Después que Ahmed salió de la casa de Hafid, ellos se quedaron pensando unos instantes y él dijo:
— Escuchando en esta semana hablar a mis amigos, me di cuenta que se muy poco de tu adolescencia.
—¿ Qué deseas saber?— digo ella.
— Todo lo interesante, que pueda haber sido esa época de tu vida— dijo Hafid— ya de mi sabes, que siempre fui intenso a la hora de enamorarme. ¿Y tú Sylvia?
— Yo fui una niña muy solitaria, desde que tengo uso de razón, estuve en el orfanato,— dijo ella— cuando tenía como nueve años me di cuenta, que era una niña diferente a las demás.
— Diferente, ¿en qué sentido?—dijo él.
— El color de mi cabello muy llamativo, eso me hacía sobresalir ante todos y por eso se metían conmigo en todo momento, eso me hizo ser un poco tímida los primeros años de mi vida— dijo Sylvia.
— ¿En qué momento, te volviste tan arrojada, sin temor de hablar?— preguntó él.
— Hafid cuando cumplí nueve años, me di cuenta que tenía que aprender a sobresalir, no por mí color de cabello, sino por mi estilo de vida y entonces, ya no deje que las burlas me afectarán, — dijo Sylvia— ellos siguieron importunandome sobre de mí cabello, mis pecas, pero ya entonces me tomé tan a la ligera, llegó el momento, en que ya no se metieron conmigo, porque deje de ser interesante para ellos.
Sylvia sonrió al recordar y continuó:
— Realmente nunca fui tímida, solo solitaria, me gustaba leer, cuando aprendí me metía en la biblioteca, leía libros y eso despertó mi curiosidad,— dijo ella— porque siempre fue muy observadora, y como siempre andaba sola, entonces mi cabeza se fue llenando de conocimiento.
— Eso suena muy interesante— dijo Hafid.
— Sí, siempre me peleaba con los niños, pero ya después cuando entré en la adolescencia,— recordó Sylvia— dejé de pelear, deje de soñar con una familia, y me concentré en prepararme yo, para cuando saliera de allí.
—¡Qué increíble es tu historia! De verdad te formaste sola, sin padre, sin madre y mírate, eres una mujer excepcional—dijo él.
— Sí, no me crié con padres pero había buenas personas, las mujeres que nos cuidaban— dijo Sylvia— eran estrictas, pero dulces, con valores, cuando ya cumplí dieciséis años, sabía que era lo que quería lograr en mi vida.
— ¿Qué querías?— preguntó Hafid.
— Ser terapeuta o maestra de escuela— dijo Sylvia— jamás se me pasó por la cabeza casarme y tener una familia a los diecinueve años.
— No lo has hecho mal, has sido una madre excelente, has sido la mayor bendición— dijo Hafid.
— ¡Gracias! Me halagas, también para mí ha sido un privilegio estar ayudándote a criar a tus hijos, que son míos, porque así lo siento— dijo ella.
—¡Claro que son tuyos! A veces siento celos, porque creo, que son más tuyos que míos— dijo él— ya es tarde, vamos a dormir.
— Si, ha sido un bonito día— dijo ella.
Unos días después estaba todo listo para la sesión con la terapeuta, Hafid se sentía nervioso y lleno de expectativas, "Que querría la psicóloga hablar con Sylvia" Pensó.
Hafid también tenía sus propios planes, después de salir de la consulta invitaría a Sylvia a un buen restaurante y allí pensaba confesarle lo que sentía por ella.
Había comprado un anillo de compromiso, quería tener una especie de noviazgo, enamorarla, conquistarla y después proponerle realizar una boda donde estuviera su madre, su hermana.
Algo como eso se le estaba ocurriendo, ojalá Sylvia le aceptara el amor que sentía por ella, cuando pensó amar a Rachel aquello fue avasallante, le invadió los sentidos y como adolescente con las hormonas alborotadas, sentía que jamás amaría a otra mujer.
Ahora que había descubierto que amaba a Sylvia, era un amor tranquilo, quería pasar el día hablando con ella, pasear, disfrutar de su agradable compañía, pero a la hora de amarla en la cama, la pasión era intensa.
Amaba a Sylvia como jamás amó a Rachel, era muy diferente, éste amor le daba seguridad, confianza, alegría, aquel era incertidumbre, temor, siempre con ansiedad por lo que pudiera estar pasando por la cabeza de su primera esposa.
Sylvia, era paz, solidaridad, amistad, confidencia, consejos acertados, sexo apasionado, el sexo con Rachel era lleno de ansiedad, todo dependía de como estuviera su ánimo.
Con Sylvia apenas la rozaba, se encendía, eso le encantaba, le dominaba y si ella lo tocaba se derretía como mantequilla ante el calor.
Sería grandioso si ella lo amara, pero esa seguridad no la tenía, se llevaban bien, como amigos, amantes, confidentes, pero saber si su esposa estaba enamorada de él, tendría que preguntarle.
Y allí era donde entraba su estado de nervios, ¿como le decía? Empezó a imaginar una conversación con ella "Sylvia, hace mucho tiempo, me di cuenta que te amo."
No así no, mejor le decía:
" Sylvia, no sé en qué momento sucedió, pero te amo" Tendría que ensayar muy bien, como le confesaba el amor que sentía por ella.
Estaba hecho un enredo esa mañana, le sudaban las manos, sentía la boca seca, definitivamente, estaba enamorado de la madre de sus hijos.
Ella salió del baño y al verlo le sonrió.
— "¡Uf, qué linda se veía cuando sonreía! Se le iluminaba todo el rostro y se ponía con los ojos tan pequeños que parecía, china" Todo estos pensamientos estaban en éste momento en su cabeza.
— Ya estoy lista, voy a mandar los niños al colegio y salimos— dijo ella.
— Si vamos, después de allí, me gustaría invitarte a dar una vuelta, aprovechar y tener una salida— dijo Hafid.
Salieron los dos para despedir a los niños, media hora más tarde estaban entrando al consultorio de la psicóloga, quien los recibió con una amplia sonrisa.
— Buenos días Hafid, me imagino que eres la esposa, Sylvia— dijo la terapeuta— es un placer conocerte mucho gusto, soy Martha Graham.
— Un placer Martha, Sylvia Aziz— dijo ella al estrechar la mano de ella.