Una madre sin esposo

XIIDicen que los niños… y las fotos no dicen mentiras

 

Llevaba años sin despertar acompañado. Una década para ser exactos. Así que al despertar se quedó quieto sintiéndose extraño, por un segundo, por un muy breve instante cuando su cerebro no terminaba de despertarse, no entendió a quién pertenecía ese cuerpo a su lado.

     Pero cuando el segundo pasó y miró a su lado el rostro dormido de Elena le dio la bienvenida a ese nuevo amanecer. Ella estaba dormida con la mitad de su cuerpo encima de él, su calor corporal era exquisito, su piel era suave y su rostro dormido era tan pacífico que se le antojó volver a dormir. La noche anterior dudó por un momento, no había tenido esperanzas en llegar tan lejos, y no había llevado consigo condones. ¿Por qué siquiera lo habría considerado? Pero Elena, mientras le desabotonaba la camisa le explicó que eso no era un problema para ella. Así que asumió que ella tomaba la píldora y después de ese breve momento de sensatez volvió a perderse en ella.

     Era tan simple perderse en Elena, no sólo en su cuerpo, también en las conversaciones, en sus ojos, en su risa, en su voz, en toda ella. No entendía cómo le había parecido una mujer desdichada al conocerla cuando en realidad ella era sólo paz y sonrisas, que no se hubiese molestado por la demora de dos semanas para contactarla ya hablaba mucho de la mujer que dormía a su lado.

     Tomó su celular de la mesita de noche y envío un mensaje a su asistente. Le pidió que le trajera el desayuno, café y un pequeño ramo de tulipanes. Elena le había contado en su cita del vivero que esos eran sus favoritos.

     ¿No era eso lo que se espera en los libros de los hombres? Había leído todo tipo de historias que caían en sus manos. Todo tipo, sin filtro ni discriminación. Asi que ¿no era eso lo que se esperaba de él? Posiblemente, aunque tenía claro que era lo que se merecía ella. Él no era bueno en la cocina, aunque sorprenderla podía tener el mismo valor si era un acto salido de su corazón, se convenció. Elena tenía un sueño pesado o quizás se debía a que le había hecho el amor en reiteradas ocasiones durante la noche, como si esos años a solas le cobraran la cuota de golpe. No quería despertarla, por supuesto que quería hacerlo, quería escucharla deseándole un buen día, no había escuchado a nadie decírselo en diez años, pero no quería despertarla cuando se veía tan tranquila.

Luego de un rato y con cuidado dejó la cama de Elena y salió al pasillo para esperar por el desayuno.

     Miró hacia el final del pasillo al escuchar un sonido, era el conejo blanco de orejas caídas que estuvo con Elena en su primer encuentro.

     Se acercó hacia él, lo levantó del suelo y al volver a pararse miró hacia la pared. Fotografías.

     El pasillo estaba lleno de fotografías.

     Fotografías de niños.

     Una niña pequeña y un niño. Las fotografías contaban una historia, así que se encontró pasando de una a otra intentando entender de qué iba todo eso. ¿Serían sus sobrinos? Y como si necesitará mayor muestra de su error había una foto de Elena sosteniendo un bebé recién nacido en una cama de hospital. Una Elena juvenil, con cara de niña y una sonrisa suave, maternal.

     —Iba a decírtelo, pero no encontré cómo —habló una voz al lado de la puerta de la habitación principal. Miró hacia ella, Elena estaba con una pijama con pantalón y blusa, con una bata de algodón amarrada a la cintura mirando hacia él con una mirada triste, le recordó a la expresión que tenía la mañana en que se conocieron.

     —¿Qué edad tenías? —preguntó señalando la foto del hospital.

     —Diecisiete.

     —Él se parece a ti.

     Elena asintió para sí misma, sintiéndose incomoda, expuesta ante él.

     —Tiene tus ojos —continuó Randall observando otra foto de Leonardo, una más reciente donde el niño sostenía una medalla por un torneo de karate. Unos ojos azules que eran tan expresivos como los de Elena y que se veían triunfantes.

     —Sí, así es.

     —¿Dónde están?

     —Con mi hermana, llegarán más tarde —sintió su estómago apretarse por dentro mientras lo veía escanear sus fotos familiares.

     Se quedaron unos minutos en total silencio hasta que alguien tocó a la puerta. Elena no pudo evitar pensar en la hora, se suponía que los niños llegarían después de las dos de la tarde, y aunque había tenido una espléndida y placentera noche no creía que hubiese dormido tanto.

     Randall caminó hacia la puerta y entonces Elena notó que él llevaba sólo boxers.

     —Tu ropa está en la habitación —le recordó Elena cuando él estaba a punto de abrir. Randall caminó hacia la habitación en silencio.

     Elena fue a la puerta y abrió, pero en lugar de encontrarse con sus dos hijos se topó de frente con un joven con lentes que llevaba en una mano una bolsa con dos recipientes de plástico y en la otra un ramo de flores. Le resultó conocido aunque no podía decir de dónde.

     —Buenos días, ¿el señor Randall?

     —¿Randall? —repitió la pregunta extrañada. El joven asintió— está ocupado.

     Y ante la corroboración, le entregó el ramo de tulipanes.

     —Iré por los cafés.




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