Una madre sin esposo

XV Las preguntas de Clare… son las llaves del corazón

XV Las preguntas de Clare… son las llaves del corazón
 

No se había sentido así en años, toda esa semana su interior era un remolino de emociones, pasaba de estar fantaseando e ilusionada con aquella cita a estamparse contra el suelo con pensamientos negativos. Así que aunque esperaba con emoción que llegara el sábado, pasó cada día de la semana temiendo que llegara un mensaje repentino cancelando los planes, pero si su celular sonó fue porque se trataba de un mensaje de Randall siendo encantador.

Se despertaba con un mensaje de Randall y se dormía con un mensaje de él. Se llamaron un día en la semana en que coincidieron en sus horarios libres -Randall hacía esperar a un cliente en el recibidor de su empresa mientras Elena conducía al trabajo- solo tuvieron quince minutos para escucharse mutuamente antes de continuar con sus vidas ajetreadas.

Una semana en la que descubrieron cosas, pequeños detalles, insignificancias que ayudaban a armar un rompecabezas más completo de quién era el otro. No conversaron de nada complicado, él no preguntó por el padre de sus hijos, ella no le preguntó a él su opinión sobre su maternidad, él no indagó sobre su estado civil, ella no lo cuestionó por ser soltero cuando lo tenía todo para ser un marido y padre perfecto.

Clare estaba corriendo entre los juegos infantiles ante la atenta mirada de su madre.

     —No creo que podamos sacarla de ahí —expresó en voz alta sus pensamientos Elena.

     —No tengo prisas en irme. ¿Tú?

     —No… aunque la verdad es que es muy aburrido venir a estos lugares cuando eres un adulto.

     No era así, lo aburrido era hacerlo sola, pero llevaban más de una hora en aquel lugar y poco le importaba el tiempo si estaba acompañada.

     —¿Incluso hoy? —preguntó Randall clavándole los ojos sin perder su media sonrisa. Elena había notado que Randall acostumbraba mirar a las personas a los ojos al hablarles, ya fuera ella o alguno de los meseros que llegaron a atenderlos, o si se trataba de su asistente, o la vendedora de plantas, Randall los miraba directo a los ojos, sin mirarlos por encima ni esquivarlos. Y ella por más que deseaba mirar al suelo caía en aquel pozo de ternura que eran sus ojos lo que impedía que pudiera apartar la vista.

     —No, hoy no —dijo Elena recargando su cabeza contra el hombro de Randall.

     —¿Leonardo está en clases de deportes? —preguntó él al tiempo que atrapaba la mano de Elena entre las suyas, ambos se quedaron detenidos mirando sus dedos entrelazarse antes de que ella respondiera.

     —No. Este fin de semana se lo lleva su papá.

     ¿Sólo a Leonardo? Bien, se dijo Randall, tal vez no son hijos del mismo padre, asumió. Y él no iba a cometer una imprudencia como preguntar por el padre de Clare. Miró las manos de Elena, pálidas con sus uñas cortas sin esmalte.  Aunque mientras jugaba con los dedos de ella apreció que no había marcas de ningun anillo de matrimonio. A Randall el anillo de matrimonio se le borró de la piel casi medio año después de la muerte de Laura, en parte porque vivía encerrado ya fuera la casa o la oficina, pero también tuvo algo que ver que mientras estaba solo en su casa volvía a ponérselo, hasta que una tarde decidió no volver a usarlo creyendo que era una manera de continuar con la vida.  

     —¿Me viste? —preguntó la niña corriendo de regreso al sillón interrumpiendo los pensamientos de Randall. Clare se trepó a las piernas de su madre y tuvo que liberar la mano de Elena para que pudiera sujetar a la niña contra sí.

     —Te vi —dijo Elena, aunque no sabía de qué le hablaba.

     —Subí solita. Hasta arriba —señaló la planta alta del juego de toboganes—. ¿Me viste? —le preguntó ahora a Randall.

     —Eres muy valiente. ¿No te da miedo?

     —No —dijo con orgullo la niña sacudiendo su cabeza.

     —¿Tienes la tarde libre? —se aseguró primero Randall, Elena asintió y entonces él miró a la pequeña con una sonrisa— ¿Te gustaría ir al acuario?

     Ni bien había terminado aquella pregunta. Clare gritó que sí y corrió para ir por sus zapatos. Los juegos acababan de perder su interés.

     —¿Seguro?

     —Seguro.

     No era una madre muy divertida, pensó Elena viendo a Clare maravillada con los peces, era la primera vez que venía con Clare al acuario. Cuando Leonardo era niño lo trajeron apenas llegó a los dos años, pero con Clare era todo muy diferente. Rara vez se animaba a salir con Leonardo y Clare a lugares concurridos.

     —¿Y ese cómo se llama? —preguntó la niña apuntando a la pecera.

     —Ese es un pez angel —respondió Randall cuando Elena apenas iba a acercarse a ver la tabla de nombres.

     —Quiero uno, mami.

     —¿No ves lo grande que está su pecera? No podemos tener uno de esos. Sin tocar —le recordó Elena a la niña al ver que por décima vez intentaba poner sus manos sobre el cristal.

     —¿Tienes mascotas? —le preguntó Clare a Randall, él negó con su cabeza—. ¿No quieres un pez?

     Randall sonrío ante la simpleza de las preguntas de la niña.

     —No tengo una pecera en casa.

     —Los conejos no ocupan de pecera, sólo una jaula. ¿No quieres un conejo?

     —Tal vez algún día.

     —¿Y un perro? A mami no le gustan los perros —Randall le lanzó una fugaz mirada a Elena, pero como ella lo observaba a él con detenimiento fue atrapado.

     —Sí me gustan, sólo que no tenemos espacio para un perro —aclaró Elena.

     —No, no le gustan. Dicen que muerden —contradijo la niña con prisas.

     Elena evadió la mirada de Randall, sí, a veces Elena tenía la mala costumbre de usar el miedo para salirse con la suya. Miedos pequeños, se decía a sí misma, pequeñas tonterías que evitaban berrinches más adelante:

     Los perros muerden, el pelo de gato enferma, las caricaturas de la tele son actuadas por extraterrestres. Tonterías. De ese modo los niños no pedían tener un perro, ni adoptaban un gato de la calle y tampoco la obligaban a ver caricaturas en la televisión.




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