Una madre sin esposo

XIX De tal... madre tal hija

 

Elena confiaba en Randall y aún así no había podido estar inquieta a lo largo de su jornada laboral por dejarlo al cuidado de Clare. Le envió mensajes cada tanto y Randall la actualizó sin demorarse en responder sobre lo que estaban haciendo. Comieron macarrones con queso y carne, jugaron en el jardín, dibujaron, ordenaron los juguetes por colores, y Clare estaba jugando con sus peluches. Pero aún así… era su bebé, era imposible estar tranquila de manera sencilla.

          Por supuesto, Randall no le dijo todo. No le contó que dejó que Clare hiciera un castillo con los macarrones con queso, ni que él le ayudó a hacer las albóndigas en forma de muñecos de nieve en su plato. No le dijo que jugaron en el jardín con la vajilla de juguete de té, con piedras como pasteles y bebida imaginaria. Se guardó para sí que ordenaron los juguetes por colores porque Clare estaba muy emocionada en presentarle cada uno de sus juguetes porque al parecer hasta las mascotas de sus muñecas tenían nombre. Y no iba a explicarle que no era solo Clare quien jugaba a los juguetes, sino también él.

          Clare se parecía mucho a Ernesto, pero solo en los rasgos, porque el resto de Clare era de Elena. Cuando estuvo casado quería ser padre, pero era un deseo tan viejo y lejano que ni siquiera lo había desempolvado o tal vez lo justo sería decir que no había vuelto a considerar serlo de manera consciente. Aunque no mentía cuando dijo semanas atrás que los niños le gustaban más que los adultos.

          Mientras Clare estaba comiendo su celular sonó, era Tomás, su hermano. Randall respondió al segundo toque.

          —Hermanito.

          —El mayor sigo siendo yo —respondió Randall.

          —Te llamo porque estamos organizando un evento en la empresa, queremos hacer una cena para celebrar el aniversario de la refaccionaria.

          —¿Cuándo?

          —Dos semanas. Esta es una llamada de cortesía, ¿crees que tu agenda te permita estar un minuto? Dar un discurso sacado del culo, sin prometer más aumentos, si vuelves a subirles el salario nos iremos a la quiebra.

          Randall se rio despreocupado porque era una exageración.

          —Un discurso, lo tengo… considera una acompañante para mí.

          La línea se quedó en silencio por un largo minuto.

          —¿De verdad?

          —Sí.

          —Vaya, eso es…

          —Ahórratelo, Tomás.

          —Espero que le hayas hablado de mí.

          —Es de lo único que hablamos —Clare estaba jugando con su cuchara a tirar el castillo de sopa.

          —¿Y no vas a hablarme de ella? Nos vemos todos los días en la oficina y…

          —Tomas, te lo estoy contando.

          —¿Y dónde la conociste?

          —En una cafetería.

          —No me digas que esa donde dejan meter gatos y perros, ¿a la que vas todo el tiempo?

          —Esa misma.

          Escuchó el resoplido de su hermano.

          —Dime que no es de las que tienen una bolsa para mascotas.

          —Llevaba una jaula —recordó Randall en ese momento— con un conejo.

          —Parece original, ¿y cómo se llama?

          —Estas lanzándome tu interrogatorio. No te contaré más de Elena.

          —así que se llama Elena.

          —Solo añade una silla extra —Clare había levantado el rostro al oír el nombre de su madre—, por si acaso otras dos más.

          —¿Dos más?... Tiene hijos —no lo estaba preguntando.

          —Dos.

          —¿Ella está…

          —¿Viuda?

          Tomás se aclaró la garganta con incomodidad, pero Randall conocía a su hermano lo suficiente para no llegar a molestarse con su imprudencia.

          —No, ella está divorciada.

          —Un conejo, dos hijos, y un exesposo. Hermanito, te has ganado la lotería con el paquete completo —Randall rodó los ojos—. ¿Y que edad tienen los niños.

          —Él tiene diez años y Clare tiene tres.

          —Cuatro —lo corrigió la niña que seguía atenta a la conversación.

          —¿Cuatro?

          —Casi.

          —¿Está ahí? Déjame hablar con Elena para contarle de tus encantos.

          —Tomas te llamo más tarde —y sin dejar que su hermano añadiera otro comentario fuera de lugar le colgó—. ¿Casi cuatro? —le preguntó a la niña.

          Asintió Clare mientras señalaba hacia el calendario de la pared. Randall siguió la seña de su mano y se encontró con un dibujo de pastel de cumpleaños enmarcado en el siguiente jueves.

          Elena no le había comentado nada al respecto, aunque usualmente ellos se veían solo durante el fin de semana por su ajetreada agenda laboral, la de ambos.




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