Una madre sin esposo

No hay mal que por bien no venga

 

Era de noche y Elena tenía dolor de cabeza y fiebre. Tenía a su lado una caja de pañuelos desechables para lidiar con el escurrimiento nasal que comenzó un par de horas atrás. Estaba en la sala con una compensa fría contra la frente viendo televisión para distraerse, pero sin encontrar nada interesante que pudiera atraer su atención.

                Así que pasaba de un canal a otro y entre cada cambio de canal podía sentir y escuchar el silencio de su casa. Los niños estaban dormidos. El conejo estaba dormido en su regazo y ella estaba demasiado despierta y consciente de lo solitaria que era su vida.

                 Qué idiota.

                Fue el último mensaje que había recibido de su hermana, Rebeca, cuando le contó lo que hizo Ernesto aprovechándose de las palabras de Clare.

                Saltó a los mensajes hasta llegar al contacto de Randall y entonces decidió que un mensaje era tan eficiente como una llamada o como citarse en algún lugar para romper.

                Agradezco el tiempo que te tomaste y tu paciencia con mis hijos. Espero que entiendas que mi prioridad son y serán siempre los niños. No puedo exponer a Clare de esta manera. Ella no tiene una imagen paterna y no necesita crearse ilusiones. Entiendo ahora que fue una imprudencia de mi parte permitir que se relacionara contigo. Comprendo que si volviste fue porque reflexionaste sobre lo ocurrido, pero eso no quita el hecho de que

                Y estaba escribiendo cuando escuchó a alguien tocar a la puerta. No envió el mensaje porque aun no había terminado con lo que tenía que decirle a Randall. Se puso de pie creyendo que encontraría a Rebeca con un bote de nieve y muchos insultos para ese par de hombres, pero al abrir la puerta se encontró con Randall.

                —¿Están dormidos los niños?

                Elena se quitó la compensa fría de la frente y la escondió a sus espaldas.

                —¿Qué haces aquí?

                —Te debo una disculpa.

                —No, no me debes nada.

                Elena se cruzó de brazos sacudiendo su cabeza en negación.

                —Bien… mereces una disculpa de mi parte.

                Elena esta vez no lo contradijo.

                —Voy a empezar diciendo que fui un idiota —ella asintió en total acuerdo—, que debí asumir que existía una explicación y no dejarme llevar por mis emociones —ella volvió a asentir aunque más lento—; y admitir que nunca antes había sentido celos por nadie —esta vez ella rodó sus ojos sin creerlo.

                —Randall… yo… —pero no lograba formular ninguna frase, ¿cómo sería su cerebro capaz de pensar cuando él tenía sus ojos en ella y su brazo estirado y recargado contra el marco de la puerta para evitar que ella le cerrara la puerta esta vez o escapara de esa conversación. La mirada que tenía para ella la hacía sentir como si pudiera abrirla por dentro en busca de sus sentimientos—. Espera un segundo —camino de regreso a la sala y tomó el celular donde estaba el mensaje a medias. Se lo envió. Releyó el mensaje de pie en medio de la sala y entonces regresó con Randall quien aún sujetaba el celular en su mano leyendo el mensaje, Elena dio una larga inhalación de aire y continuó diciéndole lo que no había sido capaz de escribir—. No es solo por mí. Tengo que pensar en Clare. Ella no merece pasar por esto de nuevo, ¿de acuerdo? No es tu responsabilidad, es mía y como tal tengo que ponerla primero.

                —¿Crees que volví porque comprendiera lo ocurrido? —ella asintió y él negó con su cabeza—. Honestamente no entiendo nada. No sé qué hacía él cuidando de ti y no sé qué carajo hacía ayudándote a tomar un baño, lo cierto es que ni siquiera recuerdo si dijiste que estabas divorciada o separada de él. Me queda claro que es el padre de Clare por su parecido, pero no comprendo el desapego de ella a él. No creo que tengas un romance con tu ex, pero no sé mucho más. Y me gustaría saberlo, Elena. Así que no, no estoy aquí porque comprendiera lo que pasó esta tarde y no volví tampoco porque lo hubiese entendido. Estoy aquí porque quiero entenderlo, pero volví por Clare. ¿De acuerdo? No por ti, lo hice porque sabía que ella iba estar esperando las flores.

                Elena parpadeó aturdida con todas esas palabras, pudo haberle mentido y dicho que había vuelto al darse cuenta de su error y que estaba arrepentido por exagerar de esa manera; podría haberle dicho que acostumbraba a evadir las discusiones si estaba enojado. O que su amor por ella era tal que se había vuelto loco con la simple imagen de ella desnuda en la ducha acompañada de otro hombre. En su lugar había optado por una que no tenía que ver con ella o con él, sino con su hija de tres años.

                —¿Volviste por Clare?

                Y ya no se mostraba a la defensiva, su expresión se suavizó y sus ojos azules estaban brillantes con lágrimas contenidas. Randall quitó su mano del marco de la puerta para tomar el rostro de Elena, al tiempo que se acercaba a ella hasta recargar su frente a la de la mujer.

                —Y por ti —le dijo mirándola a tan corta distancia que sus ojos se volvieron uno a su vista.

                Se sentía de pronto expuesta, ¿cuál era la expresión?, se preguntó, a flor de piel. Así se sentía por dentro, como si sus sentimientos estuvieran intensificados en ese momento. Estaba tan convencida de terminar la relación con Randall, por mensaje, que no se había permitido un gramo de esperanza.

                —Tienes razón, Elena, tienes prioridades más grandes que una relación. Y comprendo totalmente el rol que ejerces en la vida de Leonardo y Clare, pero quiero que sepas que cuando pasamos tiempo con ellos no lo hago para sumar puntos contigo, sino porque realmente quiero ganármelos a ellos.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.