Quisiera saber más
—Padre, no cree que deberíamos pasar por una gasoli-
—¡Para nada, fligio mio! Ustedes se ven muy fornidos, podremos llegar a casa empujando el vehículo —sentenció Héctor con alegría.
Todos giraron a verse entre ellos con sus ojos bien abiertos. Aunque el vehículo fuese de un modelo muy viejo, su motor parecía ser tan nuevo como lucían ellos en el pueblo.
—Se nota que de a poco el invierno llegó —le habló Steven a su madre.
Uriel se encontraba en los brazos de su progenitor, había estado peleando con su abuelo hasta el punto de rendirse. Estaba planeando que hacer en la noche, si ir a cenar o que cocinasen comida casera en el hogar, cosa que les gustó la idea pero pocos querían cocinar.
—Así es, cariño. Espero que hayan traído prendas abrigadas, de igual manera en casa hay —su madre le acarició el cabello desordenado a su hijo.
Notó que seguía igual de sedoso que siempre, solo que ahora el gel de cabello no era una prioridad.
—Descuida, madre, en Londres no es que tenga los mejores climas.
El paisaje era lo mas reconfortante, lucia tal y como lo recordaba, con unos cuantos edificios mas pero seguía teniendo aquella vibra tan cálida a pesar de estar en invierno.
Las subidas y bajadas que el coche daba provocaba que Uriel tuviera vértigos en su sueño, soñando que se encontraba en un parque de diversiones. A ese que su padre le prometió algún día llevarle.
—¿Has hablado con sus otros abuelos? Deben estar igual que contentos que nosotros —le consultaron, sonriendo de lado.
—Si, les envié algunos mensajes pero quería que fuese sorpresa. Saben como son ellos, les encanta las sorpresas si de Uriel se trata —giró este para mirar al nombrado, el cual de a poco iba abriendo los ojos—. La bella durmiente a despertado.
—Y también hemos llegado.
A Héctor le recorría una emoción que iba mas allá de la felicidad, que ni él sabia describirla. Tenia a su familia completa y conocía a los compañeros de este, su orgullo estaba igual que aquella emoción, y no dudaría de aprovechar ese tiempo.
No desaprovecharia ni los segundos.
Pero al bajar del gran vehículo de los Lombardi, los ingleses no paraban de admirar aquel profundo mar y la cantidad de edificios esparcidos por las montañas. Cada uno debería tener una perspectiva del lugar diferente pero no se negaría que cada uno tenia lo mas hermoso, el puerto y los colores que identifican Portofino.
—Tienen que apresurarse, deben ordenar sus cosas y establecerse en el hogar —su madre habló alto para que todos asistiesen.
El hogar era un hogar, gigante y espacioso, lleno de plantas y flores tanto dentro como fuera del terreno. Parecían esas casas donde viven inquilinos solo que esta es una familiar y vacacional. El segundo piso y el tercero consta con tantas habitaciones como baños.
—Vamos, Gagnon, luego admiraremos el lugar, debes darte una ducha y ponerte guapo para tus abuelos —Steven empujaba a su asombrado hijo, con su boca y ojos bien abiertos.
Lo que este niño no podía creer era que no tenia un vinilo ni pinturas para retractar toda aquella creatividad que se le estaba cruzando por la mente.
—Papá… —fue lo único que salió de su boca antes de entrar y ver el interior.
No podía creerlo ni yo, la casa era preciosa para Uriel, tanto que soñaba con tener una. No lucia moderna, para nada, lucia básica y sin importar cuantas macetas con diferentes plantas, seguía luciendo ordenado y limpio.
—Hijo, tu habitación sigue siendo la misma. Pueden elegir la que les guste mas, son libres de elegir tanto en la segunda planta como tercera —sonrió la pareja adulta.
Todos asistieron y agradecieron, no podían creer que se hospedarían en una zona demasiado hermosa de Italia. Steven emocionado, siguió alentando a su hijo para que se moviese.
No iba corriendo pero intentaba llegar rápido a la que alguna vez había sido su habitación. Y como no, aunque había cambiado alguna cosas de su cuarto al crecer, varias imágenes con aquella chica que ya no estaba se le había venido a su cabeza.
Sonriendo y dejando que su hijo mirase mas. Aquella ventana larga y estrecha sobre la cabecera de una cama, dejaba ver como el sol se iba escondiendo, los rayos anaranjados iluminaban un cuarto de la habitación. Con pintura blanca, piso de madera clara y un ventilador que siempre era usado para el verano.
No se podía negar, que la vibra seguía estando pero era mínima, tanta que la nueva iba opacando un poco.
—Me iré a bañar primero, no salgas de la habitación. La casa es muy grande y puede que te pierdas —sentenció Steven abriendo su valija, sacando prendas que usaría luego tanto él como su hijo.
No recibió respuesta alguna, solo pudo admirar como su hijo se colocaba en el medio de la cama para que los rayos solares le dieran en su rostro. Tomando su móvil para que perdure en una imagen aquel momento.
Uriel no podía hablar, pudo notar en la mesita de luz la foto que allí reposaba. En un retrato pintado y escrito, donde su padre y madre estaban sonriendo.
Amándose.
“¡Feliz aniversario, corazón de melocotón! Espero seguir a tu lado el resto de mi vida<3”
En italiano y con una tipografía un poco fea, admiró el cariño que en esas palabras había. Sabia que su madre era una mujer cariñosa y simpática, muy amada por los que rodean a su padre. Provocando que Uriel se preguntase muchas cosas:
¿Si sus padres son tranquilos, divertidos y amables, qué había pasado con él?
—Debes esperar unos minutos para que se vuelva a calentar el agua —la voz de su padre lo tomó por sorpresa.
Pudo notar que el aroma de su perfume se sentía por todo el lugar, aquel cabello húmedo y la manera bien vestida en la que iba, hacia el combo perfecto.
Pero lo que Uriel no sabia, es que su padre nunca había sido así de coqueto y arreglado en años anteriores. Era básico y solía colocarse estilo de prendas cuando salía con su ex mujer. Se podría decir que si se hubiera arreglado mas en su adolescencia, todo el pueblo lo conocería por su popularidad entre las chicas.