Una madre sin esposo

XXXVI La curiosidad no mató al gato


Rebeca estaba cuidando de Clare y Leonardo mientras ellos tenían una romántica cita con velas en un restaurante elegante. Elena había elegido un vestido que no había usado en dos años, desde la boda de una amiga; se sentía de su edad, joven y vigorizante en el atuendo. Cuando Randall pasó a recogerla y la recorrió con la mirada esa sensación no hizo más que aumentar.

—Hermosa.

Se sentía hermosa.

Aun más cuando Randall se la comenzó a comer a besos en la entrada de la casa hasta que ella le recordó que tenían una reservación.

Randall estaba hablando sobre la última travesura de Clare del día anterior, había jugado con la pasta de dientes para cepillarle los dientes a sus muñecas y peluches, las muñecas tenían salvación, la mayoría de sus peluches requerían un par de lavadas extra. A Elena irremediablemente le recordó esas conversaciones que tuvo alguna vez cuando Leonardo era un bebé y platicaba con Ernesto de los avances del niño, “Hoy aplaudió”, “Sacó los trastes de plásticos del cajón”, “Se puso a jugar con el cepillo del cabello”, aunque esas conversaciones eran animadas de manera unilateral seguidas de los “Uhm” y “Ajá” de su exmarido mientras hacía la tarea de la universidad en la mesa del comedor, pero Randall lucía divertido y sorprendido de las ocurrencias de Clare.

—Es una diablilla —dijo Elena riendo junto con él.

—Como su madre.

—No puedo negar que es parte mi culpa.

—¿Leonardo como era de pequeño?

—Muy inteligente, y gracioso, aunque no llegó a ser travieso como Clare, era un niño tranquilo en comparación, aunque también tenía sus ocurrencias.

—Es como un pequeño hombrecito, ¿sabes? —Elena sonrío porque era un cumplido para ella.

—Lo es.

De pronto un extraño silencio cayó sobre ambos, Elena se puso a jugar con su tenedor a perseguir una aceituna en el plato, la empujaba de una orilla a otra del plato sin realmente querer atraparla. Cuando miró hacia arriba descubrió que tenía toda la atención de Randall.

—¿Qué ocurre? —preguntó él estirando su brazo y dándole un ligero apretón en la mano.

Elena dio una exhalación, miro de nuevo a su plato y de regreso a Randall.

—He notado que te gustan mucho los niños —por el modo en que lo dijo parecía que se tratara más de un defecto que de una virtud.

—¿Eso está mal para ti? ¿Preferirías que fuera distante con ellos? —como su padre mordió esas tres palabras dentro de su boca para no decir una imprudencia.

—No, estoy realmente agradecida por como has sido con ellos y todos los favores que me has hecho, y los juegos y que dejes que Clare tenga un apodo para ti, o que le hayas enseñado a batear a Leonardo… es solo que… te gustan mucho los niños.

La frente de Randall se arrugó aún más intentando entender el problema en eso.

—Y ya sé que lo hablamos hace meses, pero asumo que has pensado en tener hijos alguna vez —cuando él no respondió ella se obligó a sí misma a continuar, al final de cuentas ella había sacado a colación el tema—, y sabes que ya no puedo tener más hijos —tomó una bocanada de aire antes de seguir—. Yo quiero saber si aún sigues pensando igual que en mayo sobre eso de que con Clare sería suficiente —para cuando terminó de hablar lo único que era capaz de ver era su propio regazo.

—No tienes que preocuparte por eso, Elena.

Levantó la mirada esperando que él dijera algo más pero no lo hizo. Continuó comiendo en silencio como si hubiesen cerrado el tema de conversación.

No tienes qué preocuparte por eso.

¿Por qué no era su problema?, se preguntó. ¿Por qué él no los veía llegando más lejos?, se atormentó sintiendo su corazón apretujarse. ¿Por qué ni siquiera la había considerado para formar una familia?, se castigó con esas ideas masoquistas que a veces volvían. ¿Por qué le gustaba ser soltero legalmente?, asumió. ¿Por qué sólo iba a casarse una vez y nunca más?, se lamentó sin poder evitarlo. ¿Por qué?

—¿Por qué?

—¿Lo podemos discutir más tarde? —ella tragó saliva y asintió—, ¿ya te dije lo mucho que me gusta tu vestido? —asintió sonriendo aunque la sonrisa no alcanzó a llegar a sus ojos.

La cena se movió de manera artificial después de eso, Elena no podía parar sus pensamientos rápidos que opacaban las atenciones de Randall a su lado.

—Me gustaría llevarte a un lugar —le dijo Randall mientras le abría la puerta del automóvil para que subiera. Elena asintió sin saber cómo mantener sus emociones al margen. No tienes que preocuparte por eso. Quería creer en esas palabras pero lo único que conseguían era preocuparla más.

Iba tan ensimismada que tardó en descubrir que Randall conducía hacia las afueras de la ciudad, la zona elegante y sofisticada para gente adinerada que quería los beneficios de la ciudad, pero también los beneficios de las zonas exclusivas y privadas.

—Hemos llegado.

La había llevado a una casa, era de noche y no podía apreciarse del todo, pero no encontraba un motivo para visitar a esas horas de la noche a los propietarios que seguramente llamarían a la policía si los encontraban frente al jardín.

Elena bajó cuando él lo hizo, sin esperar a que le abriera la puerta.

—Esta es mi casa.

Elena dio pasos cortos sobre el pasillo maravillándose de los espacios, Randall encendió las luces, sintió que a las paredes les hacía falta un poco de personalidad, pero era porque a ella le gustaba llenar las paredes de fotografías, pero la casa era preciosa.

—Es hermosa.

—Gracias.

—¿Tú la diseñaste?

—No realmente.

Ella lo miró en espera de una explicación más larga que esa.

—Cuando me casé no teníamos mucho, ambos trabajábamos y rentábamos un departamento. Luego con mucho esfuerzo conseguimos rentar una casa. Laura hablaba de la casa de sus sueños, de lo que haría si tuviéramos el dinero para hacerlo posible —la tomó de la mano y camino con Elena hacia la sala. Una chimenea grande, un piano y un sillón viejo estaban ahí, tres elementos que chocaban visualmente—. Y cuando ella murió yo me enfoqué en conseguirlo. No fuimos miserables ni nada así, quiero pensar que le di una buena vida, pero esto se sentía como algo que tenía que hacer.




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