AMIR KAZEM
El agua caliente que cae por mi cuerpo me hace jadear de manera notoria, me relaja, destensa mis músculos producto de todo el estrés vivido y sin dudas, alivia un poco el dolor de cabeza que late en mis sienes. Lidiar con Fatma en modo usurpadora de lugares no me gusta, mucho menos con que amenace con quitarme a quien tanto adoro… ¿Creían que no la quería? Es una mentira, es una pantalla.
Artemisa es mi dulce princesita y siempre la protegeré con algunos intermediarios de por medio. No me interesa lo que piensen, prefiero que consideren que soy un descuidado, un desinteresado con esa pequeña, cuando en realidad nadie entra a mi vida sin que sea profundamente investigado. Tengo mis contactos y mis modos, tampoco es que soy una mansa paloma, mi exesposa me adjudicó muchos amigos poderosos, así como también enemigos… enemigos que amarían descubrir alguna debilidad de algún integrante de la familia de mi fallecida esposa.
El pequeño radio que me conecta con la habitación de mi hija empieza a emitir sonidos y, a través de la pantalla, observo como se empieza a remover con pereza.
Ha despertado y es hora de que papá vaya por ella… necesito disfrutar muy bien esta última noche donde no abran ojos merodeando, cuando hay otros debo ser diferente.
Maldigo y quisiera que fuera distinto; como me encantaría que lo fuese. Pero es mejor que crean que no la quiero porque me recuerda a su malvada madre.
Cierro la ducha y me envuelvo en mi bata para secarme e ir directamente a mi vestidor para colocarme un pijama calentito que le dé el calor necesario, no quiero que mi piel fría la sobresalte de ninguna manera.
Con la pantalla portátil en la mano me acerco a la habitación y cuando la abro, muy contrario a la última vez que estuve aquí, una sonrisa se dibuja en mi rostro al observarla moviendo sus diminutos piecesitos.
—Hola, mi amor —hablo con voz chiquita mientras la tomo con delicadeza. Es tan pequeña que parece supremamente frágil, pero lo cierto es que es una niña muy fuerte, a sus cinco meses es más fuerte que ninguno.
—¿Extrañaste a papi? —indago y esos gorgoreos repletos de chillidos que solo denotan su felicidad, me hacen sonreír tan, pero tan grande que mis mejillas sienten las consecuencias de un día entero con cara impenetrable, para al final, sonreír de verdad.
Con ganas, con alivio… dejando mi corazón concentrado en este diminuto cuerpecito que me mira con una sonrisa y esos típicos hoyuelos preciosos que se le marcan con fuerza en sus mejillas blancas, suaves y limpias.
—¿¡Qué!? ¿! Qué pasó mi amor!? —cuestiono con exageración marcada, una que logra mi objetivo… que un gran grito chillón explote por toda la habitación.
Empiezo a creer que precisamente por esto, ella llora cuando no le presto atención, siempre hacemos lo mismo… siempre la pasamos juntos en la noche y es una eterna rutina de la cual no me canso desde hace cinco meses.
Una que celosamente nos ha pertenecido, un momento donde no hay más ojos que los nuestros… y de la mujer de mi extrema confianza que se encarga de cambiar los pañales y limpiar la casa.
Las personas que me han visto con mi hija, y créanme que son muy pocas, creen que no tolero su llanto, lo cual es completamente cierto. No tolero en lo absoluto escuchar cómo llora y no poder tomarla entre mis brazos para que deje de hacer esos pucheros que me parten el alma y me ponen a temblar.
Los años me han hecho desconfiar de todo el mundo y es lo mejor, más aún cuando lo más precioso, valioso y pequeñito pero tan grande de mi vida está entre mis brazos.
—Te amo, hija… tu padre te ama y lamenta de verdad —mi voz se quiebra y mis ojos se humedecen, desde que ella está en mi vida soy más sensible—. Lamenta de verdad no poder sacarte a pasear, no poder tenerte en brazos y arrullarte en público. Perdóname —sollozo como cada vez que recuerdo lo injusto que es todo, mi corazón se aprieta y un nudo que distorsiona mi voz —. Solo debo esperar el momento indicado… solo debo tener paciencia y no permitir que tu belleza me robe la cordura y el único boleto de salida para ser libres al fin —le hablo como si me entendiera, con mi corazón partiéndose en mil pedazos como cada noche.
Solo soy feliz con ella en mis brazos… y adivinaron, solo la tengo en las noches.
Salgo con ella de la habitación dispuesto a darle su biberón, descubrir una fórmula que le gustara, fue todo un reto, la mayoría le hacía daño y ni hablar de los pañales… ¡Probamos más de diez marcas diferentes!
Recordar el sarpullido que algunos les causaba me daba dolor, mi pequeña nació tan, pero tan frágil y delicada hasta que por fin encontramos unos orgánicos que pedí desde la otra parte del mundo, pero poco me importa, lo mejor siempre para ella.