Una madre sin esposo

XVI Cuando una puerta se cierra, Randall abre otra

XVI Cuando una puerta se cierra, Randall abre otra

El amor de un niño por su padre es incondicional, al menos eso era algo que Randall siempre había tenido claro a partir de su propia experiencia con el suyo. Cuando él tenía quince años su padre murió en un accidente automovilístico, y su madre, siendo joven todavía se casó a los tres años de la tragedia. Randall había estado en los zapatos de Leonardo antes, por lo menos en parte. Porque Randall perdió para siempre a su padre sin posibilidades de custodia compartida como era el caso de Leonardo, y su padrastro jamás llenó el lugar vacío de su padre, tampoco es que su padrastro lo hubiese intentado.

     Su padrastro trataba bien a su madre, pero era como si él fuese invisible para el hombre; tanto Randall como su hermano Tomás eran sólo objetos decorativos de la mujer con la que contrajo matrimonio. No fue violento, y jamás le habló mal, pero no fue un padre. Era el esposo de su madre, su padrastro y apenas se mudó Randall para ir a la universidad se cortó cualquier lazo con él. Aunque su padrastro vivía todavía, pero con su madre muerta desde hace cinco años era difícil siquiera considerar volver a la casa que de niño fue su hogar.

     Así que Randall sabía lo que era la llegada de otro hombre en la vida de su madre, pero él no quería ser como su padrastro. Clare y Leonardo no eran objetos decorativos de Elena, eran sus hijos.

     —Leonardo, saluda — aunque Elena estaba decidida a que el niño socializara con él, era por eso que lo había invitado a volver a su hogar el siguiente sábado. Leonardo estaría en casa y parecía una oportunidad para limar asperezas.  

     —Hola —saludó cortante el niño—. ¿Ya puedo ir a mi cuarto?

     Puede que Elena estuviera decidida a una reunión entre todos, pero eso no significaba necesariamente que Leonardo fuera a permitirlo.

     —Tu mamá dice que te gusta el futbol.

     Leonardo le entrecerró los ojos mientras se cruzaba de brazos.

     —A todos les gusta el futbol —replicó.

     —Tengo boletos para el siguiente partido.

     —¿Sí? Yo también, papá compró los de la temporada completa para llevarme.

     Randall asintió. La diferencia con su historia, es que Leonardo no quería un padrastro ni necesitaba que alguien viniera a suplantar a su papá. Él seguía teniendo un padre, a diferencia de Randall que perdió al suyo.

     —¿Ya puedo irme?

     —No, Leonardo. Clare quiere ver una película, es su turno.

     —¡Sí! —gritó la niña dando brincos con el conejo en brazos—. Quédate, Leo.

     Leonardo miró a su hermanita y suspiró, Clare siempre lo hacía ceder.

     —¿Cuál? —le preguntó a su hermana.

     —Titanic —dijo con obviedad la pequeña, Randall frunció el ceño. Había esperado una tarde de caricaturas y películas infantiles, no de tragedias humanas y naufragios.

     —Es su favorita —explicó Elena.

     —¿Otra vez? —se notaba la queja en la voz de Leonardo.

     —Sí, otra vez. ¿Mami me haces palomitas?

     Elena tomó a Clare de la mano y salieron hacia la cocina. Leonardo y Randall se encontraron a solas en la sala.

     —¿Prácticas algún deporte, Leo?

     —Leonardo —lo corrigió el niño.

     —Leonardo.

     —No. Mamá trabaja en la tarde y solo en las tardes hay clases de box.

     —¿Has entrenado boxeo antes?

     —No.

     —Cuando yo era niño mi papá me llevaba a verlo entrenar —le cuenta Randall—. Y a veces también me llevaba a sus torneos.

     Eso consigue hacer que Leonardo se interese en lo que Randall tiene por decirle.

     —¿En serio?

     —Sí.

     —¿Y era bueno?

     Una sonrisa nostálgica cruza el rostro de Randall mientras su cabeza lo lleva a otros días.

     —Muy bueno. Así se ganaba la vida, él decía que empataba uno de diez y el resto lo ganaba.

     —¿Nunca perdía? —pregunta con un tono de asombro el niño.

     —No que yo recuerde. Aunque posiblemente sí lo hizo.

     Leonardo mira a sus tenis.

     —¿Y todavía entrena?

     —Eh… no, él murió cuando yo era adolescente.

     —Oh… lo siento.

     —Fue hace mucho.

     —¿Fue por el box? Mi mamá dice que el boxeo es peligroso.

     —Un accidente de carro.

     —¿Y tú entrenas?

     —Lo hacía de joven, pero nunca fui tan bueno como él así que solo era un deporte para mí.

     —¿Y cuántos años practicaste?

     —Desde que tenía siete años, lo dejé cuando mi padre murió.

     —¿Cómo diez años?

     —Ocho.

     —Son muchos años, ¿y nunca te lastimaste?

     —No.

     Leonardo sonrío.

     —¿Entonces podrías decirle eso a mamá?

     —¿El qué?

     —Que el boxeo no es peligroso.

     La comprensión llegó al rostro de Randall justo cuando Elena volvía con un bol de palomitas. Era un niño realmente ingenioso y ahora lo tenía entre la espada y la pared.

     —Oye mamá, Randall dice que él entrenaba box cuando era niño.

     —¿De verdad? —preguntó Elena con ese tono que fingía para no darle importancia a las cosas, cuando sabía que estaba en un aprieto infantil.

     —Y dice que no es peligroso. Su papá era un profesional y nunca le pasó nada. Y Randall entrenó ocho años y tampoco tuvo accidentes.

 

     —Qué interesante, ¿no? —dijo Elena acomodando las palomitas en la mesa del centro de la sala. Leonardo se cambió de asiento al lado de Randall y se cruzó de brazos.

     —Dijiste que no conocías a nadie que entrenara box para decir que no era peligroso, y resulta que tu novio lo hacía. Ahora ya conoces a alguien —Leonardo sonreía complacido con aquel descubrimiento.

     —Eres muy pequeño para entrenar boxeo, tal vez cuando vayas a la preparatoria podríamos… —pero detuvo sus palabras al ver a Leonardo ampliar su sonrisa y a Randall mostrarse culpable.




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