Una madre para Uriel

Capítulo uno

¡Quiero una mamá!

La ciudad de Londres, Gran Bretaña, despierta con un radiante sol haciendo que la gran ventana que se encuentra en la habitación del pequeño Uriel, de directo un rayo en su cara hinchada.

Bufa dándose vuelta en la cama, sin darse cuenta, alza su pie hacia un costado de su colchón sacándolo de la sabana y dejándolo al aire libre.

—¡Oye! Vamos, tienes que ir al colegio —le llamó su padre entrando a su habitación y jalando de aquel pie a la vista de todo el mundo.

Steven es un joven con una postura normal, ni flaco ni gordo, un poco ejercitado ya que va al gimnasio cada vez que puede, porta siempre relojes en su muñeca izquierda y el anillo que su ex mujer difunta le había regalado junto con la sorpresa de esta nueva vida. Su cabello es castaño claro con algún que otro reflejo rubio, no le gusta que le digan que es rubio.

El pequeño gruñó como respuesta, no le gustaba estar lejos de su padre, al contrario, disfrutaba estar a su lado siempre.

Desde que nació, el niño era muy apegado a su padre, al saber que la mujer que lo tuvo por nueve meses falleció, no dejaba que nadie lo quitara del lado de su padre.

No por miedo, si no porque lo ama tanto que lo quiere siempre a su lado a pesar de que éste esté haciendo su trabajo o esté en alguna reunión.

Steven es un famoso Futbolista, esta en el equipo Lions Club de la ciudad un poco escondida, casi al sur se diría. Contiene un estadio muy grande y lleva varios años allí, muchas veces en los partidos se llenan tanto la tribuna, que quedan personas esperando afuera del lugar su momento de gritar los goles.

Todos aman al pequeño Urielcito, porque si, ese es el apodo que le dieron los amigos de su padre cuando lo presento apenas con dos años.

—Te iras caminando solo si no te levantas ahora! —la voz ronca de recién levantado de su padre se escuchó por toda la casa.

De mal humor, Uriel se levantó de su cama, vistiendo de un pijama de ositos cariñositos.

Sabia que su padre era muy fan de levantarlo unas horas antes de su entrada, ya que Uriel tardaba miles de años en tratar de quitarse el sueño.

Bajó las escaleras agarrándose del barandal para no caer, se refriega los ojos con su mano y al bajar el último escalón queda confundido al ver una mujer en la cocina de su padre. Despacio se acerca, sin hacer ruido se adentra al lugar y con su mal humor a tope hace una cara de disgusto.

En la cocina prohibida de Steven había una mujer morena, robusta y pareciera haber tenido miles de operaciones, la imagen clara de una mujer que quiere a su padre por dinero.

La cocina es prohibida porque al muchacho a escondidas, le gusta cocinarle a su pequeño comidas deliciosas y saludables, algunas veces hasta pastelitos.

—¡Oh! Tú debes ser Uriel —chilló su voz fina, con sus tacones de veinte centímetro, se acercó hacia el pequeño para darle un beso en la mejilla.

El niño se tapó los oídos y corrió su cara, la morena indignada e incomoda trataba de llevarse bien con el niño pero aquello le irritaba más, a ella no le gustan los niños malcriados.

—¿Y mi padre? —preguntó sin adentrarse más al espacio.

—Se ha ido a vestir —sonríe al ver que el niño había hablado.

—¿Podrías hacerme el favor de irte de mi casa? Aquí no es un lugar donde mujeres como tú pueden pasearse como si fuera su propia casa —disgustado agarró un vaso y fue a la nevera a coger un poco de chocolatada fría.

La morena, la cual nadie sabe su nombre, estaba demasiado indignada por la manera de hablar del pequeño, su boca está medio abierta y su cabello, que parece que trató de arreglárselo, estaba hecho un nido de pájaro.

Lo que a Uriel le disgusto mas es que aquella quisiera protestar.

—Llamaré a la policía si no tienes fuerza en tu cuerpo para irte de mi casa —volvió a hablar agarrando el teléfono de su padre que se encontraba en la encimera.

Apenas apretó los botones, ella agarró un abrigo que había en una silla y se fue con pasos apresurados, luego se escuchó un portazo viniendo de la puerta principal.

Su padre ya había bajado, confundido, mira a su hijo, quien ahora se había sentado sobre la encimera sonriendo con su vaso en los labios.

—¿Pero...? ¿Uriel qué haz hecho? —preguntó arreglándose su cabello.

—Echar a una mujer que no me gusta para ti, padre —le contesta inocente—. Haz puesto una regla en esta casa y fue "no traer a nuestros ligues o mujeres que nos gustan" y tú la has roto.

—No era mi ligue, Uriel, iba a ser tu niñera —refunfuña bajando al pequeño de la encimera.

Agarra la bolsa de pan para preparar tostadas, el pequeño hizo una mueca, no le gustaba la idea de tener una niñera, él creía que no necesitaba ninguna.

—Da igual, no la quiero ver nunca más.

—Creo que yo tampoco.

—Parecía ese tipo de mujer que te quiere por tu dinero, sus chichis parecían operadas igual que su nariz, trasero y pómulos, no la juzgo si le gusta genial pero... no lo sé, papá, esa mujer quería ser todo menos mi niñera —comentó para dejar su vaso limpio sobre la alacena.

—¿Qué quieres decir? —Steven alzó una ceja y sonrió de lado.

—Que quería hacer eso que hacen los adultos que cuidarme, papá —aquella expresión de su padre le divirtió.

—Bien, toma —colocó las ricas tostadas con miel que tanto le gustaba a su hijo—. Vete a bañar, tienes el cabello enredado.

Uriel se quejaba del cabello de la mujer pero él estaba peor. Su padre agarró una peineta, que por las cosas del universo estaba en su cocina, peinó primero las puntas del cabello de Uriel, éste tiene la melena de un color marrón casi negro, igual que su difunta madre y eso le gustaba a su padre.

Su hijo era la viva imagen de su difunta mujer, su carácter era único, pero las miradas que el pequeño le daba, junto con su sonrisa y risa, le daba vida a Steven.



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En el texto hay: futbolista, hijos y amor, italianos e ingleses

Editado: 24.01.2022

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