Una mamá para Artemisa.

10. ¿Desprecio?

AMIR KAZEM 

 

Es desprecio, es aversión... es un sentimiento extraño que me domina cada vez que ella y yo estamos en la misma habitación. Gruño con el lapicero apoyado en mi labio, debo rellenar la historia médica de un paciente y mis —últimamente— ocurrentes pensamientos están tan dispersos que me fastidian al punto de hacerme empuñar mis manos y tensar mi mandíbula. 

 

Lo peor, es que no puedo simplemente olvidar la grotesca «pero tierna», imagen de ella haciéndole caras a mi bebé mientras su boca estaba embuchada de cereal y con esa línea de leche blanca bajando por su quijada, resbalando lentamente... trago saliva sintiéndome en aprietos a medida que aflojo mi corbata y me remuevo en mi asiento. 

 

«No te vayas por ahí», me regaño mentalmente mientas, me niego de manera insistente a pensar en esa peculiar imagen que se puede prestar para muchos maños entendidos. Demasiados. 

 

Lo peor, es que es tan endemoniadamente despistada que fue incapaz de darse cuenta de que esa línea desgraciada y demoníaca corría por su quijada mientras me miraba con tanto odio... y ¡oh, sorpresa!

 

Eso también es infernalmente contraproducente. No se puede mirar a nadie así mientras por tu boca escurre bebida láctea... ¡No! 

 

Yo le devolvía la misma mirada, para qué negarlo, aún no entiendo de dónde salen estos sentimientos. Sin embargo, luchaba internamente no por desviar mi atención de sus ojos para así, no caer directamente en aquella situación. 

 

Paola es una chica dulce que destila luce, buenas energías, su acento en curioso y ahora que lo pienso, nunca había escuchado uno igual. Ahora que lo pienso, puede ser por eso que Artemisa se acostumbró tan rápido a ella. 

 

Esa era la idea principal, no sé por qué demonios me fastidia no ser el centro de atención de mi pequeña y preciosa bebé.

 

Y cuando digo que se acostumbró rápido, es porque fue así, tanto que me da miedo... ¿Será que mi hija quiere suplantarme? ¿Tan rápido piensa que ella es su mamá? 

 

Toco mi pecho, pasando mis raros pensamientos del principio a un segundo plano y centrándome en el hecho de que, posiblemente, mi hija quiera suplantarme. Una pequeña molestia en mi corazón se acrecienta a medida que doy ligeros toques para tratar de alivianarla mientras vuelvo a colocar el lapicero sobre la hoja vacía, llena de ítems y requisitos por llenar, intento concentrarme, pero un bufido sale de mi boca al no tener un bendito éxito. Todo porque tampoco puedo olvidar las dos grandes lágrimas que salieron de sus ojos brillosos y sus mejillas tan rojas que parecía caricatura, la traté mal... 

 

Pensará que soy un energúmeno y... 

 

«Lo eres», apunta mi consciencia, yo bufo ignorándola olímpicamente para retomar mi idea principal. 

 

Pensará que soy un energúm... 

 

«Eres tremendo energúmeno, un ogro, como ella te dice», vuelve a fastidiar y en un arranque de impulsividad lanzó el bolígrafo a otro lado y, por el bienestar del paciente —y por el mío mismo—, optó por dejar esto para más tarde. 

 

Hacer mi trabajo con la mente dispersa es algo que solo me ocurrió cuando me desperté al día siguiente de haber concebido a Artemisa... Y digo dispersa porque aquello no fue bajo mi consentimiento. 

 

FLASHBACK 

 

Despierto sintiendo una fuerte punzada en mi cabeza. Todo es borroso, no hay ningún recuerdo sólido que me dé un indicio de por qué me siento de esta manera. Mi garganta se siente seca, mi boca pide líquido a gritos y cuando muevo mis labios, estos se agrietan a causa de la resequedad.

 

Me incorporo con ayuda de mis brazos y con la vista aún no muy clara, observo un bulto a mi lado. Gruño mientras estrujo mis ojos con fuerza para ver bien y luego de un momento, cuando mi vista logra enfocar bien el cuerpo que reposa a mi lado, mis ojos se abren y me alejo de este como si fuera la peste. 

 

Las características de mi esposa relajadamente dormida me aterran, observo mi cuerpo y… tengo fluidos secos que sé muy bien de que son, mi corazón late rápido, tan fuerte que creo que solo empeora mi estado de deshidratación y cuando observo bajo las sabanas su cuerpo como Dios trajo al mundo, sin importarme mi aletargo y mi intenso dolor de cabeza, me levanto de la cama. 

 

¿Cómo fue que ocurrió? Yo me prometí a mí mismo, le prometí a Alá que no haría nada con un alma despiadada como lo es ella. 

 

Busco mi ropa aun con el malestar vigente y solo puedo pensar en huir. Me siento extraño, esta resaca no es obra del alcohol… ella puso algo en la copa que me tendió anoche y me abus… 

¡Demonios!

 

FIN DEL FLASHBACK

 

Luego de unos meses me vino con una prueba de embarazo positiva y no podía simplemente creerlo. Me prometí no condenar a mi descendencia con ella, con su familia, era un riesgo. Uno que no podría correr. 

 

Incluso le había pedido que abortará, me negaba con tantas fuerzas a ello que… que Artemisa nació pareciéndose tanto a mí y cuando la tuve en mis brazos por primera vez solo pude partirme en llanto.




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