Una madre sin esposo

XXXII A las heridas... no las cura el tiempo

 

Elena recibió la carta hasta el día siguiente.

Mereces ser amada con la misma intensidad de tus sentimientos, mereces mucho más de lo que puedo ofrecerte. Siento no ser eso, pero debes saber que serás capaz de encontrarlo algún día y esa persona sabrá corresponder a ti sin ataduras ni peros de por medio. No tenía las palabras adecuadas para ti y no las tengo ahora, ojalá puedas perdonarme algún día, por el daño que te hago y como esto puede afectar a tus hijos, sobre todo a Clare.

Siento no ser lo suficiente valiente para ti.

Randall.

Una carta que no había iniciado con un “querida Elena”, y que no había concluido con un “con amor”. Una carta que Elena había releído hasta el cansancio. Se quedó la siguiente mañana en la cama hasta que dio la hora de ir a trabajar. Y esperó que él fuese al restaurante, que apareciera como una vez hizo, que le dejará una segunda carta en la ventana del auto, que le llamara a mitad del turno, que le enviara un mensaje para saber si había llegado bien a casa, que apareciera tarde tocando para decirle que se había equivocado. Pero nada ocurrió.

Todo se había terminado.

La noche anterior había temido llegar a casa y encontrar a su hija llorando por la despedida de Randall, en cambio se encontró con que Clare estaba despierta y animada para su mamá.

—Mira, mami, para ti.

Le dijo mientras le extendía la carta. Elena miró a Rebeca.

—Randall te dejó esa carta, ¿por qué, Clare?

—Porque se fue en un avión, mami y va a tardar mucho en volver.

Lo que le costó mantenerse en pie y firme en sus expresiones sin romper en llanto.

—Y te dio esto —dijo al tiempo que extendía sus brazos hacia Elena, la mujer cargó a la niña y tardó en entender que esa otra cosa que había dejado Randall era ese abrazo.

Quiso hacerlo, pero consiguió no llorar.

Para ese fin de semana se esmeró y salió con los dos niños al parque, dispuesta a pasar tiempo con ellos incluso si eso significaba dejar sus pendientes para después. Leonardo se recargó en su madre en algún momento mientras caminaban.

—¿Estás así por Randall?

—No, cariño.

Leonardo no lo creyó.

—¿Querías ir con él a ese viaje?

—Por supuesto que no.

—¿Entonces?

Aquel viaje era el pretexto más ridículo que se le había ocurrido a Randall y ahora ella se encontraba obligada a sostener el engaño, por Clare.

—Es por el trabajo.

—Uhm… ¿mamá?

—¿Sí?

—¿Randall también tiene mucho trabajo como papá?

Elena negó con su cabeza.

—¿Vas a meterme a clases de box?

Y esta vez en lugar de que Elena rechazara esa idea, lo aceptó, no solo eso, prometió que el lunes mismo lo inscribiría en alguna academia.

Randall no iba a quitarles más a sus hijos.

El viernes siguiente Ernesto pasó a recoger a Leonardo. Mantuvo sus ojos lejos de su exesposo mientras esperaban que el niño terminara de hacer la mochila para irse.

—¿Volverías a irte?

La pregunta de Elena lo tomó con la guardia baja, nunca hablaban de eso.

—Tienes una buena vida, Elena. Los niños tienen estudios, yo tengo un empleo seguro. ¿Qué vida habríamos tenido juntos?

Elena frunció el ceño y bajó la vista mientras apretaba los labios para no decirle cuál.

—Me hubiera gustado tener una opinión sobre eso.

—Sé cuál hubiese sido tu respuesta.

—¿Y era tan espantosa?

Ernesto, muchos años más tarde recordaría constantemente esa conversación, esa pequeña puerta entreabierta que Elena había permitido para ellos en ese momento de vulnerabilidad, una oportunidad para ser honesto y que él había declinado a usar.

—Me iré de viaje por un mes completo en dos semanas —dijo a modo de respuesta siendo esquivo. Y Elena lo entendió: La vida de Ernesto no tenía espacio para ellas.

—¿Leonardo lo sabe?

—Por eso iremos a acampar este fin de semana —Ernesto solía recompensar sus ausencias con excentricidades como esa, esta vez irían a pasar el fin de semana acampando en el medio del bosque. Pero anteriormente lo había llevado a la  playa, incluso a esquiar. Era un buen papá, nadie podía ponerlo a dudas, pero era sólo buen papá para uno de sus hijos.

—¿Alguna vez has pensado que le dirás a Clare cuando pregunte por ti? —le preguntó Elena.

—No… ella es pequeña.

—No lo será por siempre.

—Elena… si yo pensara que estarían mejor conmigo, entonces estarían conmigo.

—Que excusa más barata para hacerte a un lado. ¿Por qué no eres honesto contigo mismo y admites que es más cómodo para ti? No tener una esposa con la que lidiar, ni berrinches, sin lidiar con la carga de una familia todos los días. Qué comodidad, ser el padre perfecto tres días cada dos semanas.

Elena nunca se lo echaba en cara, los pensamientos estaban ahí pero usualmente los mantenía para sí.

Ernesto esquivó la mirada en lugar de sostenerla, y es que era algo que le desquició siempre de él, mirar hacia otra parte en lugar de enfrentarla a los ojos.

—¿Crees que fue fácil para mí? Me dejaste con todo el peso y la responsabilidad. ¿No pensaste que yo te necesitaba? Te amaba. Te amaba tanto y tú… sólo te fuiste porque era muy difícil cambiar pañales de nuevo.

Ernesto miró al suelo.

—Tienes razón, ¿pero no tienes una mejor vida ahora? Un buen trabajo, los niños una buena escuela, un buen carro en el cual moverte, una casa que no tienes que pagar. ¿Dónde estarías hoy si me hubiera quedado, Elena?

—Contigo —la palabra salió en un murmullo apenas, y cuando Ernesto miró hacia arriba notó que Elena no había dejado de mirarlo con sus ojos brillantes y azules.

—Pero no serías feliz.

—¿Yo? ¿O tú?

—No te hice feliz, Elena. Quedarme habría sido egoísta.

—Si eso fuera cierto, te habrías divorciado de mí y no habrías dejado a Clare en…




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