Una mamá para Artemisa.

9. Bochorno

 

AMIR KAZEM

 

Bajo las escaleras en busca de mi preciado desayuno. Ayer fue un día de mierda por completo y ansío como nada poder iniciar mi día bien. Por supuesto que toda la culpa se la ataño a la madre sustituta de Artemisa. 

 

Esa mujer perturba a quien sea… lo hace.

 

Uno quiere vivir hundido en su mundo negro y ella pretende llegar con sus luces, tratando de deslumbrar todo y… no me gusta. No me gusta esa alegría, me resulta horrible. 

 

Entro a la cocina directamente para tomar mi plato que ya está naturalmente preparado. Tomo el tenedor dispuesto a devorar mi platillo en completa paz cuando, un ruido me hace subir mi mirada para encontrarme con quien menos quería ver esta mañana. La misma que arruino por completo mi día de ayer. 

 

La roba momentos, la hurtadora de hijas. 

 

Carraspeo mientras la observo. No la tolero, mi aversión hacia ella se nota cuando mis ojos se posan sobre sus sutiles facciones. 

 

—Buenos días, señor Amir —sonríe con dulzura, yo aprieto mi mandíbula mientras dejo el tenedor a un lado. Se me fue el hambre. 

 

—¿No le dijeron que yo desayuno solo? ¿Qué no me gusta la presencia de personal en la cocina cuando debo tomar mi comida? —cuestiono sintiendo la vena de mi cuello palpitar a medida que su palidez no consuela mi rabia. La aumenta. 

 

Sus ojos se abren de manera desmesurada mientras su rostro sale de la palidez al sonrojo en menos de un segundo. No se mueve, no hace nada más que dejar con una lentitud increíble la tasa donde iba a servirse cereal. ¿Cree que así no veo que está ahí? Deja esta sin una pizca de ruido y lo que sigue es el paquete de cereal de colores. 

 

—Ala… dame paciencia —bufo mirando al cielo para volver a posar mi vista sobre la suya—. Come, hazme el favor y come… pero que sea la última vez que te veo aquí mientras yo estoy presente —ordeno, esta no hace ni un movimiento más que tragar saliva—. He dicho que puedes… —me callo de golpe cuando me doy cuenta de que, sus ojos se empañan y se llenan de agua. 

 

Abro la boca y vuelvo a cerrarla, no encuentro palabras que puedan definir el sentimiento que se asienta en mi estómago al verla tan abochornada. 

 

—Yo…

 

—No está bien —murmura reaccionando y limpiando con rapidez las dos grandes lágrimas que salen de sus ojos—. De verdad no sabía que usted comía aquí —murmura aclarando su garganta a causa de la ronquera, tomando todo tan rápido para salir de la cocina y dejarme con la palabra en la boca. 

 

Trago saliva mientras me quedo estático por segundos. 

 

¿Qué demonios pasa conmigo? 

 

Paso mi mano por mi rostro y lo froto con frustración. El hambre se ha esfumado y mis ganas de tener un mejor día con ellos. La verdad no logro entender por qué ella me pone en este estado. 

 

Aunque sí tengo un indicio. Ella me está quitando momentos con mi hija que solo eran míos, momentos que nadie conocía y ahora, al tenerla en nuestra vida, no puedo… no puedo siquiera acercarme a quien juré proteger aun a costa de mi propia vida. 

 

Que guarden la comida en un contenedor hermético. Cuando llegué del trabajo la comeré —le dejo una nota de voz a mi ama de llaves. 

 

¿Ha ocurrido algo, señor? —indaga, yo ruedo mis ojos. 

 

Nada, he perdido el apetito de repente —no doy más explicaciones y guardo mi teléfono. Subo de nuevo las escaleras con la intención de despedirme de mi hija aprovechando que escuché el sonido del plato sonando, lo que quiere decir que la mamá sustituta de Artemisa debe estar desayunando. Abro la puerta y con una sonrisa que se dibuja en mi rostro de manera automática, me acerco a su cuna. 

 

—¿Cómo amanece mi reinit…? —la pregunta no sale de mi boca cuando me doy cuenta de que la cuna está vacía. Por un segundo iba a perder la cabeza, hasta que el nombre de «Paola», resuena en mi cabeza con vítores y tambores. 

 

Claro, ella debe tenerla. 

 

Suelto los botones de mi traje, preparado para verla de nuevo. No puedo evitar recalcar que la vergüenza me ataca al recordar cómo sus ojos se empañaron. 

 

Me siento lleno de culpa, es la verdad. 

 

(...)

 




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