Una mamá para Artemisa.

12. Torso radiactivo

 

PAOLA RAMÍREZ

 

A pesar de que pensé que ser mamá sin tener experiencia sea terrible, resulta que lo estoy llevando más fácil de lo que creí. 

 

La parte que pensé sería más difícil, como lo son los pañales cagados, no resultan ser tan pesarosos, pues me compré los súper tapones 3mil que me recomendaron en una ferretería. Ya saben… para trabajos pesados hay que recurrir a los lugares ideales que puedan brindar todas las herramientas requeridas. 

 

Preparo la leche de la pequeña mientras no puedo evitar pensar en el rostro tenso que tenía hace momentos. El señor Amir llegó de sorpresa mientras yo llevaba a que Artemisa tomara su baño de sol… Dios. 

 

¿Y si me vio bailar? 

 

No creo… Cristo, yo estaba interpretando el baile de Nifu Nifa y dandolo todo de mí, que él me diga que no me vio, me tranquiliza, pero no completamente. 

 

Con lo cascarrabias que es, seguro él me hubiese dicho con su típico mal humor, que dejara de hacer el ridículo. Dios… ¿Por qué me tienen que pasar estas cosas a mí?

 

Toco mi frente mientras saco el tetero de la máquina batidora muy moderna y verifico su temperatura. Salgo de la cocina con la intención de buscar su babero y un pequeño pañito por precaución. 

 

No me olvido tampoco de las toallitas humedad para limpiar sus deditos. Meto todo en un bolso y cuando voy de regreso, de reojo, veo varias cosas desparramadas por el suelo. Me freno abruptamente para ir a recogerlo, de seguro fui yo. 

 

Pero me detengo cuando me doy cuenta de que es un pequeño y tierno peluche junto a una caja de chocolates que se ven tan caros que deberían ser exquisitos. Hago caso omiso al hecho de que probablemente sean para la novia del señor Amir y me voy rápido hacia donde los dejé. 

 

Artemisa debe estar hambrienta. Ya es hora de su cena.

 

En segundos estoy con ellos y desde lejos logro observar como ambos se encuentran bastante, serenos, me atrevo a decir que hasta dormidos. 

 

Me acerco y el torso bronceado y lleno de músculos del señor Amir se encuentra haciendo contraste con la blanquecina piel de la pequeña Artemisa. Enfoco más mi vista y me tengo que tapar la mi boca para contener el jadeo, pero fallo en el proceso haciendo que los ojos del demonio se posen sobre mí sin un dejo de contemplación alguna.

 

Una sonrisa extraña se posa sobre su boca y sus cejas pobladas se mueven extrañamente. 

 

—¿Disfrutando de la vista, señorita Paola? —cuestiona y yo suspiro mientras trato de procesar la desastrosa imagen de su cuerpo repleto de una pasta color amarilla y patosa. La mierda de Artemisa. 

 

—Se-señor A-Amir —tartamudeo señalando con mi mano su torso. 

 

—¿Qué? Que te digo, hago mucho ejercicio —se alza de hombros presuntuoso, yo no sé si reír o vomitarme, yo muevo mi cabeza a los lados. 

 

—N-no —niego, él frunce su ceño. Mientras se incorpora con la niña que despierta de su ligero sueño en medio de gorgoreos dulces.

 

—Entonces deja de mirarme como si quisieras comerme… —responde agresivamente, la sola idea de “comerlo” con su torso repleto de mierda me resulta repugnante, por lo que de manera inevitable una arcada me abandona y él jadea sonoramente ofendido, yo me apuro en contestar. 

 

—Artemisa l-lo cagó —chillo como puedo—. Artemisa se hizo pupú y le lleno su torno de… —le señalo con la mano temblorosa, él baja su vista tan rápido como puede y suelta un grito a la par que Aleja a la bebé de sus brazos y la sostiene a metros de él. Una arcada lo abandona y enseguida otra más a mí—. Y-ya —pido sintiendo que si no me controlo, voy a despilfarrar todo lo que comí a sus pies. 

 

—Me cagó, mi propia hija me cagó encima —espeta incrédulo en medio de su drama mientras Artemisa suelta un chillido y mueve sus piernas que también están llenas de popo—. ¡Por Dios! ¡Ayúdeme! —pide dando un paso hacia mí, yo me alejo aterrorizada. 

 

Estoy segura de que nunca en mi corta vida había visto tanto reguero de caca. 

 

—¡Ya! —chillo alejándome para ir en busca de la manguera. 

 

—¡No huya, cobarde! —bufa entre gritos desesperados, yo no pienso huir. 

 

O tal vez sí. 

 

—Voy a buscar la manguera, les lavaré con el chorro —grito volviendo con ella entre mis manos. La bebé se divierte y él está tan rojo que creo que en cualquier momento va a vomitar o peor aún, se desmayara. 

 

Giro la llave y enseguida empiezo a lavar a Artemisa, los restos de caca salpican en los pulcros o bueno, ya no tan pulcros zapatos del señor Amir, ese que se mira desesperado y con el rostro descompuesto. 

 

—¡Apúrese! —me indica, yo gruño. 

 

—Si me apuro le puedo hacer daño —bufo—. Espere mejor aquí mientras busco su jabón neutro para lavarle las pompitas —yo me alejo ignorando sus gritos y ahora que no hay tanta caca, puedo soltar una pequeña carcajada. 




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