Descarada
—¡PAPÀ! —el niño gritó desde su habitación.
Uriel había despertado muy hambriento, su estómago sonaba de una manera bastante chillona, provocando cierto disgusto a él, no le gustaba pasar tanta hambre hasta ese punto.
Tampoco quería salir de la cama, pero al ver que su llamado no trajo a su padre, decidió que era hora de levantarse. El reloj que todavía no aprendía a saber que hora marcaba, hizo un intento para saber.
—Son las... —sus ojos se achinaron tratando de enfocar las agujas y los números.
El pequeño sabe hasta el número 100, gracias a que su padre le enseñó cuando les presentó al equipo, si no se sabía el nombre de los jugadores, con decir el número era pan comido.
—¿Tres? ¿Y veintisiete? —no sabía que era lo que marcaba las agujas.
Mandó al carajo aquello y salió para ir hacia la habitación de su padre. Antes de ello, ojeo su mini estudio de arte, el cuadro seguía allí y no había manera de que Uriel se deshaga de él, ni regalarlo, ni venderlo, tampoco exponerlo en algún museo, él lo veía como algo muy preciado y significativo.
—¡Papà! —susurró cuando apenas entreabrió la puerta.
La habitación se encontraba a oscuras, la ropa de su padre estaba tirada en el suelo, la cama estaba desecha y con él allí, tapado de cintura a rodillas. Uriel arqueó la ceja, el niño es bastante ordenado y le disgustaba bastante que haya desorden.
Con sus medias de ositos cariñositos, resguardando que sus pies no cojan tanto frío del suelo con estos, caminó con pasos silenciosos, flexionó sus rodillas, colocó sus brazos a sus costados y con muchas ganas se tiró arriba de su padre.
Grave error, terminó cayendo en la mitad de la cama, provocando que apenas e hiciera un ruido que no despertó a Steven. Éste fastidiado, decidió pararse sobre el colchón y hacerlo de nuevo, flexionó rodillas, preparó sus brazos a los costados y con muchas más ganas y fuerzas...
Terminó cayendo al suelo, su padre estaba boca abajo, todo lo que se escuchaba en la habitación era su suave respiración, Uriel enfadado lo volvió a intentar.
Masajeó sus piernas por el dolor, junto con sus brazos y una parte de su mejilla. Se subió a la cama, con sus piernas entreabiertas dejando las piernas de su padre entre el medio, alzó sus brazos hacia los costados como si fuera cristo y se dejó caer como muerto arriba de...
Del colchón, porque Steven se movió justo cuando su hijo estaba más que seguro que su padre despertaría. Ya bastante casando de caer, Uriel optó por sentarse y colocarse a un lado de su padre, su estómago seguía gruñendo, el sonido de una llamada telefónica había sido oída por el pequeño pero éste estaba más que empeñado para que su padre se despierte y le haga el desayuno.
Primero, el dedo índice de Uriel fue con destino a la mejilla de Steven, no hubo caso, luego pico en el brazo, nada, pico un lado y su padre se removió. Con mucha alegría volvió a picar pero con más intensidad.
Se ganó una buena apartada hacia el otro lado de la cama matrimonial, Uriel bufó, no le quedaba de otra que hacer lo que había hecho desde un principio.
—¡PAPÀ! —gritó cansado.
Steven se removió y logró abrir sus ojos, se los frotó y miró la estancia, dejó el acolchado a un costado y salió de la habitación en busca de su hijo. Abrió la puerta del estudio y no lo encontró, fue hacia la habitación donde había peluches pero nada.
—Tengo mucha hambre —la voz del pequeño le hizo pegar un salto en su lugar.
Con su mano sobre su corazón, buscó estabilidad.
—¿Dónde estabas? —dijo éste, dándose la vuelta para que su mirada recaiga en su hijo.
—Al lado tuyo —dijo pestañeando rápidamente, luciendo risueño.
—¿Pero...? —intentó recordar si en su habitación había visto a su hijo pero negó antes de recordar por su resaca.
—Papà, ve a hacer el desayuno, son las tres y media —el pequeño refunfuñó en su lugar y cruzó sus brazos sobre su pectoral.
Steven abrió los ojos con sorpresa, corrió hacia la cocina para ver la hora en el reloj y en su móvil, suspiró al darse cuenta que su hijo estaba mal.
—Uriel, pero si son las diez de la mañana recién —Steven masajeó su cuero cabelludo.
Soltó un suspiro y comenzó a sacar los alimentos para comenzar a hacer el desayuno proteico que debían tomar los dos.
—Entonces, ¿Cómo se leen los reloges, papà? —pronunció mal mientras se sentaba sobre su silla especial.
—Relojes —le enseñó a pronunciar—. ¿Ves que tiene dos agujas? La más larga indica los minutos y la corta la hora.
—¿Y cómo sé que minuto es? —preguntó curioso, colocando sus palmas en sus mejillas para sostener su rostro arriba de la mesa.
—Mira —Steven dejó a un lado lo que estaba cocinando para agarrar el reloj y enseñarle a su hijo—. Desde aquí marca las 00, luego comienza con el 1 y así hasta llegar a éste que marca el diez, luego el quince, veinte, veinticinco y aquí marca el treinta, luego el treinta y cinco, el cuarenta, hasta llegar al 59 y vuelve de nuevo a las 00.
La explicación había quedado muy clara para el pequeño, pero el frunce en su rostro seguía estando, Steven sonrió, sabía que a su hijo le costaría pero no le sería imposible entenderlo.
—¿Me he despertado a las... ocho de la mañana? —soltó con asombro.
Su padre también estaba asombrado, su hijo no acostumbraba despertarse a esta hora, si no entre las diez y doce del mediodía.
—¿Qué has estado haciendo despierto a esa hora, campeón? —dijo mientras terminaba de dejar en los platos la comida y comía de ello.
—Pues, despertarte, obviamente —contento agarró rápido el plato y su tenedor, comenzó a picar todo y a tragar de una manera que su padre temió que se atragantara.
—Oye, oye, come tranquilo, luego debemos salir a comprar cosas para la casa —el niño no le tomó importancia.
Lombardi chequeó los mensajes y en su mayoría eran del equipo, muchos con resaca y otros como mariposas recién salidas de su cueva. Él no quería ir solo a comprar, al ver que James y Joshua estaban despiertos y contentos, decidió escribirles.