Una madre sin esposo

XXII El que algo quiere… un corazón le cuesta

 

 

Elena había temido tanto que fuera su hijo mayor el causante del rompimiento, que en su egoísmo infantil pudiera arruinarle esa oportunidad en el amor, y olvidó por completo que Clare también podía ser un problema si no se andaba con cuidado. No era una madre primeriza, sabía que los niños decían todo tarde o temprano, lo que a sus ojos era inocente, a los ojos de los adultos no lo era.

Elena se quedó quieta mirando hacia donde el automóvil de Randall había arrancado, sin armarse de valor para entrar a la casa. No fue culpa de Clare, sino de ella misma. Sus pequeñas e inocentes mentiras al final le dieron en la cara.

Debió hacer mucho más que solo dejarlo irse, debió levantar la voz y desmentir a Ernesto apenas entendió sus intenciones; también debió explicarle todo a Randall aunque él no quisiera oírla. Debió…

Pero no lo hizo.

Y no lo hizo porque Elena estaba acostumbrada a no luchar. Ella no enfrentaba a Ernesto como debería; no alzaba la voz ante las injusticias que le ocurrían; nunca, ni siquiera de niña había creído que su voz tuviera algún valor; su madre decidió que Elena debía casarse y es lo que hizo; su padrastro la corrió de la casa y no se quejó; su esposo decidió mudarse y ella aceptó; su esposo le dijo que se dieran un tiempo para su relación para evitar otro embarazo y también lo permitió; No era lo que ella quería, si alguien le hubiese preguntado no habría elegido nada de eso, pero no fue así, nadie le preguntó nunca por su opinión.

Y eso hizo que, con los años, Elena aprendiera a quedarse callada. Por eso jamás le reprochó de frente a Ernesto por haberla abandonado, jamás enfrentó la cobardía de su exesposo por irse sin dejarle una explicación siquiera; si Randall creía que le era infiel con Ernesto y no quería escuchar su explicación, entonces no iba a esforzarse en mostrarle la verdad.

Se sentó en el primer escalón sin animarse a entrar a la casa. Le dolía la cabeza y comenzaba a sentir el efecto de los medicamentos cediendo a su infección, pero aun así no quería entrar todavía. Clare iba a preguntarle por Randall, Clare iba a querer saber por qué se fue sin despedirse de ella, Clare iba a pasar los siguientes días mirando hacia la ventana en espera de que él apareciera. ¿Y para qué negarlo? Ella también.

  Recargó la cabeza contra sus rodillas para esconder su rostro mientras se armaba de valor para enfrentar a su pequeña de tres años. Leonardo podría superar a Randall, posiblemente ni siquiera le tomaría importancia al rompimiento, tal vez se alegraría y se volvería a ilusionar con la falsa idea de una reconciliación entre sus padres. ¿Pero Clare? Cuando Ernesto se fue no lograba hacer entender al niño que su padre estaba trabajando, tenía que inventarse llamadas que no existieron y contarle que papá llegaba muy noche y le contaba cuentos, aunque estuviera dormido.

       Así que cuando Ernesto regresó al mes, al recordar que tenía otro hijo que requería de su atención, esa carga fue liberada. Leonardo asumió que todas las palabras de su madre eran ciertas y que papá ya no tenía tanto trabajo.

       Clare era una recién nacida, ni cuenta se dio del abandono. Y Randall no tenía ninguna responsabilidad sobre la niña, todo recaía en Elena. No debí presentarlos nunca, se lamentó mientras pasaba sus brazos debajo de sus piernas para abrazarse a sí misma en el suelo frente a la casa.

       ¿Qué mentira iba a decirle?

       Ladeo su rostro para mirar el rosal que estaba a su lado, había plantado uno ahí con la esperanza de que eso embelleciera su casa, aunque aun no había ninguna flor y se le ocurrió que tal vez a partir de ese momento debería preocuparse en ser ella misma quien consiguiera flores para sí.

       Los hombres solo desaparecen cuando se pone complicado, pensó Elena apretando con enojo los dientes. No iba a cometer el error de su madre, se reprendió, la mujer se había casado una y otra vez y una y otra vez quedó con divorcios y otro niño a la cuenta. Elena no quería eso, no quería tener una colección de hombres que la decepcionaran, no quería volver a sentarse afuera de la casa sin atreverse a engañar a Clare con una mentira que hiciera tolerable la realidad.

Randall se había ido sin dejarla hablar, en una fracción de minuto pudo ver cómo una oración tumbaba su relación. Una malinterpretada oración, pensó con indignación Elena. Habían salido por semanas y al parecer el tiempo juntos no fue suficiente para que dudara de las malintencionadas palabras de Ernesto. Decidió creerle al exesposo que acababa de conocer, que a ella.

Elena volvió a respirar hondo, concentrándose en encontrar una buena excusa para Clare, escuchó el carro estacionarse, el sonido de los pájaros y las voces de los niños dentro de la casa, pero no se movió.

A pesar de su postura, Elena no estaba llorando. Años atrás se había jurado no volver a derramar una lágrima por ningún hombre. Ni una más, ni siquiera por un hombre tan dulce, encantador, atractivo y gentil como Randall, quien no había dudado en escabullirse en un parpadeo.

Aunque contener sus emociones de esa manera estaba resultando ser más doloroso que sólo permitir que se desbordaran, pero no lo haría, porque no quería que Leonardo preguntara por qué había estado llorando, no quería que él también se sintiera mal por ella, porque entonces no podría seguir con el mentón en alto si su hijo la abrazaba para darle consuelo.

No sabía enfrentar a nadie, ni siquiera a sus propios hijos. Así que se refugiaba en los engaños, en las mentiras inocentes que evadían mayores explicaciones. Elena respiró hondo, le diría que Randall se sintió enfermo y se fue. Y los siguientes días que preguntara por él, repetiría la respuesta de la enfermedad hasta que un día Clare dejara de preguntar por Randall. Hasta que por su propia cuenta entendiera que solo estaba Elena y Leonardo en la familia. Tal vez tendría que esforzarse más, llevar a la niña todos los fines de semana a parques, que supiera que no necesitaba de un hombre en su vida, que la imagen materna era más que suficiente para cubrir la vacante vacía.




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