Una madre sin esposo

IV A mal tiempo, una sonrisa

Encontrar a Elena no fue difícil, apenas había salido del restaurante, ni bien llevaba tres pasos fuera del local ella recordó que tenía que pagar por el café y las dos ensaladas que había pedido. Con las mejillas rojas por el llanto y ahora también por la vergüenza regresó sus pasos. Cuando abrió la puerta el hombre estaba frente a ella.

—¿Se encuentra bien? —era esta la tercera vez que se lo preguntaba.

—Olvidé pagar la cuenta —dijo despistada intentando pasar a su lado.

—Ya está pagada —le sonrió para calmarla.

—Lo siento tanto, primero arruino su desayuno, después ensucio su pañuelo, lo obligo a escuchar mi ridícula tragedia y también ha pagado mi cuenta. Lo siento en serio —dijo la mujer luciendo como un conejito tembloroso mientras con esfuerzo sacaba con la misma mano que traía la bolsa, la cartera.

—Añada que no ha parado de hablarme de usted —añadió Randall sonriéndole.

Elena sonrío y sacudió la cabeza.

—Pero uste… tú también me hablas de usted. Lo siento también por eso. ¿Cuánto fue? —preguntó abriendo con la nariz el botón imantado de la cartera. Levantó sus ojos azules al hombre esperando la respuesta.

—¿Cómo dices? —preguntó confuso perdido en el rostro de la mujer frente a él.

—La cuenta —aclaró ella.

—Doscientos dólares —sus labios se abrieron con sorpresa parpadeando por el monto.

—¿De verdad?

Nunca había ido a un restaurante que permitieran acceso a las mascotas, y jamás lo haría de nuevo.

—Fue una mala broma —la calmó él— ¿por qué no compensamos el desayuno, pañuelo y la cuenta que pagué con una cita al veterinario para su conejo?

—Si pudiera pagar el tratamiento del conejo ya lo habría hecho.

—De acuerdo a como yo lo veo, tengo un mal día y parece que tú también.

—¿Pero mi día es peor que el tuyo y quieres entretenerte con mis dramas? —levantó una ceja y sonrío ante tan extraña propuesta, Randall elevó ambos hombros y se encontró sonriendo también.

—¿Sería muy extraño?

—Mucho.

—¿Más extraño que llorar en un desayuno? —Elena se habría cubierto la cara con ambas manos de vergüenza si las tuviera libres, pero como no era el caso su rostro se torno rojo de vergüenza.

—No tanto —admitió dando una sonrisa que ella considero cálida.

—¿Entonces qué dices? ¿Salvamos al conejo y me ayudas a mejorar mi día gris?

—Lo peor que podría pasar es terminar los dos llorando en un veterinario, ¿no es así?

—Esperemos que no sea el caso —Elena se río sintiendo a sus mejillas elevarse en sonrisas que no podía quitar, aquel hombre estaba abiertamente coqueteando con ella y por muchos meses nadie lo había hecho de esa manera, se sentía incluso como cuando era más joven, cuando era solo Elena.

—Pero si el tratamiento es elevado no podré pagarlo, sería tirar tu dinero a la basura en una consulta.

—Será obtener una segunda opinión. ¿Y entonces qué fue lo que le dijo el veterinario de quinta que encontró antes?

—¿No vas a preguntar por mi nombre pero sí por la salud de mi mascota?

—Qué desconsiderado de mi parte, mi nombre es Randall.

—Elena, sólo Elena.

—Sólo Elena, es un placer.

Y de verdad lo era, un grato placer para ambos.

 




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