Una mamá para Artemisa.

2. Locura

 

AMIR KAZEM

 

—Esto que quieres hacer es una completa y total locura… ¡Una puta locura! —me grita mi hermana, yo simplemente sigo llenando el formulario lo más rápido que puedo, ya que dentro de escasas horas tengo una importante cirugía a la que no puedo darme el lujo de llegar tarde, es la vida del paciente que podría estar en riesgo.

 

—¿¡Me estás escuchando, Amir Kazem!? —el grito exaltado de mi hermana a la par que siento cómo cierra con todas sus fuerzas la laptop encima de mis millonarias manos. 

 

—¿Es que has perdido la puta cabeza? ¡Déjame llenar el puto formulario en paz! —gruño con el mal humor llenándome por completo mientras subo de nuevo la pantalla, rogándoles a todos los dioses que no se haya partido la pantalla por culpa de esta burrota—. No tienes ni idea de los millones que cuentan mis manos, agresiva, loca —refunfuño insultándola entre dientes, retomando mi actividad principal y todo bajo la mirada furiosa de mi hermana y la curiosa de mi be… de Artemisa. 

 

—¿Valen más que tu hija? ¿Valen más que el bienestar de esa pequeña? —ella me hace mirarla a la par que desvío mi mirada hacia el lugar que señalan sus dedos. La cara ovalada y ojos grises de ella me atrapan por escasos segundos, segundos de los que salí cuando mi ceño se frunce de manera natural. 

 

—Ella no tiene nada que ver en esta decisión, no te pongas sentimental, que sabes lo que opino de todo esto —comento sin querer darle más vueltas al asunto, preguntándole con la mirada si me deja terminar de una vez por todas. 

 

—Dame la custodia de Artemisa —exige y esta vez sí que tiene toda mi maldita atención. Ella es bien ilusa. 

 

—¿Qué? —indago ahora bajando la vista para verla sobre mis lentes de lectura. 

 

—Lo escuchaste, dame la custodia de la bebé que yo si la quiero. Yo no puedo tener hijos y… —empieza a parlotear y yo rápidamente me levanto atrayéndome mi computadora conmigo. 

 

—Busca una clínica de fertilidad o qué sé yo, a mi hija no me la vas a quitar, ubícate… ella no es objeto como para que me la vengas a pedir así —bramo dejándole ese punto bien en claro. 

 

—¡Pero bien que quieres contratar una mamá sustituta! ¡Ni siquiera una niñera! —mueve sus brazos con dramatismo, yo cierro mi aparato y me acerco el pequeño coche de mi hija. 

 

Esa que me muestra una gran sonrisa a medida que me acerco a ella, yo trato de ignorar esa miradita que me pone nervioso. 

 

—Aguántame esto aquí —digo como si me entendiera mientras pongo la laptop a sus pies. Termino y sin decir más, empiezo a dirigirme con el monísimo coche que le compré hace tres días para la sala privada. 

 

Por suerte hoy no ha llorado, con ayuda de mi histérica hermana, Artemisa, ahora esta comida, cambiada y preparada para dormir. ¿Cómo? Ni idea. Seguro le ponen una nana y se duerme solita. 

 

—¡Ni siquiera entiende lo que le dices! ¡No sabes lo que es cuidarte a ti mismo! ¿Qué te hace creer que elegirás la mejor opción para ella? —y me sigue dando lata, yo gruño a todo dar y una dulce carcajada llena la estancia. 

 

Velozmente, mis ojos se desvían y me la encuentro a ella disfrutando de mi rabia. Ya sospechaba yo que le gusta verme perder los nervios. 

 

—Soy el mejor médico de Estambul, claro que sé cuidarme a mí mismo —respondo mosqueado—. Mejor déjame seguir, lo que digas no va a interferir en mis planes, ¡Cánsate, Fatma! —le aconsejo. 

 

—Iré a una corte y me terminarán dando la custodia de Artemisa —ella me amenaza y yo jadeo de la impresión. 

 

¿Quitarme a mi hija? De solo pensarlo mi corazón late fiero y un compendio de emociones me embarga la boca del estómago. Yo la… quiero, pero a mi manera. 

 

Pero la quiero, al fin y al cabo, que busque una maldita madre sustituta no quiere decir que sea mal padre. 

 

De hecho, me preocupo porque crezca con una figura materna. 

 

«Bien, también la quiero para que me ayude a cuidarla porque yo no puedo siquiera cargarla sin que se vengan a mi mente tantas cosas que… mejor ni las pienso», concuerdo desde mis adentros. 

 

—No juegues con fuego, Fatma… no me gustan las amenazas menos si se trata de Artemisa. ¡Búscate tu hija tú! ¡Ella no tiene que verse envuelta que shows mediáticos! —grito desde adentro, ya que cerré la puerta con seguro para que la chusma de mi hermana no entrara. 

 

—¡No estoy jugando! ¡Estás advertido! —ella  sigue amenazando y por mi salud mental y el bienestar del paciente que operaré en unas cuantas horas, mejor la ignoro. 

 

La ignoro porque si no, juro que me viene a buscar la policía por fratricidio 

 

Ella es incapaz de hacerme eso, Fatma es más de palabras y no de acciones. 

 

Resoplo con la idea de retomar lo que venía haciendo y esta vez, feliz de que no tendré a una gallina loca gritando sin parar.  

 

—Tu tía está loca —le afirmo mientras me lanzo al sofá ignorando el gorgoreo y vuelvo a donde me quede. Llenando el bendito formulario para que después, el algoritmo me arroje a la persona más cualificada para que sea la madre sustituta de Artemisa




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