Una madre sin esposo

XXVI Amor viejo… te olvido y te dejo

 

Elena tenía en silencio muchas teorías sobre Randall porque le parecía imposible que un hombre inteligente, divertido y dulce como él se encontrara soltero.

Había incluso considerado que seguía casado y se encontraba en la espera de la documentación de divorcio lo que explicaba que nunca hubiesen ido a casa de él.

No entendía porqué en caso de que nunca se hubiese casado de pronto parecía tan interesado en formalizar una relación tan compleja como la que ella podía ofrecerle con sus dos hijos, le parecía algo que traía consigo responsabilidades extras y muchas consideraciones que él hacía sin quejarse y con las cuales parecía estar involucrado, sobre todo esas que incluían a Clare y Leonardo. Por lo que había desechado que fuese uno de esos hombres que evadían las formalidades.

Al final asumió que Randall había tenido relaciones con mujeres a lo largo de la vida y quizás él solo vivía el momento y se comprometía con el ahora sin preguntarse por el futuro y por eso estaba con ella.

¿Pensar que hubiese estado casado? ¿Qué su esposa hubiese muerto? No. Ni siquiera lo consideró, porque el mero hecho de imaginarlo en una situación así la hizo desechar esa opción.

—¿Elena?

Ella volvió a intentar decir algo, pero las palabras no querían salir o no podían hacerlo. Randall había pasado diez años solo después de la muerte de su esposa. Por supuesto que lo creía, porque él era ese tipo de hombre entregado. Del tipo que pasaría diez años sin prestar atención a su vida excepto al recuerdo de la esposa a la que amó y murió llevándose sus ganas de vivir.

—Yo… no sé qué decir.

—No necesitas decir nada.

Estaban sentados en el sillón de lasala, se miraban de frente cada uno contra el descansabrazos del mueble así que había una pequeña distancia que los tenía separados, Elena estiró el brazo y le dio un apretón a la mano de Randall, un suave apretón que mantuvo por un minuto completo.

Elena sabía que cualquier palabra que pudiera decir iba a sobrar, las lamentaciones, su empatía o comprensión porque nada de eso sería cierto. Ella no sabía lo que era perder a un ser amado de ese modo. Cuando su madre murió Elena se enteró casi un mes más tarde, llevaba casi ocho años sin saber de ella así que se lamentó por los años perdidos, por las heridas que no fueron curadas entre ellas, pero su vida continuó con relativa normalidad.

Cuando Ernesto se fue, el mundo se le vino encima, aplastándola mientras ella se obligaba a sostenerlo en sus manos para que no afectara a sus dos hijos, pero Ernesto no había muerto, él había elegido irse. Así que no podía ser comparado.

—No creo que mi dolor pueda compararse al tuyo, ni siquiera puedo imaginarlo —admitió Elena sin despegar sus ojos de su mano envolviendo la de él. Lo había escuchado con atención contarle de su historia con Laura, y en sus palabras podía percibir aun el dolor que el vacío de ella había dejado a su vida. Un gran hueco de tres metros de fondo y uno setenta de largo.

—No creo que el dolor deba ser comparado.

Elena asintió en silencio.

—Pero al final conseguiste sobreponerte a eso, Randall. Y eso es —Randall ya estaba negando.

—No, no realmente. Sobreviví a eso y honestamente contra mi voluntad. Soporta la vida, que, por larga que sea, no dura más que la caída de un grano de arena... Para soportar el tiempo, piensa en la eternidad, en que podremos amarnos siempre. Es un fragmento de un libro que dejó para mí. Laura era religiosa, yo no, pero ella sí y me aterraba pensar que ella tuviese razón y yo arruinara esa oportunidad con… —no se atrevió a continuar la oración, pero Elena comprendió que se refería a su suicidio.

—Vivir es un acto muy valiente.

Randall puso una media sonrisa triste mirando sus manos, movió la suya para conseguir entrelazar sus dedos a los de ella.

—No te lo cuento para tener algún tipo de consideración, Elena. Ni siquiera te lo cuento para que me hagas sentir mejor. Lo hago para que entiendas lo serio que me tomo lo que tenemos.

Y Elena lo entendía, él había dicho que no había sentido celos antes y ahora conociendo ese fragmento de su vida podía ver la verdad tras sus palabras.

Elena le preguntó por la fecha de la muerte de Laura y Randall se la dio y una incomoda sensación se removió cuando él le dijo la fecha a solo unos días del nacimiento de Leonardo, el mismo año que la vida de Elena cambió con el embarazo, lo hizo la vida de Randall con el cáncer de su esposa. Pero no iba a decirle eso, sería injusto y cruel, la haría sentir que había algo bueno en aquel triste evento y…

—Lo mismo pensé —dijo Randall adivinando sus pensamientos—. Cuando Leonardo me contó de su cumpleaños y su fecha de nacimiento fue lo único en lo que pensé.

—¿Tiene sentido encontrarle un motivo a todo lo malo?

—Encontrarnos no fue algo malo.

No, definitivamente no lo fue, pensó Elena pasando su pulgar en círculos sobre la piel de Randall antes de atreverse a levantar el rostro y mirarlo con sus ojos azules e inundados en lágrimas.

—Por algo pasan las cosas —dijo Elena y él asintió estando de acuerdo con ella. No, Laura no había muerto para que él pudiera ser feliz con esta mujer, nada podría haber impedido ese desenlace. Pero había encontrado a Elena para poder ser ambos felices luego de tantos años solos.

Elena luchaba contra su dolor de cabeza, pero estaba volviéndose insoportable mezclado con sus sentimientos y la historia de Randall.

—Estoy divorciada —decidió decirlo de una.

—Eso dijiste antes.

Lo dijo cuando estaban en la puerta de la casa, antes de que él le soltará aquella bomba de la muerte de su esposa.

—Es un buen padre… sólo que no tiene el tiempo ni el amor para más de un niño. Leonardo lo adora y aunque solo lo ve un fin de semana cada dos semanas lo consciente lo suficiente para hacer que valga la pena esos tres días juntos.




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