¡¿Lo dices en serio?!
Las persianas de a poco fueron abiertas lentamente y con un sonido suave, calmado como la marea. Los pocos rayos de luz dejaban saberles a los turistas que era la hora de volver al hotel y luego salir a cenar.
Los días estaban contados y los climas iguales, ya no había día en el que cada vez hiciese mas frio. Era poco el viento pero debían de estar atentos.
Gen sostenía su cabello hacia atrás, con su liga lo ató a media altura. Colocó su delantal blanco por encima de su vestimenta y procuró estar suelta, sin sentirse incomoda.
—Buenos días —saludaron sus empleados a medida que entraban, ya listos para ayudar.
—¿Cómo les va, chicos? Hoy será un día bastante ocupado, tenemos tantas reservas que dudo que tengamos algún descanso. A prepararse —animó con su volumen de voz suave y con una sonrisa.
Dejándoles sabes a sus muchachos que estaban cómodos con tenerla a sus lados.
Genesis Brown es una muy buena jefa pero son de esas que si sobrepasas esa confianza, ponerse seria no seria un problemas. Tendía a ayudar a todo aquel que no supiese lo esencial, convirtiéndolos en aprendices por unos días e incluirlos en todo. No había día donde alguno no fuese a trabajar, y si faltaba debía de tener una justificación creíble.
—Las verduras, las verduras —comenzó a hablar mientras ojeaba el almacén.
—Debemos comprar frescas, jefa —habló un muchachito, asustándola.
—Joder, Estefan, no me vayas a asustar —dijo esta sosteniendo su pecho y sintiendo su corazón latir con rapidez—. Está bien, vayamos a comprar antes que se nos haga tarde, rápido.
Apresuró al joven para salir de allí con su caminar un poco lento. Avisaron su salida mientras que los demás esperaban el pedido de las carnes, agradecidos porque estos llegaron a horario.
Con alegría pidieron las grandes cantidades de verduras, provocando que dos personas no pudiesen llevar tantas bolsas.
—¡Pero miren de quien se trata! —una voz varonil hizo que se diera la vuelta luego de pagar todo.
—Oh, hola, Antonio. ¿Quieres ayudarnos? Debemos llegar en minutos al restaurante —soltó con un poco de alegría al verlo.
El muchachito, Estefan, rodó los ojos sosteniendo las bolsas que podía llevar, unas diez como máximo. Y sin esperarlos, fue caminando despacio, mientras que Antonio sostenía las otras diez bolsas que le había quitado a Gen, aunque estaba no estaba tan conforme con que lleve todas.
—Tranquilo, puedo llevar algu-
—Descuida, esto no es nuevo. Dime, ¿Cómo has estado? —le interrumpió, intentando sacar mas conversación.
—Bien desde luego, el restaurante esta yendo mas que bien y todo rubra igual, nada nuevo —soltó esta diciendo los mismo de siempre.
—¿Has visto que Don Héctor tiene grandes visitas? Les he saludado ayer por la noche e iban caminando con muchos muchachos detrás —le seguía hablando mientras sonreía.
Antonio no era feo, era un joven chico con dos años de diferencia, sonreía bastante y era conocido por todo el puerto. De alguna manera se decía que él traía la felicidad a cualquier zona. Pero solo era famoso por eso, por lo humilde que se mostraba.
Su nariz era puntiaguda pero con su tabique un poco desviado, sus cejas eran finas y rubias, con ojos marrones y labios finos. Un poco mas alto que ella y flaco pero Gen solo lo veía como amigo.
—Ah, si. Vinieron a mi restaurante a pasar la noche y cenar como se debe —hablaba sin mirarle, ojeando que su empleado ya estaba entrando al almacén—. Debo pedirte disculpas y gracias por tu humilde ayuda.
Agarró las bolsas con prisa y se despidió con una sonrisa pero lo que no fue inevitable para Antonio, fue ver como si fuera en cámara lenta. Como el cabello de esta revoloteaba por el viento, como tal enamorado. Admirando su caminar como si fuese el ultimo, aquellas manos suaves le habían tocado y el perfume que cualquiera que estuviera a un metro o dos lo sentiría.
—¡Nos vemos luego, Gen! —se despidió con su mano alzada.
Esta giró y le regaló una sonrisa.
—Que hombre tan pesado, jefa, podíamos con las bolsas perfectamente —se quejó Estafan mientras le quitaba las bolsas a ella.
—Oye, hay que ser amable, a mi me cae bien —le dio a conocer mientras dejaban las verduras en la lavavajillas.
El rostro de Estefan fue de “porque tú no te das cuenta”, rodando sus ojos y dedicándose a limpiar las verduras. Gen se vistió de nuevo, afiló su cuchillo y cada verdura que le pasaba el muchachito, la iba cortando y preparando en las bandejas que se usaban para aquello.
—Jefa, Antonio ha vuelto con dos bolsas diciendo que se las habéis olvidado en la verdulería —informó una joven dejando dos bolsas mas cerca de Estefan.
—No veo el día en el que venga con un ramo de rosas creyendo que es una novela —refunfuñó en voz baja Estefan para seguir con lo suyo sin que Genesis se diera cuenta.
Pero la gran pregunta era ¿Por qué le caía mal a Antonio? ¿de donde había aparecido aquel “odio”?
—Bien, ya esta todo. ¿Falta algo por allí, chicos? —gritó limpiando sus manos con agua y secándolos con un trapo.
—Por supuesto que no, todas las carnes cortadas en tiras, frescas y de buena calidad como siempre —le respondieron, sonriendo en el proceso al ver todo completo.
—¿A qué no sabes a quién me he cruzado? —de la nada, una mano le sostuvo su hombro para girarla.
Rápido se echó hacia atrás, sosteniendo con fuerza el trapo como si fuera un cinto. Preparada para soltar látigos.
—¿Hoy es el día de que me peguen sustos? —cuestionó de nuevo con sus latidos a otro nivel—. No lo sé, Alonzo, dímelo tú.
—A tu hijastro —las orbes de Genesis giraron rápidamente hacia él con sorpresa, mientras este se reía a carcajadas—. Encima no sabes lo que le sucedió.
—Que no es mi hijastro, deja ya la curiosidad y dila de una buena vez —con su cambio de actitud, su hermano mayor carraspeó su garganta, aunque su risa se seguía apreciando.