Una madre sin esposo

XXXIV Del a mor al... perdón solo hay un paso

 

Clare se había quedado dormida jugando y Elena la llevó a la cama para ponerle la pijama. Había sido un día difícil.

Sentir que perdía a Clare hizo que tomara su vida otra perspectiva. Había querido llamar a su hermana, pero notó muy tarde que extravió su celular y no se sabía su número de memoria.

Puso el cuerpo de Clare en medio de la cama y acomodó una barrera de almohadas del lado derecho antes de acostarse del otro lado. No solía dormir con Clare, había tardado mucho en acostumbrarla a dormir en su cama para malcriarla y repetir el círculo de readaptación. Pero esa noche la quería tan cerca como le fuera posible.

Clare era suya y de nadie más. Apretó su cuerpecito contra sí al tiempo que dejaba besos en su frente, el miedo de perderla aún se sentía tan cercano y real que necesitaba reafirmar que no había ocurrido nada malo, su hija estaba ahí: en la seguridad de sus brazos.

Cuando despertó, Clare estaba jugando en su cuarto con la casa de unicornios. Elena fue a sentarse al lado de la niña en el suelo.

—Randall… él va a irse otra vez.

Clare asintió.

—Pero va a volver, mami.

—No, linda. Él no va a volver.

Clare levantó sus ojos verdes hacia Elena y frunció el ceño.

—¿Por qué?

Elena acomodó el cabello de Clare tras su oreja antes de responder.

—Porque tiene… mucho trabajo.

—¿Cómo el papá de Leo?

Elena asintió. Justo como el papá de Leonardo.

Clare asintió varias veces antes de levantarse y caminar a la esquina de la habitación donde estaba la jaula del conejo. Sacó al felpudo animal y se lo entregó a Elena.

—Toma —le entregó un cepillo para su mascota.

—¿Escuchaste lo que dije?

—No importa, mami. Un día vamos a encontrar a mi papá.

Elena sintió las lágrimas bajar por sus mejillas. Elena sabía que no. Que nunca más volvería a buscar el cariño en otro hombre que pudiera lastimarla a ella o a sus hijos.

Abrazó a Clare y le dio dos besos en cada mejilla.

—Te amo.

—Ya lo sé, mami. Te amo.

Elena sonrío. Tal vez no tendría el amor de otro hombre y quizás nunca escucharía esas palabras de uno, pero no lo necesitaba, se dijo, tenía a Leonardo y a Clare para ser correspondida y eso sería más que suficiente.

Una hora más tarde llegó Rebeca, había intentado hablar con su hermana desde el día anterior y al no recibir respuesta de su parte fue a buscarla, Elena le contó con lujo de detalle lo ocurrido con Clare.

—¿Por qué no descansas? Te ves agotada.

Elena le dio una mirada que la hizo parecer menor, más joven y débil.

—Anda, Elena, me llevo a Clare hoy y te la regreso por la noche.

—¿Estás segura?

Rebeca no había querido quedarse con Clare sin Leonardo desde el accidente de los labiales.

—Sí.

Así que media hora más tarde, Elena estaba sola en la casa. Limpió, lavó la ropa y se acostó en el sillón a descansar. Puso su antebrazo encima de sus ojos mientras se concentraba en dormirse y en no llorar. Sintió el peso del conejo que había saltado a su estómago, Elena lo acarició con su mano libre mientras pensaba en su vida. Si iba a darse por vencida en el amor quería encontrar la esperanza y motivación para la vida que iba a tener.

***

Era domingo. Randall llegó a la hora puntual de su cita de siempre. Se sentó en el banco frente a la tumba y leyó el epitafio una y otra vez.

Randall no pudo dormir ni un minuto la noche anterior, pero tampoco lo intentó. No llegó a acostarse en la cama o entrar a su habitación. En lugar de eso recorrió la casa de un lado a otro sin saber exactamente qué buscaba, pero sabiendo que estaba perdido, no algo, sino él.

Perdido dentro de esas paredes que construyó para armar un sueño que era imposible que se volviera realidad. Pero es que Laura le había hablado tanto de la casa de sus sueños, que fue sencillo ponerla en papel y luego convertirla en un proyecto arquitectónico y más tarde se construyó.  Nada estaba fuera de su sitio.

—Quiero una cocina grande porque así podremos tener espacio para hacer la cena navideña en familia, nos visitarán todos nuestros amigos y los amigos de nuestros hijos.

—¿Hijos?

—Sí, tenemos que tener tres.

Tenemos qué, porque Laura hablaba de un modo que hacía parecer que le ordenaba a todos, incluido el mismo destino sin imaginarse que la vida le tenía preparado un futuro distinto.

—Serán tres, entonces. Ocuparemos una mesa grande.

—De doce sillas.

—¿Doce?

—Para cuando vayan sus amigos a la casa, y mis padres, y tu hermano. Necesitamos un comedor amplio y que tenga ventanal.

Y Laura le había hablado de esa vida que nunca iban a tener la oportunidad de vivir, pero con ese tono de voz que tiene quien no pone en duda el futuro. Y Randall se lo creyó, de no ser por el cáncer habrían encontrado el modo de conseguirlo sin requerir de la suma del seguro de vida.

—Siempre serás amada, Laura —le aseguró en voz alta Randall mirando hacia la lápida, y la imaginó ahí, con las piernas cruzadas y la espalda recargada contra el mármol donde estaba escrito su nombre, sonriente como siempre que pensaba en ella y con su cabello rizado, brillante y revoltoso contra el viento.




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