Una madre sin esposo

XXV A la muerte, ni temerla ni buscarla, hay que esperarla

XXIV A la muerte, ni temerla ni buscarla, hay que esperarla

 

Cuando Laura vio a Randall por primera vez, ella estaba sentada en la jardinera afuera de la escuela esperando que pasara el camión escolar.

     Él estaba de pie a un metro de distancia, recargando su espalda contra un árbol y ni siquiera prestó atención a la joven que lo observaba con atención. Laura tenía unas gafas que encuadraban bien su rostro, y tenía el cabello negro rizado controlado solo por una banda en su cabello y su piel oscura contrastaba con el color verde de sus ojos, un verde que fácilmente podría ser confundido por un gris.

     Se quedaron uno cerca del otro por casi diez minutos hasta que apareció el camión de Laura y ella tuvo que subir sin alcanzar a armarse de valor para decir tres palabras sencillas.

     Al día siguiente repitieron lo mismo. Se encontraron en la hora de salida, ella se quedó viéndolo y minutos más tarde subió sin conseguir que la mirara una vez.

     Luego de una semana, Laura decidió actuar. Se aseguró de no ensuciar su uniforme en el día, arregló su cabello, usó labial, cepillo sus dientes después del receso y se preparó para saludarlo.

     Pero para cuando ella llegó a la parada, él no estaba ahí. Resoplando fue a sentarse a su lugar de siempre, se cruzó de brazos con un semblante malhumorado mientras contaba los segundos para que pudiera subir al siguiente camión e ir a su casa.

     —Buenos días, Laura. 

     Cuando Laura miró a su lado encontró a Randall de píe. ¿No era extraño que no reconociera su voz, pero que él sí supiera su nombre?

     —Buenos días, Randall.

     No más extraño que el hecho de que ella también supiera su nombre y que él apenas la escuchó hablar por primera vez pensara que tenía una voz muy bonita.

     Y fue así como empezó.

     Resultó que Randall había notado a Laura al segundo día de esperar juntos el camión y como la escuela no era tan grande fue sencillo dar con el nombre de ella. Laura también hizo su investigación de él, solo para comprobar que no tenía novia, que tenían la misma edad y que a él también le gustaba leer.

     Pasaron los primeros días dándose aquel buenos días aunque ya fuera tarde y lentamente comenzaron a ampliar la conversación hasta que Laura le dijo que quería ir con él a ver una película y que no iba a seguir perdiendo su tiempo a que se animara a invitarla. Porque Laura sabía exactamente lo que quería, y resultaba que lo quería a él.

     Ella fue la primera en dar el paso para darle el primer beso cuando apenas había pasado por ella para llevarla al cinema y fue Laura quien insistió en que tenían que dividirse la cuenta, y cuando Randall le preguntó la razón ella le contestó con simpleza:

     —Porque así me vas a invitar mañana a cenar.

     —Tal vez igual lo hago —le dijo formado en la fila de golosinas.

     —Sí, pero ahora te sentirás comprometido a hacerlo. Y escúchame, Randall, vas a comprometerte conmigo —pero en lugar de que aquellas palabras lo hicieran escapar lo hicieron sonreírle a la mujer morena de cabello revoltoso.

     —Bien, ¿con anillo y todo? —preguntó encogiéndose de hombros sin sentirse asfixiado ante aquella conversación, pero sabiendo que solo estaba bromeando.

     —¿Sí?

     —Por supuesto.

     —Me estás tomando el pelo.

     —Un poco —aceptó sonriendo.

     —Eres cruel, pero cuando menos te des cuenta vas a querer casarte conmigo y para entonces nada de anillos, quiero un collar, los anillos se me pierden.

     Randall seguía sonriendo ante aquel extraño giro de conversación porque ambos tenían dieciséis y ninguno quería casarse de verdad, no en ese momento.

     —Un collar, lo tengo —dijo Randall como si estuviera tomando nota, aunque Laura sabía que sólo estaba burlándose de ella.

     —Pero cuando nos casemos sí que voy a querer un anillo.

     —¿No se te va a perder?

     Laura apretó sus labios entre sí para no reírse y seguir en aquel juego.

     —No, porque así mantendré alejada a las mujeres de ti.

     —¿Eres celosa?

     —No, y tú tampoco.

     No lo estaba preguntando, ni siquiera lo estaba asumiendo, sonaba en realidad como si le estuviese ordenando no ser celoso con ella.

     —A mí me gusta tener muchos amigos hombres, así que nada de celos conmigo.

     —Tal vez a mí me gusta tener amigas mujeres.

     —Bien, pero cuando tengas el anillo la gente sabrá que hay una mujer chiflada que está atada a ti.

     —Del cuello —añadió Randall señalando su propio cuello, recordándole el collar de compromiso.

     —Por supuesto.

     —Eso me basta.

     Y entonces Laura caminó el paso que los separaban, le pasó los brazos por el cuello y parada de puntitas, con las manos de él en su cintura y la sonrisa de ambos en sus rostros lo besó. Ella a él, ahí, en medio de una fila a las golosinas. Porque así era ella, segura y decidida. Era como si supiera muy dentro de sí que no tenía tiempo que perder, y Laura nunca desperdiciaba su tiempo.

*

Randall y Laura estaban enamorados, llevaban estándolo desde que se conocieron. Aunque la etapa del enamoramiento había quedado atrás hace muchos años, así que sería más correcto decir que se amaban, con cordura y sin limitaciones.

     —Me vas a llamar —le dijo Laura, con lágrimas en los ojos con ese tono autoritario tan de ella que Randall alcanzaba a reconocer que era el que utilizaba cuando estaba nerviosa.

     —Todos los días.

     —Y vas a contármelo todo, hasta de los maestros fastidiosos quiero saber.

     —Por supuesto.

     Ellos iban a entrar a la universidad, Randall estudiaría en una que quedaba a tres horas en camión de distancia, no demasiado lejos, pero no lo suficiente cerca y sabían que no sería sencillo verse porque a ella no la dejarían sus padres visitarla y él no tenía el dinero para ir y venir a excepción de las vacaciones.




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