Una madre sin esposo

XI Nunca falta un roto… para una divorciada

XI Nunca falta un roto… para una divorciada

 

Los niños estaban durmiendo en casa de su hermana. Había cuidado a su sobrina Cloe el día anterior para poder tener libre ese día y parte del domingo. Randall le ofreció su brazo y ella lo tomó para bajar del automovil. Había pasado por ella. Elena se decía que no tenía expectativas, pero, por si acaso, había quitado los tres focos del pasillo de la casa, cerrado la puerta del cuarto infantil y guardado los juguetes dentro. Así si una cena llevaba a otra cosa entonces podrían pasar por el pasillo oscuro sin que viera las fotos de las paredes. O quizás sólo lo invitaba a entrar para hablar de sus vidas tomando una taza de café aunque fuera muy noche, o quizás un vaso de agua, o quizás mejor no se hacía expectativas. Si no esperaba nada, entonces nada podría salir mal.  

     Pero una cita ya fuese en un veterinario, en un vivero, eligiendo música o en una cena elegante era imposible que saliera mal si iba tan bien acompañada. Y vaya que esa noche iba bien acompañada. Randall era un caballero sumamente divertido.

     La hacía reír con facilidad de chistes ridículos.

     —¿Y en qué trabajas? —le preguntó ella en algún intermedio.

     —Tengo diferentes negocios.

     —¿Sí?

     Él asintió.

     —Cosas de carros y eso —le respondió con simpleza, no mentía, tenía refacciones, gasolineras y una compañía de transportes. Todo eso incluía vehículos.

     —Suena interesante —dijo ella riendo, porque no se le escapaba que Randall no le estaba contando en realidad nada—. ¿Una llantera? —intento probar suerte. Randall negó con su cabeza.

     —Refacciones, transportes, gasolineras, ese tipo.

     Elena frunció el ceño.

     —Esas cosas son muy diferentes entre sí.

     Se cruzó de brazos en espera de una mejor respuesta.

     —Si no quieres contármelo no tienes que mentirme. Prefiero la omisión por mucho, o que me inventes algo divertido.

     —Bueno, ah… tengo una compañía de transportes a nivel nacional, unas pequeñas sucursales de refacciones y algunas gasolineras en el estado.

     Elena se río en lugar de sorprenderse.

     —Ya, claro.

     No se lo creía.

     ¿Y por qué no? Porque Randall no parecía un millonario. Su exesposo lo era, se había convertido en uno. Si Randall fuese rico, se dijo, tendría un carro del año y vestiría ropa de marca con esos relojes costosos. Si Randall fuese tan rico como decía no perdería su valioso tiempo con ella.

     —Bueno, si vamos a mentirnos, yo tengo una cadena de restaurantes muy importantes también.

     —¿Eso te gustaría? —le preguntó interesado él ignorando su broma.

     Elena negó.

     —No. Me gustaría tener un restaurante —le dijo mirando fijamente su plato de comida—. Trabajaría en él, me gusta mucho ser chef, pero si tuviera uno entonces haría las cosas a mi modo.

     —El dinero no sería la razón.

     —No… es decir, vaya, me encantaría no tener que reventarme la espalda con el peso de mis deudas, pero creo que disfrutaría un trabajo en el que no tuviera que deberle mis horas a alguien más.

     —Bueno, tal vez podrías presentarme un proyecto y hacemos algo juntos —le dijo Randall honesto, pero Elena se río.

     —Ya, claro, que eres rico, casi lo olvido —bromeó ella.  

     —Bueno y si lo fuera… ¿no te gustaría ese tipo de oportunidad?

     —¿Cómo socios? —él asintió.

     —Sí.

     —Aunque no hayas probado mi comida.

     —Ya lo hice, la lasaña estaba deliciosa.

     —Si eso hubiese sido cierto, le habrías mandado las felicitaciones a la chef.

     —Casi lo hice.

     Y casi era cierto, el hombre que pidió ver a la chef era uno de los empleados de Randall. Lo había hecho acompañarlo de un restaurante a otro durante esas dos semanas para que pidiera ver a la chef, hasta que al fin apareció Elena.

     —Casi no es suficiente.

     Randall no se lo contó, en lugar de eso tomó la mano de ella y le dejó un beso en el dorso.

     —La próxima vez no será un casi —Elena sonrío y sus ojos azules brillaron incluso más que antes, como un hermoso cielo, pensó Randall.

     La cena fue, le contaría Elena a su hermana al día siguiente, la mejor cita de su vida. Incluso la acompañó a la puerta y como en las películas la besó.

     Un beso, se dijo, sólo un beso más. Mientras pasaba sus brazos al cuello de Randall para no soltarlo.

     —Yo… —no supo cómo continuar la invitación.

     —Tú —dijo Randall repartiendo besos en su rostro, Elena entreabrió sus labios y él volvió a besarla dulce y lento, sin exigir nada de su parte, sin dobles intenciones, la besaba maravillado de los besos de Elena.




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