Una madre sin esposo

Los bellos caminos no llevan lejos... o sí

Los bellos caminos no llevan lejos

Varios meses después

Esa mañana Randall salió con la única finalidad de hacerse de un buen traje de novio, pasó a recoger los anillos de la boda, pagar el restante para el pastel y buscar una corbata a juego para él y Leonardo. Tareas simples, o al menos así lo parecía en un principio.

El pastel fue lo primero que tachó de su lista de pendientes.

Recoger los anillos de la boda fue lo siguiente, se aseguró que le quedara el suyo y que las inscripciones en el interior de los anillos no tuvieras faltas ortográficas. El que sería de Elena decía Mi amor lleva años esperándote. Y en el de Randall podía leerse con claridad, Por ti pasan las cosas, cielo.

El primer apodo que Clare le dio fue ese. Él comenzó a llamarla cielo y entonces la niña decidió que ella también podía llamarle así. A Randall le gustaba el sobrenombre, era el modo en que solo ella lo llamaba y era sólo él quien la llamaba así. A Elena le parecía adorable escuchar a Clare preguntando por Randall de ese modo.

—¿Va a venir Cielo?

Y Elena sin darse cuenta pasó de llamarle de ese modo en tono bromista a cariñoso, así que sólo Elena y Clare le decían de ese modo.

—Cielo viene más tarde.

El traje de novio fue más complicado, estaba demasiado indeciso en el color y Elena llevaba toda la mañana sin responderle el celular, se estaba tomando en serio lo de dejarle todas esas tareas para sí mismo sin ayuda. Aunque necesitaba un consejo. ¿Negro o azul marino? ¿Blanco o beige? ¿Camisa francesa o no? ¿Qué color para las corbatas?

Demasiadas elecciones.

Aunque cuando encontró las corbatas en el segundo piso de la tienda departamental supo exactamente que el traje negro le iría mejor a las corbatas azules cuando encontró unas con un tono parecido a los ojos de Leonardo y su madre. Sólo para asegurarse se volvió a probar el traje con las corbatas y la camisa sin mancuernillas.

     —¿Primera boda? —dijo el sastre hincado frente a él. Randall se miró en el espejo, de arriba abajo sin poder evitar pensar, solo por ese momento, en su primera boda.

Su impaciencia fue notoria, vestía un traje gris oscuro, nervioso y sudando mirando del altar hacia la puerta principal, no porque creyera que Laura no iba a llegar, sino porque no podía esperar más a que ella apareciera. Apenas escuchó la primera nota del pianoforte se giró para ver las puertas abrirse y tras éstas Laura de mano de su padre.

     Parpadeo varias veces luchando contra la opresión en su pecho.

     —Dime que serás mío toda la vida —le dijo Laura al oído después de besarla ante los gritos y aplausos de sus amigos y familiares.

     —Te lo juro.

Y cumplió con la promesa, la había amado toda la vida y todavía después.

     —Mi última boda —el sastre se rio entre dientes antes de aplaudir.

     —Así se habla, caballero.

     Y justo en ese momento, como si al destino le gustara jugar con él, su celular comenzó a sonar. Rebeca. Ignoró el aumento de su ritmo cardiaco mientras respondía la llamada, su cuñada nunca le había llamado, ni siquiera cuando se trataba de los niños, prefería usar los mensajes de texto para ahorrar saldo.

     —Dile a Elena que ya tengo todo, pastel, anillos, traje y corbata.

     —Randall…

     —Y todo antes de mediodía, así que si Elena pregunta…

     —Randall. Hubo un accidente. Elena está en el hospital.

     Y el mundo por segunda vez en su vida se detuvo.

 

Entró corriendo al hospital, dio el nombre completo de Elena y apenas le indicaron la habitación en la que ella se encontraba apresuró sus pasos hacia allá. Toda serie de posibilidades e ideas habían cruzado por su cabeza desde que recibió la llamada.

Deseó, mientras recorría los pasillos, haber tenido un poco más de paciencia para escuchar las indicaciones para llegar al cuarto o por lo menos pedirle el informe médico de Elena para saber a qué enfrentarse. Cielos. No podía morirse, era demasiado joven, tenía dos niños. No podía perderla también a ella. Ellos no podían perder a su madre, se iba diciendo una frase tras otra convenciéndose de lo imposible de su muerte.

     —¡Mami! —el grito de Clare pidiendo atención funcionó para guiarse los últimos metros. Se había imaginado toda clase de escenarios terribles: Elena entubada, inconsciente, desangrándose y al borde de la muerte, pero cuando entró descubrió que Elena solo tenía una pierna enyesada y, asumió, fracturada.

—Hola, tú —dijo ella al ver entrar a Randall en la recamara. Leonardo y Cloe estaban jugando en el suelo con un rompecabezas con piezas de madera, mientras que Clare estaba intentando subir a la camilla, Rebeca ya estaba sujetando a la niña para impedirlo.

—Me sacaste un susto espantoso —dijo Randall mirando a Rebeca y luego se acercó a Elena, besó su cabeza, nariz, mejilla y finalmente sus labios, como si necesitara asegurarse que estaba completa.

—Lo siento, mi celular se quedó sin pila y Rebeca no es exactamente una persona comunicativa.




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