Una madre sin esposo

XVIII Los niños han de tener tolerancia con los adultos.

 

Elena era tan expresiva que temía que sus sentimientos los llevara tatuados al rostro ahora que era consciente de ellos, y lo último que quería era exponerse de ese modo. Randall comió en la cocina los hotcakes cuando se los ofreció Leonardo y luego se disculpó con una reunión que repentinamente acababa de recordar.

Así que Elena desayunó en la cama con sus dos hijos intentando mantener la calma. Deseando que el sentimiento desapareciera en algún momento, cuando acababa de reconocerlo para sí.

     Cuando Ernesto llegó por Leonardo, Elena se despidió de su hijo desde la cama y no salió a saludar a su exesposo. No le perdonaba las palabras del día anterior que habían creado aquella tensión entre Randall y ella. Usar a su hija en su contra no era aceptable y lo menos que quería era verlo regordearse por aquellas acciones o peor, reclamarle por tener una relación.

     Clare tenía unos peluches en la cama mientras Elena sostenía al conejo, Elena se había dicho que pasaría ese día con calma y dejaría para el siguiente todas sus obligaciones hogareñas, aunque no paraba de pensar en las cosas que posponía para tener complacida a la niña.

     —¿Te agrada Randall? —inició Elena.

     —¿Qué es eso?

     —¿Randall es un buen amigo para ti?

     —Randall es tu novio, mami —dijo la niña soltando unas risitas.

     —Sí, pero puede ser tu amigo.

     —¿Cómo Riqui?

     —Sí.

     —No. Riqui me jaló el cabello.

     —¿En serio?

     —Sí. Le dije que era mi novio y me jaló el cabello.

     —Bueno, eres muy pequeña para tener novios.

     Elena suspiró sin saber como tener esa conversación.

     —¿Qué piensas de Randall? —lo intentó de nuevo.

     —Es alto.

     Elena asintió con una pequeña sonrisa.

     —Trae flores —continuó Clare.

     —Sí, las flores son bonitas.

     —Sí —estuvo de acuerdo la niña y de pronto miró hacia su madre—. Leo sí tiene un papá.

     A Elena se le atoró el aire.

     —Sí.

     —El papá de Leo lo lleva afuera.

     —Sí, iban a ir a ver un torneo de box.

     —Y Leo le dice papá.

     Elena asintió de nuevo y la niña imitó su gesto.

     —Leo se queda a dormir con su papá —añadió y Elena se sintió culpable por permitir que Randall pasara la noche en su casa.

     —¿Te gustaría que el papá de Leo fuera tu papá?

     Clare frunció el ceño e hizo un mohín con sus labios.

     —¿No puedo tener otro?

     Elena habría sonreído si el tema no fuese tan delicado.

     —Yo tampoco tengo papá —decidió confesarle a su hija.

     —¿Se perdió?

     —Sí, a veces se pierden los papás.

     Clare se puso de pie en la cama y caminó hasta sostener el rostro de Elena entre sus pequeñas manos.

     —Pero yo sí tengo una mami.

     —Por supuesto que sí —la voz de la mujer salió quebradiza por la emoción ante el repentino gesto de la niña.

     Clare volvió a sentarse poniendo un peluche entre sus piernas mientras jugaba a cepillarlo como Elena al conejo.

     —A Riqui se le perdió su perrito y puso dibujos en los árboles para que lo encontrara de nuevo.

     Elena imaginó los arboles alrededor de su casa con letreros buscando al padre de Clare.

     —¿Eso quieres que hagamos?

     Fue el turno de Clare de mover de lado a lado la cabeza.

     —No… El papá de Riqui lo sube aquí —señaló sus hombros.

     —Yo puedo subirte a mis hombros también.

     —Pero no eres alta, mami… el papá de Riqui le enseñó a usar la bici sin rueditas.

     —También puedo enseñarte eso.

     Clare miró a su madre un largo minuto antes de volverse a parar y darle un beso en la frente a Elena.

     —No quiero un papá, mami.

     Pero Elena intuía que su hija lo decía para darle consuelo a la madre y no tanto porque lo quisiera así. Y como si necesitara de una corroboración alguien estaba tocando a la puerta y Clare ya estaba dando un brinco de la cama para ir a abrirla con emoción. Elena siguió a la niña para poder quitar el seguro de la puerta.

—Vamos al parque —dijo Clare estirando sus brazos a Randall apenas entró.

Randall pensaba que convivir con Elena se sentía natural. Una cosa llevaba a otra y eso a algo más, y todo iba sencillamente fluyendo de manera tranquila. Le resultaba extraño porque su vida se había estrellado en picada contra el suelo cuando descubrió el cáncer en Laura, pero después de eso sencillamente se detuvo por completo. Y ahora era como si volviera a marchar su vida, a un paso tranquilo. Tan tranquilo como ir de paseo al parque. Clare le tomó de la mano caminando entre él y Elena.

     —¿Me compras una nieve? —preguntó la niña apuntando a un vendedor, Randall miró a Elena, pero ella negó lentamente la cabeza.

     —¿Por qué no mejor un globo?

     Clare sonrió satisfecha con el trueque.

     —¿Puede, mami?

     —Sólo uno.

     Complacer a madre e hija es muy sencillo, pensó Randall mientras pagaba por el globo con forma de unicornio. Ahora Clare caminaba frente a ellos, lo que permitió que Elena lo sujetara del brazo y recargara su cabeza contra él.

     —Mira, mami, vuela —y la niña corrió sin soltar el listón del globo aunque lo llevaba atado a la muñeca.

     —Clare, no corras lejos —le pidió Elena, pero la niña iba y venía unos cuantos metros y de regreso. Nada que pudiera poner en alerta a la madre.

     —¿Quieres ir a comer más tard… —y la pregunta de Randall la interrumpió el celular de Elena, le dió una sonrisa de disculpa antes de sacar el celular de su pantalón y detener sus pasos. Randall siguió andando, para quedarse cerca de Clare mientras Elena hablaba.




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