Una mamá para Artemisa.

1. Sushi

 

PAOLA RAMÍREZ

 

Pienso que es normal que en algún punto de nuestra vida, principalmente en esas donde el desespero por un trabajo es bastante… grande, es normal mentir en el curriculum. 

 

Necesito dinero y por desgracia, del único trabajo en el cual metí los papeles pidiendo internamente que no me contratarán… ¡Lo hicieron! ¡Jodidamente lo hicieron! 

 

Entonces aquí estoy, viendo infernales videos de YouTube donde explican paso por paso como hacer sushi. Suspiro repitiéndolo una y otra vez, diciéndome a mí misma que debo confiar en el proceso.

 

Siempre confiar en el proceso. 

 

Cuando creo que finalmente lo tengo, tomo mis tacones y cogiendo el dinero para pagar el transporte público, salgo de mi humilde anexo para ser… una jodida chef de sushi. 

 

Sí, voy a preparar sushi sin tener idea de cómo hacerlo y teniéndole un asco que te cagas, pero siempre…

 

«Hay que confiar en el proceso», me repito de manera interna. Fantaseando que tal vez mi suerte cambie y pueda tener un gran apartamento, un auto y cumplir mi sueño de viajar por el mundo. 

 

Pronto… solo debo tener paciencia.  

 

Entro al bus que está a reventar y para mi mala suerte quedo justo al lado de un hombre cuya axila se encuentra a mi lado y huele a demonios. Un chillido interno me abandona y casi lloro cuando el chofer da un frenazo y esa parte del cuerpo del hombre me choca con el maldito cabello. 

 

—¡Que me lleve la chingada! —vocifero por todo lo alto con las ganas de vomitar y recibiendo varias miradas sorprendidas y hasta resentidas.

 

—Tan bonita y tan grosera —brama nada más y nada menos que el maldito violinudo que me dejó mi cabello de seguro oliendo a mal sudor. 

 

—¡Échese desodorante y blanquease esas axilas, más bien! —grito sintiéndome roja de la rabia, la calentura sube por todo mi rostro y creo que mi vena característica de rabia se marca en mi frente—. ¡Aquí me quedo! —le grito al chofer y este se detiene, yo refunfuño por todo el camino hasta la salida de aquel infierno y cuando finalmente pongo un pie fuera de esa caja de malos olores, puedo decir que me siento libre. 

 

Libre por una escasa cantidad de tiempo. 

 

—Nos parece que su curriculum es el más adecuado para que sea nuestra chef de sushi, sin embargo, nos interesa verla haciéndolo para estar más seguros de sus cualidades —me comenta el hombre estirado de facciones japonesas. 

 

«Confía en el proceso, perra».

 

Trago saliva y finjo una perfecta sonrisa que no llega ni a mis ojos, pero algo trato. 

 

—Por supuesto, ¿Dónde es la cocina? —cuestiono sintiendo que quiero vomitar, sin embargo, tengo que fingir seguridad. Necesito el puto dinero, si no me echan del alquiler y vivir bajo un puente es lo que menos me apetece en este momento. 

 

—Es ahí —me señala con el dedo y cuando me fijo bien donde es, casi quiero desmayarme al ver que es en una barra cuya división está hecha de un puto vidrio totalmente transparente.

 

¿Es mal momento para resaltar que me entra el pánico escénico? Trago saliva quitándome mi pequeño saco para empezar a observar todo y reconocer cada uno de los implementos. 

 

«No me falles, YouTube», suplico de manera interna para tomar la hoja de alga verde tratando de que no se note mi nerviosismo. 

 

Coloco debajo el objeto con el cual se enrolla cuyo nombre no recuerdo y arriba de este empiezo a copiar directamente todo aquello que vi.

 

Por suerte no me van a detener por derechos de autor. 

 

Extiendo el arroz y arriba de este coloco, salmón, cangrejo y aguacate Coloco una pequeña, casi diminuta línea de aquel ingrediente que pica como los mil demonios, el tal wasabi y finalizo enrollando con cuidado. 

 

Se me da bien esto de imitar cosas que en mi puta vida había hecho y que me salgan a la perfección. Ese es un arte que he ido aprendiendo a medida que me volví una jodida mentirosa compulsiva en mi curriculum. 

 

Termino en medio de un suspiro y con el antebrazo me limpio la pequeña capa de sudor que había llenado mi frente. Suspiro levemente, creyendo firmemente que tengo el control de la situación, así que, empiezo a cortar el perfecto rollito de sushi. 

 

Lo presento delante del quisquilloso hombre que lo observa con ojo, crítico cada uno de mis movimientos y yo solo juro que estoy por cagarme encima. 

 

—Has hecho algo que no me ha gustado —mis ojos se abren en desmedida y siento que voy a llorar aquí—. Sin embargo, te daré el beneficio de la duda y probaré su sabor solo porque… porque es bueno innovar y salirse de las tradiciones —habla sin decirme que fue lo que hice exactamente mal.

 

Toma el rollito y llevándolo sobre un poco de salsa de soja, enseguida lo mete a su boca y el silencio inunda el lugar para enseguida ver en primera plana cómo la cara del hombre se contrae y en una gran arcada que lo hace tirar mi maravillosa creación al suelo. 




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