AMIR KAZEM
Me siento furioso con ella a pesar de que algo me dice que eso que pasó no es en ningún sentido su culpa. Estoy abochornado y me siento extraño. ¿Cómo demonios se me ocurre decirle todo aquello, presumir delante de ella cuando la triste realidad era que me estaba viendo porque estaba cagado?
No puedo describir siquiera lo estúpido que me sentí, la pena que advertí cuando me di cuenta de que no me veía a mí, sino al reguero de mierda que dejó mi hija, que a este punto no sé si está de mi lado o es que ya no me quiere.
Mi ego se siente por el suelo, pisoteado y arrastrado. La vergüenza no es normal, Dios… ya no puedo siquiera verla a la cara sin sentir que me sonrojo.
Yo, Amir Kazem sonrojado, es algo completamente inaudito.
Termino de colocar la camisa de mi pijama para lograr descansar algo a pesar de que sigue siendo de día. No dejo de martirizarme, mi comportamiento fue inapropiado, no estuvo bien lo que le ordené hacerme luego.
Y lo hizo tan bien que de nada más recordarlo, cada vello de mi cuerpo se eriza. Y logro sentir lo que tanto temí. Eso que no provocó Danna, lo provocaron sus manos sobre mi torso.
Trago saliva acostándome a la cama mientras suspiro sonoramente. Mis palabras me castigan, me atormentan.
«Entonces no me mire como si quisiera comerme», y resulta, que para mi orgullo herido, yo no era su foco de atención, sino otro, uno más sucio que el que rondaba mi mente.
¿Hasta cuándo dejaré de martirizarme por eso? Chasqueo fastidiado, enrollándome en mi sabana y decidido a dar una siesta. De seguro cuando despierte, me sienta mejor y vuelva a ser el mismo de antes.
(...)
—Llene sus manos de jabón y vuelva aquí —le insisto sintiéndome furiosamente revolucionado. Cada parte de su rostro se torna rojo y yo, olvidándome de mi olorosa situación, disfruto realmente verla así.
Temblorosa, dudosa… avergonzada.
Ella hace lo que le ordené, frota sus manos contra el jabón, empapándolas de la cantidad justa.
—Ahora lávame —pido con una sonrisa que tiene todas las intenciones del mundo, menos la de ser amable.
—Señor Amir —suspira—. Yo creo que no es ne-necesario qu…que —ella tartamudea mientras desvía sus ojos de mi torso y me mira, yo respiro sonoramente, siento que mis orificios nasales están más abiertos de lo normal.
—Le he dicho que le pagaré el doble, límpieme. No quiero tocar ahí, me da asco —miento descaradamente, mi hija no me causaría ese sentimiento jamás, además, ya no hay caca. Mi drama pasado fue de la impresión que me causo el hecho de que esa sinvergüenza me haya cagado encima.
Solo quiero sentir sus manos en mi cuerpo. Secretamente, es lo que deseo y obviamente lo tendré.
Suspira como si se tratara del trabajo más pesado del mundo y, yo solo siento que lo único que le causo es aversión.
—No tengo todo el maldito tiempo —gruño sintiendo rabia. Su mano se estampa sobre mi torso con rapidez, ni siquiera preví ese movimiento veloz.
—¿Así? —indaga sin mirarme a mí, con sus ojos fijos en su trabajo. Mi boca no se abre, soy incapaz de formular palabras lógicas ante la vista de su pequeña y delicadamente mano tallando con delicadeza mis músculos. Ahora me doy cuenta, ella es enana, yo soy sumamente alto y se ve tan diminuta frente a mí que…
Demonios.
—Sí —respondo carraspeando mientras me doy la tarea de alimentar mi mente, mi vista y mi imaginación.
Soy un enfermo de lo peor, ni siquiera Danna me causó esta astucia que esta mujer activó en mí. Y se supone que no la soporto.
¿Que sería si la soportara? Todo mal, esto no está bien.
Pero entonces, ¿por qué se siente bien?
Ella talla, sigue limpiando, sus dedos delicados siguen tocando mientras por un segundo sus ojos chocan con los míos y ese, precisamente ese fue el detonante. Tomo su mano con la mía deteniendo su labor, no sé si lo hice fuerte, no sé si fui delicado, solo sé, que cuando sus orbes oscuros chocaron con los míos, su toque me quemó.
—Se-ñor Amir —se queja, yo miro a donde ella tiene sus ojos fijos y me doy cuenta de que la tome demasiado fuerte, al punto que su mano se torna blanquecina. La suelto de nuevo, como si me quemara.
—Ya terminó su trabajo, ahora vaya a atender a mi hija —señalo a Artemisa, esa que se encuentra viendo las nubes, muy entretenida.
—Lo siento si lo lastimé —brama avergonzada, caminando rápido antes de escuchar mi respuesta.
Tierna Paola… no me lastimaste; más bien me estimulaste. Despertando a un monstruo que no sé cómo demonios controlar.
Se alejan ambas y yo tengo que respirar varias veces. ¿Qué me está pasando? Esto… esto no puede ser posible.