Una madre sin esposo

XX El que se fue a la Villa… perdió su hogar

XIX El que se fue a la Villa… perdió su hogar

     Cuando Elena volvió a salir, Ernesto estaba haciendo una llamada en el pasillo, le paso a su lado sin decir palabra y fue a la cocina a servirse un vaso de agua, se sentía un poco mejor gracias al baño y a que su temperatura había disminuido, pero era consciente que se trataba de un efecto temporal. Si quería sentirse bien lo único que funcionaría serían las medicinas.

—Mami, ¿estás bien? —preguntó Clare abrazándola de una pierna.

—Sí, cariño, iré al doctor. Vas a quedarte con tu hermano y Ernesto, ¿sí?

La niña ya estaba negando.

—¿No quieres que mami se sienta mejor?

Asintió su hija.

—Entonces tengo que ir al hospital, voy a volver pronto.

La niña, dando pasos fuertes y con sus manitas vueltas puños salió hacia la sala al tiempo que Ernesto entraba a la cocina dispuesto a enfrentarla.

     —¿Estás saliendo con alguien?

     —Sí. Así es.

     —¿Y no planeabas decírmelo?

     Elena sonrío con cinismo.

     —¿Y por qué tendría que hacer eso?

     —Porque… porque son mis hijos, y me interesa saber con quienes están ellos.

     —¿Acaso yo te pregunto sobre las mujeres que Leonardo conoce? —Ernesto torció el gesto.

     —Leonardo nunca ha conocido a ninguna mujer, no cometería esa imprudencia.

     —Pero existen, y no me entrometo en eso.

     Ernesto no lo negó, debió hacerlo y desmentir aquel engaño en el que había permitido que Elena viviera durante casi cuatro años, pero en lugar de eso mantuvo el silencio. Porque algunas mentiras se vuelven tan fuertes con el tiempo que vencen a la verdad. Era más sencillo que Elena creyera que era un infiel a admitir que la cobardía fue la causa de su divorcio.

     —¿Quién es? ¿Dónde trabaja? ¿A qué se dedica? ¿Cómo se conocieron? ¿Sabes la cantidad de casos de abuso infantil que ocurren por culpa de los novios de las madres de…

     Elena levantó una mano pidiéndole que se detuviera.

     —Basta, Ernesto. Randall es un buen hombre. Si tuviera una duda siquiera no lo permitiría venir aquí.

     Ernesto se cruzó de brazos, movió su pierna hacia adelante e hizo intento de ir hacia ella, pero al final decidió quedarse fijo en su lugar.

     —Me preocupas, Elena, y me preocupa Clare y Leonardo.

     —¿Desde cuándo te preocupa mi hija?

     —Desde siempre. Jamás le ha faltado nada, está en una guardería de prestigio, envío regalos en su cumpleaños y navidad y nunca he faltado con mi parte de la manutención.

     —Claro, eso compensa el hecho de no ser un padre —replicó Elena con sarcasmo, dándole la espalda y sacando una compensa fría del refrigerador para ponerlo sobre su frente.

     Ernesto decidió no discutir y en su lugar optó por ir con bandera de paz. Así que bajó el tono de voz, a uno suave y casi gentil, para que sus palabras no fueran malinterpretadas.

     —No soy un buen padre para ella, y no fui un buen esposo, pero eso no evita que me preocupe por ustedes.

     Elena negó con su cabeza y decidió responder a sus preguntas con calma para él.

     —Randall es un buen hombre, nos conocimos en un café y ha sido agradable conmigo desde el principio, y dulce, pero lo mejor es que a él realmente le interesa agradarle a los niños. Tal vez podrías conocerlo y disipar tus dudas sobre… —se calló al ver que Ernesto endurecía el gesto y negaba con su cabeza.

     —No. Por supuesto que no.

     Elena se encogió de hombros sin intenciones de insistir en un tema que no le correspondía a Ernesto.

     —¿Irás al doctor?

     —Regresaré pronto. Si Clare se pone difícil llévalos con mi hermana, hay comida de ayer en el refrigerador. No ven caricaturas, si Clare te pide dulces convéncela de comer antes. El conejo está en su jaula, pero si lo dejas libre eso va a ayudarte a que ella se entretenga. Si quiere salir a jugar al patio de atrás ponle suéter. Espero no tardar mucho, pero si lo hago y ella se pone difícil, llámame.

—Elena, sé cuidar de un niño.

—No de Clare.

Elena tronó sus dedos intentando pensar con rapidez en indicaciones importantes antes de irse.

—Ella va al baño sola, asegúrate que el banco esté firme frente a la taza y si intenta engañarte con que le des chocolates, dile que se le caerán los dientes por comer antes de la comida.

     Ernesto levantó una ceja.

     —¿Cuándo dejaras de mentirle a los niños? Son capaces de entender reglas sin engaños.

—¿Ah sí?

No Clare, pero eso Ernesto no lo sabía porque tres años diez meses después de su nacimiento su hija seguía siendo una extraña para él. Y Ernesto que había parado en ese mismo hilo de pensamiento de ella decidió tragarse sus opiniones para sí mismo. 

—Solo sigue mis reglas, ¿puedes?

—Ve al doctor, por favor.

Elena salió de la cocina, Clare jugaba en el suelo de la sala con el conejo.

—Linda, iré a comprar medicinas para sentirme mejor. Te amo —Clare miró hacia Ernesto que estaba recargado contra la pared observándola con atención.

—No quiero, mami.

—Se una niña buena, ¿sí?

Elena se puso de pie, tomó la bolsa del sillón y dándole una ultima indicación a Ernesto y un beso en la frente a Leonardo salió de la casa. El hombre miró a sus dos hijos en medio de esa sala en la que llevaba años sin estar.

—¿Quieres ver una película, papá? —le preguntó Leonardo con el control en la mano apuntando hacia él.

—¿Cuál película te gustaría ver, Clare? —le dijo el hombre a la niña hincándose cerca de la pequeña, pero apenas habían tocado sus rodillas el suelo, ella ya estaba poniéndose de pie con el conejo en sus brazos pequeños y delgados.

—No quiero ver tele —y levantando el mentón salió de la sala para ir a su habitación.

—¿Quieres pizza, Leo? —preguntó Ernesto tras salir de su mutismo por el desaire de la pequeña que poco tenía de infantil. Leonardo asintió contento de tenerlo en su casa—. ¿Clare come pizza?




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