó fuertemente su mandíbula para ocultar su dolor, los celos le inundaban el pecho, pero ella no tenía derecho a ese sentimiento.

Él podía andar o dormir con quién quisiera, era un hombre y tenía necesidad, se tragó su frustración y angustia y se preparó para enfrentar su día. 

Sylvia estaba dando las instrucciones al personal doméstico, cuando los niños. bajaron al comedor. 

— ¿Dónde está papá?— dijo Farid. 

— ¡Buenos días mis ángeles!— dijo ella— tu padre tuvo que salir muy temprano, pero regresa pronto. 

 Ellos estaban con energías para iniciar un buen día, Sylvia les dijo:

— Se comen todo ese desayuno. 

— Si mamá, tenemos mucha hambre— dijo Amira. 

— Eso me alegra mucho— dijo  Sylvia complacida. 

Apenas los niños se fueron a su cuarto de juego, marcó el número de su esposo, sonó dos veces y la voz de una mujer se escuchó al otro lado de la línea. 

— ¡Hola, llama más tarde, Hafid está en el baño!— dijo la voz femenina y colgó. 

En ese momento Hafid salió del baño y dijo:

¿Qué haces con mi teléfono Tatiana? 

— Solo contesté una llamada— dijo ella— creo era tu esposa. 

— ¡Maldita sea, mujer entrometida!— dijo él— dame acá mi celular, vístete y vete a tu casa. 

A mediodía Hafid estaba en casa, ni los niños ni Sylvia lo vieron llegar, él se encerró en su estudio hasta la hora del almuerzo. 

Apenas bajaron al comedor los niños saltaron de alegría al ver a su padre, saludando llenos de emoción, él correspondió al saludo y luego se dirigió a Sylvia. 

— ¡Hola querida!— dijo con voz neutra. 

— ¡Hola Hafid! Espero que hayas solucionado tu asunto— dijo tranquila. 

Comieron en silencio, al levantarse todos Sylvia dijo:

— ¿Podemos ir al estudio a hablar un poco? 

— Claro querida— dijo Hafid. 

Una vez allí ella se sentó frente a él y empezó ésta conversación. 

— Hafid estoy muy preocupada por ti y tu reacción ante los recuerdos que tienes de Rachel— dijo Sylvia. 

— ¿Qué sugieres que haga?— dijo  él— no puedo sacarla de mi cabeza ni de mi corazón. 

— Debemos buscar ayuda psicológica— dijo ella. 

— ¿Tu crees que un psicólogo pueda sacarme del corazón el amor que siento por Rachel?— preguntó Hafid. 

— Yo no me refiero a que sea malo que sigas amando a Rachael,  eso es una decisión tuya, el problema es, cómo reacciona cuándo piensas en ella,— explicó Sylvia— cómo te pusiste anoche, te dió como una especie  de pánico, eso es lo que no está bien para tu salud emocional. 

— Te entiendo— dijo él— me siento culpable por no haberme dado cuenta de lo que ella vivía. 

— Es lógico, pocas veces los que viven con personas con las emociones alteradas, lo notan— dijo ella— no tienes porque sentirte culpable. 

— Pero me siento así, creo que tuve mucho que ver con su estado de inseguridad, de miedos— dijo él. 

— Es por eso que debemos buscar un profesional— dijo ella— yo no soy terapéuta, aunque me encanta, necesito tener estudios más avanzados y generalmente los involucrados, poco podemos hacer. 



#701 en Novela romántica

En el texto hay: romance +18

Editado: 02.04.2023

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