Gracias de nuevo
Tres meses antes de que los ingleses llegaran a Italia.
—No creí que siete meses se pasarían tan rápido, mamá —una voz ronca pero femenina se escuchaba en el silencio que en la naturaleza habitaba.
Pocos dirían que el día estaba bonito pero siendo Italia, hasta con una tormenta con rayos quedaría un paisaje bello.
El rostro neutro de Genesis al pasar los días iban cambiando, la felicidad nunca estuvo en los últimos meses, lo cual la decepcionaba.
—Ya es hora de irnos —su hermano pequeño le había apoyado su palma en el hombro.
¿Quién lo iba a pensar? Los primeros meses en su país habían sido los mas lindos y encantadores, la bienvenida, los abrazos y besos no habían faltado.
La energía y la alegría en ese entonces prometió que perduraria eternamente.
¿Qué sucedió? Las expresiones de sus hermanos y su madre fueron las mejores, la segunda estaba encantada con el regalo dado por William.
Había querido desde joven una lencería como la que su esposo le había comprado, pero en el caso de sus hermanos, había sido totalmente diferente.
Al pequeño, Dante, había sufrido aquella charla… de educación sexual pero en plan… familiar. Le hicieron pasar la vergüenza de su vida, dado que la charla fue hecha por casi todos, sus padres, hermanos, tíos, etc.
Aunque las risas no faltaron, en lo siguiente fue la gran pero deslumbrante idea de formar un restaurante al estilo Genesis, uno lleno de creatividad gracias a sus hermanos tan artistas que eran.
Pero de algún momento a otro, todo lo que iba bien… se derrumbó.
—Un minuto mas —rota tocó con sus manos las rosas dejadas a un lado.
Aquella montaña había tenido un terremoto que había dejado a una persona tan… querida y amada por todos… en lo mas profundo de la tierra.
Sus ojos hinchados dejaban a la imaginación cuantos días de su vida había estado llorando. Todos estaban rotos por la noticia, y no podían solo sonreír como si estuvieran bien y que esto era una lección que el destino les estaba dando.
—No puedes estar todos los días así, Gen, no estas sola —susurró dolido Dante, acariciando el hombro de esta intentando levantar a su hermana.
Ya estaba atardeciendo, y las pocas fuerzas que la muchacha tenia las utilizó para no ser una carga para su hermanito. Debía de ser fuerte y seguir hacia delante por su familia, pero parecía hundirse cada vez que recordaba su sonrisa.
Sus consejos, sus buenos días y noches, los regaños, el griterío y la alegría que había tenido en el momento en que habían llegado a su casa.
Su madre, la que siempre le apoyaba y estaba orgullosa con todas las letras de la palabra de sus hijos y esposo, su contagiosa manera de saludar en italiano y lo famosa que era tanto en el vecindario como en el restaurante de su hija.
En su trabajo y lo que había logrado, aquella vida se fue de un día para otro sin prepararles mentalmente.
¿Por qué? Se habían preguntado todos y cada conocido de ellos, ¿Por qué se llevaría a una persona que le quedaba mucho por ver de parte de sus hijos y vivir con su esposo?
¿En qué momento se fue todo a la mierda?
Los corazones rotos y pechos que escondían un profundo dolor, que desgarradamente quedaba en un nudo en la garganta, atascados estaban. Los Brown habían estado de luto e iban a seguir estandolo, porque una madre nunca se olvida, no una que había marcado tanto en las vidas de las personas.
Como lo había sido Genesis en su momento, pero aquel accidente cambió todo de ella, proponiéndose seguir aunque no se sintiese ella misma.
No se iría de viaje para buscar algo con lo que olvidar aquel dolor, mucho menos dejar a su padre destruido y a sus hermanos trabajando duramente en lo que les gustaba.
Gen es una chef muy conocida, si renunciaba a algún trabajo a los minutos tendría otra oferta y así repetidas veces, porque la noticia que su padre le había dado la confundió y la enfureció mas.
Quería tomarse varios años, dejando de lado a un equipo que tenia mucho que dar. Por un lado, varios lo entendieron, no quería que él se viese obligado de mostrar una faceta arruinada para obligarles a entrenar mas, por su ira escondida.
Solo que verle en su casa, mirando la ventana que tanto le gustaba a su mujer sentarse, con su mente en blanco. Provocaba mas dolor y era comprensible.
Pero luego de tres meses, debería de comenzar a hacer algo y no refugiarse en un asiento mientras que pensamientos le torturaban. Sus hijos se mantenían neutros y pocas veces se dirigían hacia él.
No le temían pero las ganas de abrazarlo y llorar juntos no faltaba, porque la escena siempre se repetía. Los gritos de los doctores, el ruido de la ambulancia y la cantidad excesiva de sonidos telefónicos se le habían quedado grabados.
Las cosas fuera de la casa de Brown estaban pálidas, como si era obvio que algo faltaba. Todos los colores estaban en chillantes pero la falta de alguien que los admirase era notoria, porque si, Alicia era fanática del puerto pesquero Portofino.
Un pueblo pintoresco por el que se había mudado una vez casada, era su favorito a pesar de ser de Florencia. Había vuelto al ultimo lugar para tener a sus hijos y de vez en cuando tomar vacaciones por la ciudad, además que sus hijos preferían estar allí.
Podían ir y venir pero nunca se cansarían de ser de Italia.
Aunque ya… las cosas estaban cambiadas, demasiado a decir verdad, ya no parecían esa familia a la que todos admiraban desde afuera de la casa, aquella fiesta de bienvenida donde aquella mujer había estrenado aquella lencería negra que William le había dicho la vergüenza que tenia al haberle comprado eso.
Pero nunca se arrepintió por ello, a su esposa cualquier cosa le quedaba genial. Solo que ya no la veria mas en su vida…
—Padre, ya es… hora de irse a dormir —le informó Alonzo, quien estaba cansado por su trabajo.