Una madre sin esposo

Y vivieron felices… con juguetes

 

 

Elena salió del hospital tres días después. Randall cuidó de ella cada día en el hospital, excepto durante esa hora que le tomaba recoger a Clare en la guardería antes de regresar los dos con Elena para que la niña estuviera con la madre unas horas. Elena no quería aprovecharse del apoyo de Rebeca y dado que Leonardo se quedó con Ernesto mientras ella era dada de alta no quería abusar de su compasiva hermana con su inquieta hija, así que cuidaban a Clare por la tarde en el hospital aprovechando que tenían la habitación exclusiva para ellos y un pequeño soborno al enfermero para que se hiciera de la vista gorda y dejara pasar a la niña.

Clare era maravillosa cuando estaba con Randall. No había berrinches y si iniciaba alguno, el hombre tenía el don de distraerla para que no duraran mucho tiempo, así que el comportamiento de Clare en el hospital fue ejemplar. Entendió que no debía tocar la pierna de su madre y que no podía salir del cuarto.

—¿Y si le ponen pegamento? La cinta se rompe más fácil.

Lo único que no entendía la niña era lo que significaba una fractura y como hacerla entender que un hueso roto no era tan grave como sonaba dejaban que siguiera en el engaño al que había llegado por su cuenta.

—Si mami no mueve la pierna las vendas van a curarla, cielo —respondió Randall agachado a la altura de Clare mientras le señalaba la pierna de Elena.

Elena creía que no podía amarlo más, pero él constantemente contradecía eso y le  probaba con detalles que era posible. Para el día en que Elena fue dada de alta, Randall llegó con Clare disfrazada de doctora con un estuche de juguete y una bata blanca que él compró, además de un tulipán para su mamá y un ramo de once tulipanes para sí misma.

—Toma, mami. Este es para ti y estos para mí.

—¿Sólo uno?

La niña asintió con seriedad.

—Cielo dice que no puedes cargar cosas pesadas, estos pesan mucho.

A Elena no le importó, Clare disfrazada de doctora fue suficiente regalo de su parte. Randall le daba detalles y acciones que no tenían suficiente valor, no sólo estaba dispuesto a ser un esposo ideal, sino un padre genuino.

Dado que Leonardo estaba en casa de Ernesto, los primeros días en la casa del jardín fueron diferentes a lo que habían pensado que sería: Clare durmió con Elena y Randall, o más bien, durmió en la mitad de la cama rodeada de almohadas para evitar que las saltara y lastimara la pierna de Elena, por suerte la cama era grande, y por primera vez en años Randall agradeció contar con tanto espacio.

 Los niños ya conocían la casa por los días que estuvieron haciendo la mudanza entre los cuatro antes del accidente, y él comprobó que Conejo era una eficiente niñera mientras veía a Clare perseguirlo de un lado a otro por la casa sin descanzo hasta que el pequeño animal se escondía en algún rincón y entonces Clare iniciaba el juego de las escondidas con el conejo que sin saberlo tenía una compleja labor para entretener a Clare.

Randall se encargó de terminar la mudanza de la casa de Elena sin ayuda. Las camas fueron trasladadas a la casa del jardín, para el cuarto de Leonardo, para el de Clare y para el de invitados. Elena no tenía apego por sus muebles, la mayoría los había comprado Ernesto, así que cuando surgió la interrogante de qué harían con el resto de muebles ella le dijo que iba a venderlos. Eran buenos muebles y con poco más de seis años de uso podían pasar por casi nuevos. Así que Randall se los obsequió a Dolores y le dio el dinero que Elena había considerado que podría conseguir por ellos.

De ese modo tuvo a dos mujeres complacidas: Dolores estaba agradecida, y cuando Randall le pidió ampliar su horario para ir todas las mañanas a la casa para que pudiera ayudarle con Clare mientras él trabajaba, ella no lo dudó y aceptó. Elena, por otro lado, recibió el dinero que quería por los muebles, y dado que Randall puso la casa creyó conveniente utilizar su dinero en amueblarla.

Una semana después de ser dada de alta, caminaba con sus muletas por la casa casi vacía, tenía una idea, pero no estaba segura si sería bien recibida su petición porque asumía que Randall sí le tendría apego a los muebles de Laura.

—¿Crees que pueda comprar un sillón? —Randall que estaba sentado en el viejo sofá leyendo un libro levantó la cabeza y miró alrededor, estaba tan acostumbrado a sus muebles que no fue consciente hasta entonces que su casa necesitaría cambios como sillones nuevos, una televisión o un comedor. Y como Randall iba frunciendo el ceño mientras meditaba sobre ese punto, Elena se apresuró a añadir: —, me aseguraré que combine con éste, y no necesitamos otro comedor, podría comprar un par de sillas extras.

Elena todavía no terminaba de desempacar todas sus cajas de la mudanza, solo había tenido animos para doblar la ropa y sacar algunas ollas y vajillas que ella sentía que no combinaban con la reluciente cocina, pero además de las camas no trajo muebles consigo y se arrepentía un poco por haberlos vendido sin contemplar lo necesario que podrían ser.

Randall sí le tenía aprecio a los muebles, había sido el primer sillón que compró con Laura y la primera mesa que compraron al casarse tras un año de matrimonio y ahorros. No quería deshacerse de ellos.

—Puedo pasarlos a la biblioteca —decidió.

—¿Sí?




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