Una madre sin esposo

XXI Donde hay celos... hay amor

 

Randall tenía intuición, si algo andaba mal es porque algo andaba mal. La intuición lo había ayudado a apostarle a sus negocios, la intuición lo ayudaba a elegir nuevos empleados, la intuición lo ponía sobreaviso de personas que regularmente se acercaban a él con una oculta y mala intención detrás. Su intuición había sido su compañera a lo largo de una década.

                Si Randall no se sentía mortificado ante un evento, entonces sabía que todo iría bien. Y si por el contrario sentía ese tirón en su frente entonces asumía que algo andaba mal, algo que quizás hubiese olvidado u obviado.

                Sintió el tirón cuando estacionó tras el vehiculo de Ernesto, pero aplacó la sensación convenciéndose que se trataba de la hermana de Elena a la que aún no conocía. Volvió a ignorar a su intuición cuando vio a Elena conversar frente a la puerta con el hombre y Leonardo porque apareció Clare corriendo hacia él. Pero el jalón que sintió al escuchar a la niña decirle que Ernesto había ayudado a Elena a bañarse, la siguiente corroboración por parte del hombre y el silencio de Elena fueron suficientes para asumir que su intuición había vuelto a acertar al respecto.

                Y el tirón seguía acompañándolo incluso mientras conducía en silencio en dirección a su casa, su vacía casa. Apretó las manos alrededor del volante intentando mantener en blanco su mente.

                Y entre más se alejaba más fuerte sentía el jalón en su frente, en su pecho y en el centro de su estómago. Pero seguía conduciendo porque se sentía enojado consigo mismo por no asumir la situación a tiempo, con Elena por no haberle hablado del estado de su relación con su ex y con ese desconocido que lo había mirado como si fuese un imbécil al que le han visto la cara.

                Se detuvo en el siguiente semáforo y entonces miró al asiento del copiloto. Sobre el asiento había dos flores, un tulipán rosa y otro blanco. A Clare le gustaba el rosa, la niña se había molestado la última vez que apareció con uno amarillo para ella, y entonces con dramatismo le explicó que Amarilla, su muñeca, se portaba mal con Rosita, su otra Barbie, porque Rosita quería usar los zapatos de Amarilla, que eran rosados, pero los zapatos de Amarilla estaban pintados a sus pies y era imposible prestárselos.

                —Es tan egocéntrica que se los pintó para que no se los quitarán —le contó en susurros Clare.

                —Egoísta —la había corregido Elena sentada en el sillón al lado de Randall. Y mientras Clare seguía contándole al novio de su mamá sobre aquel drama de zapatos, Elena pasó su mano por el cabello de Randall antes de acercarse un poco más hasta recargar su mentón al hombro de él y entrelazar sus manos sobre su regazo.

                —Pero ya le dije a Rosita que mamá le comprará unos zapatos que sean del color de su vestido.

                Porque para tragedia de la muñeca sus zapatos eran blancos y Randall no pudo más que mostrarse de acuerdo con la niña y prometerle que no volvería a comprar flores amarillas para que Amarilla no quisiera robárselas a Rosita.

                —Si son rosas, Amarilla sabrá que son para Rosita —aseguró Clare tomando el tulipán amarillo y dejándolo entre las dos barbies—. Sí, Rosita está triste —aseguró Clare haciendo un puchero con sus labios consiguiendo una risa suave en Elena y que Randall se tragara la propia con esfuerzo para no parecer que se burlaba de la niña.

                —No volveré a traer flores amarillas.

                Y Clare levantó sus ojos verdes grisáceos a Randall con pesar.

                —Pero si vas a traerme flores, ¿verdad?

                —Por supuesto —aseguró él—, pero no amarillas.

                —No Amarillas no… tampoco rojas porque Roja va a creer que son para ella y Roja es mala, tiene una bolsa y no se la quiere prestar a Rosita.

                Randall esta vez no pudo evitar reír.

                —Que es verdad —dijo Clare frunciéndole el ceño.

                —Por supuesto que es verdad, tenemos que conseguirle una bolsa y unos zapatos a Rosita.

                —¿Ves, mamá? Te dije que tenemos que ir de compras.

                Y la niña que le había estado contando todo aquello mirando sus juguetes levantó la vista a su madre y se cruzó de brazos.

                —¿Por qué a mí no me miras así? —le exigió a su madre poniéndose de pie y subiéndose al regazo de Elena. Y Elena con sus mejillas coloradas le dijo que así miraba ella, aunque no era cierto—. No, mami, así miras a Randall.

                Y a Elena no le quedo de otra que iniciar una guerra de cosquillas con su hija para desviar la atención de sus imprudentes comentarios.

                Randall volvió a mirar al frente hasta que los pitidos del carro tras el suyo le demandaron que se pusiera en movimiento, el semáforo estaba en verde. Avanzó una cuadra más.

                Nos veremos de nuevo… o no. Es lo que le había dicho el hombre antes de dejarlo hirviendo por dentro. Y solo hasta entonces entendió que el jaloneo dentro de su estomago, y su corazón y el tirón de su frente no era intuición, sino celos. Estaba enojado, pero no con Elena, sino con ese extraño que se había interpuesto de la nada en su relación.

                Giró el volante y dio una vuelta en U.

                —Qué imbécil.

                Aunque no le quedaba claro si el imbécil era él o el ex de ella.

                Cuando al fin consiguió llegar a la casa de Elena la vio sentada en el primer escalón frente a la puerta, tenía las piernas recogidas contra su pecho y miraba con atención hacia el rosal sin rosas.

                Bajó del automovil con el par de flores en las manos sin tener idea de cómo iniciar la disculpa. Decirle que había sido estúpido al no reconocer sus propios sentimientos no parecía suficiente. Explicarle que llevaba diez años sin sentir ninguna emoción por alguna mujer tampoco bastaba. Rogar por su perdón no era algo propio en él y no se imaginaba haciéndolo, aunque estaba decidido a no irse hasta conseguirlo.




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