Una mamá para Artemisa.

Amir Kazem

 

Estambul, Turquía. 

AMIR KAZEM

 

El llanto lacerante de mi hija taladra mis oídos de la manera más incesante. Tecleo con furia y poca agilidad a causa de este chillido del infierno que está por quitarme la cordura cuando más la necesito. 

 

—Ya no llores, toma tu peluche —se lo ofrezco y cuando creo que dejará de llorar, solo me mira con esos inmensos ojos grises y un puchero feo surca sus facciones, uno que de manera inconsciente me hace responder de la misma manera. 

 

Solo que recapacito y cubro mis oídos cuando, vuelve a gritar de esa misma y bendita manera estruendosa que me hace gritar y me volteo mientras lo hago.

 

Grito.

 

Grito tan fuerte y pierdo el control. 

 

—¡Llévame contigo, Alá! —dramatizo y cuando me callo, el silencio total reina por la estancia. Quito mis manos de mis oídos escuchando en estos, el retumbe furioso de mi corazón y una pequeña carcajada llena de una dulzura que no quiero reconocer, suena por toda la estancia. 

 

Me volteo indignado para mirarla, mi boca se abre cuando sus mejillas están adornadas con dos dulces hoyuelos y su encía desprovista de dientes se muestra en su totalidad. 

Gorgorea con felicidad y me extiende sus brazos, brazos me veo con pánico y me obligo a salir del letargo para señalarla con mirada acusatoria. 

 

—Eres una manipuladora, Dios, no puedo… toma tu peluche —le vuelvo a tender el babuino que le regalaron cuando nació y de nuevo ese puchero se marca en su pequeña boca que, es pequeña, pero llora como si fuese alguien adulto. 

 

Un grito, otro grito. Hoy pierdo la cabeza y tengo un congreso importante que dar en menos de cinco horas. 

 

«Alá… ¡Alá!», pienso con desespero y como si se tratara de un milagro, mi hermana aparece en mi campo de visión con una mirada de odio puro. 

 

—¿Te es tan difícil tomarla en brazos? Pedazo de… —mi boca se abre ante el potencial insulto que planea decir delante de mi pequeño retoño y rápidamente corro a cubrir sus oídos—. Gorila, pedazo de gorila —termina y separo mis manos del rostro delicado de Artemisa al darme cuenta de que no planeaba decir una mala palabra. 

 

—Bien que no dijiste una mala palabra delante de ella —la reprendo con mirada juzgadora. 

 

—¿Y a ti qué te interesa? Si ni la quieres —ella ataja y yo quiero abrir mi boca para decirle que sí, que es mi hija y la amo, pero no salen palabras de ella, por más que trato. 

 

Su mirada vibra de decepción y brilla repleta de tristeza, simplemente me quedo sin palabras cuando ella toma a la bebé con mimos y esta calma su llanto al sentir el calor de alguien. 

 

»No sé en qué momento te convertiste en este ser frío y sin amor. Eres doctor, demonios… deberías tener calidad humana, pero ella te arruinó por completo y solo sientes rencor por alguien inocente que no tiene la culpa de nada —me sigue acusando sin piedad y sin darme siquiera tiempo para responder, se marcha de la estancia, yéndose con una parte de mí. 

 

Esa que me mira fijamente con ojos curiosos tan grises como los de… ella. 

 

Una especie de nudo se forma en mi garganta y con rabia veo al babuino que hizo llorar a mi hija en repetidas ocasiones. 

 

Pero, ¿cómo se me ocurre? Es tan feo que hasta a mí me da escalofríos. Me voy rápidamente a la basura y lo dejo allí depositado.

 

Vaya regalo de mierda que le dieron a Artemisa. 

 

Y peor yo, que lo se di pensando que ellos no distinguían cosas feas. Niego una y otra vez, lo estoy haciendo todo mal, pero todo mal. 

 

«¿Estás solo con tu bebé?», escucho aquella pregunta. 

 

—Sí —respondo quejumbroso, pensando que tal vez escuché esa pregunta porque estoy loco para la quintilla. 

 

«¡Lo sabíamos! ¡Pero tenemos una solución!», esta vez volteo como lo efectivamente loco que aparentemente estoy, buscando el origen de aquella voz. 

 

Diablos, qué susto… pensé que eran ideas mías y resulta que hasta responde con lógica, sigue hablando babosadas y cuando finalmente doy con la fuente, me doy cuenta de que es un anuncio de YouTube

 

Agencia de madres sustitutas. 

“Mujeres dispuestas a cuidar a tu hijo como su fuesen de ellas. Madres sustitutas perfectas para dar todo el amor que tú no puedes darles”

 

Trago saliva cuando, miro al techo y pienso que tal vez, es la señal que le pedí a Alá. Por simple curiosidad pincho el enlace y una página aparece frente a mí.

 

Joder, es una locura… pero no hay que ignorar las señales del Padre divino y creo firmemente de que esto me lo envió él.

 

 




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